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21 de Diciembre, 1651.
Santo Domingo, República Dominicana.

La flamante mujer francesa hacía su aparición por la cocina de los Jauregui. Como odiaba entrar por atrás. Se había acostumbrado a entrar por la puerta grande, sin pronóstico, haciendo una gran aparición acaparando la atención de todos. Buscaba en todas direcciones a aquella mujer mayor y baja, tan dulce como la miel. Le tocó el hombro, la dulce mujer volteó, sus mejillas con ese rubor que la caracterizaba.

—Que sorpresa Madame, la señora no me aviso que vendría, es más, la hacía de viaje aún— habló la pequeña y regordeta mujer.

—Toqué puerto hace nada. Le traigo a usted y a la familia un presente— la mujer francesa mete la mano en el bolsillo de su verde vestido y saca una carta—. Leala con la señora de la casa, quizá responda algunas preguntas luego, bonsoir.

—Buenas tardes para usted también Madame, un placer tenerla por aquí.

La fina Madame salió de nuevo por la puerta trasera. Rosa, aquella mujer de baja estatura que ha trabajado toda su vida en aquella casa estaba curiosa con esa carta en mano. Ella no era de husmear en los asuntos de la familia, pero Madame Rosie le había dicho que la leyera junto a la señora Jauregui, por lo que no se preocupó en ver el remitente. L.J. Rápidamente sus ojos se abrieron y su corazón comenzó saltar.

—¡Mi niña nos escribió!— pegó un grito que llamó la atención de las otras criadas que hacían el almuerzo.

Casi corrió hasta la habitación de la señora Jauregui. Desde que su hija menor, Lauren, dejó la casa la preocupación y el sufrimiento de sus padres era muy grande, era un hogar muy triste sin ella alrededor. Tocó la puerta exageradamente muchas veces hasta que oyó un "pase" desde adentro. La señora Jauregui, Clara, estaba aún postrada en su cama con su camisón de dormir.

—Señora, le traigo buenas noticias— la pequeña mujer escondía la carta tras su espalda, con una evidente sonrisa.

—Rosa, dígale a mi marido que no me tiene sin cuidado que nuestra yegua Destello esté dando a luz— acotó sin ganas aquella mujer castaña que yacía en la cama.

—Nada de eso señora— Rosa tomó la iniciativa de cerrar la puerta y adentrarse más en la habitación—. Ha llegado una carta.

—No puede importarme menos. Esos asuntos son de mi marido, yo no atiendo los negocios.

—Una carta de la niña Lauren.

La mujer mayor sacó la carta de su espalda, mientras tanto la otra se encargó de arrebatársela, jamás creyó que iba a saber algo de su hija Lauren, llevaba tanto tiempo esperando que sus esperanzas se estaban agotando. Vio las iniciales L.J en las afueras de la carta, la abrió sin importarle nada, por fin sabría algo de su hija.

Queridos padres, mi estimada Rosa.

Seguro que en este punto deben pensar que estoy muerta y los gusanos disfrutan comer de mi carne, pero no es así, estoy bien, estoy viva, tan viva que me siento muy feliz, por fin soy tan feliz y libre como siempre quise ser. Sin embargo, los extraño tanto y lo siento por irme, lo siento tanto, pero no podía quedarme, madre, lo siento por no ser lo que esperabas, por defraudarlos y dejar a la familia en vergüenza. No les prometo que volveré, pero les prometo que les escribiré lo más que pueda, siempre tendrán noticias de mi.

Con amor, Lauren.

Ambas mujeres estaban hechas un mar de lágrimas, Clara abrazaba la carta como si fuera su propia vida, era lo único que tenía de Lauren. Sintió un alivio claro, el saber que estaba viva valía más que cualquier cosa.

—Yo quiero que vuelva Rosa, la quiero conmigo— la extrañaba con locura. Lauren siempre fue una flor especial, no le gustaban las mismas cosas que a las demás niñas y eso la hacia más única, más auténtica.

—Su único consuelo es saber que ella es completamente feliz— sonrió Rosa para ella misma, ella sólo estaba feliz por su niña Lauren.

Mar Dorado | Camren.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora