Capítulo 5

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Jack la observó serio, una sola palabra que saliera de la boca de ella bastaría para que no le permitan salir de noche.

— Esto es normal aquí —mintió el joven.

— Claro, en un pequeño pueblo de cinco mil habitantes, demasiado normal —dijo Mary con el ceño fruncido— Yo me voy de aquí—anunció decidida.

— Amor, no dejes que un idiota que se ha suicidado porque la novia lo engañó arruine nuestras vacaciones—hizo puchero— Y lo más importante, nuestro San Valentín —subió y bajó las cejas rápidamente - Además te tengo una sorpresa para ese día

— Oh dios, me olvidé de llamar a mi abuelo —comentó preocupada— Ya vuelvo. Pero esta conversación sigue —fue a su cuarto.

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Tomó su móvil y marcó, esperaba que no se haya enojado por su olvido. Además, él tendría que haber llamado si en verdad se preocupaba.

— Hola —contestó una voz que reconoció al instante.

— ¿Qué haces allí? —preguntó Marylin, nerviosa.

— Nada, estoy de paseo por la casa de tu querido abuelo —contestó la muchacha.

— Nuestro, Samira —afirmó, respirando profundamente.

- Tía ha vuelto. ¿Te enteraste? —rió la chica— Se las ingenia muy bien para hacernos saber cuándo es ella.

— Si. Habló conmigo —bufo— Pero me iré de aquí.

— Haz caso a lo que te dijo y no te hará nada, hermana —le recomendó— Además, creo que ya está menos furiosa con su ex. No hará nada grave.

— Eso espero, Sami. ¿Dónde está?

— ¿Quién?

— No te hagas la tonta —respondió con poca paciencia— El abuelo.

— Está durmiendo —dijo su hermana, inocentemente.

— ¿Qué le has hecho maldita? —gritó furiosa.

— Yo nada — y cortó.

Enojada y llorando, tiró el celular al piso, provocando que al instante su pantalla se convierta en miles de pedazos de vidrio.

— Mierda —dijo, sollozando— No debí dejarlo solo —se tomó mechones de cabello, y tiró con fuerza. Ese dolor la tranquilizaba.

Samira era su hermana mayor, con veinte años había terminado su profesorado en historia. El mal la acompañaba a todos lados, vestía de negro y su pelo era de un rojizo llamativo. Sus ojos negros asustaban con solo mirarlos.

De chica, torturaba a Marylin, de cualquier forma, dañando lo que ella amaba profundamente. Lo primero que hizo fue cuando tenía diez años. Sus padres debían viajar por un tema de negocios en su Ford Falcon. Sufrieron un terrible accidente. Un caballo se atravesó en la mitad de la ruta, su padre apretó el freno, pero éste nunca detuvo el auto, es más, siguió a la misma velocidad. Antes de impactar, giró el volante hacia la izquierda, provocando que salieran hacia la banquina. Dieron varios tumbos, arruinando el vehículo, y para rematar, cayó al agua. Murieron los dos ahogados, pero el caballo no sufrió ningún daño. A partir de ese día, las dos niñas quedaron al cuidado del padre de su madre. El viejo Alfred.

Luego del entierro, llegaron a su nueva casa, las dos dormían en la misma habitación.

— Salió como lo planee —comentó Samira saltando sobre la cama.

— ¿De qué hablas? —preguntó la pequeña Marylin de ocho años mientras se secaba los mocos.

— Eres una inútil —le dijo mirándolo burlona— Nunca harás lo que yo hago. Nací para esto. Arruinar frenos es lo mío - comentó feliz, y con sus ojos negros, llenos de un brillo de maldad.

Marylin no entendió y tampoco lo quiso entender. Todas las noches del aniversario de sus muertes, lloraba en silencio. Por sus padres y principalmente, por su hermana.

Volviendo a la realidad, se dirigió al cuarto de Jack por tercera vez en el día.

— Princesa, ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —le preguntó mientras la abrazaba y besaba su frente.

— Llévame a la ciudad. Te prometo que me quedaré aquí hasta San Valentin, pero por favor, llévame —respondió mirándolo con ojos llorosos.

— Está bien, pero dime, ¿Que provocó que estés así?

— Mi hermana —susurró mirando hacia el piso— Vístete rápido, cuanto antes lleguemos, mejor — Tenía la esperanza, de no llegar demasiado tarde.


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