Capítulo 3

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Marylin salió de la habitación pensando en preguntarle a Jack quien era esa tal Mel, ya no le sorprendía que le esconda cosas.

Se detuvo en el pasillo, vio como una sombra ingresaba a la última habitación. Se tensó. No sabía que era. Miedo comenzó a correr por sus venas. Nadie le había dicho que alguien más se encontraba en la casa. Sigilosa, cerró la puerta de su habitación. Siguió su camino, pero volvió a mirar hacia atrás, sin ver nada extraño.

En la mesa, Stella se había sentado en la parte derecha junto a un hombre que ella desconocía.

Jack, estaba en la primer silla de la parte izquierda, y supuso que la de al lado, le correspondía a ella. El chico le sonrió y la invitó a sentarse.

— Bueno, me presento. Soy el padre de Jack, puedes decirme Vin —dijo el hombre de ojos grises.

— Soy Marylin, pero puede llamarme Mary —sonreí mirándolo fijamente.

— Muy bien, ya podemos comenzar a comer —anunció Vin.

La cena era ravioles con salsa, la verdad es que le encantaba ese plato. Algo bueno en el día tenía que haber.

— Dime Mary, ¿Que carrera escogiste? —preguntó su suegro, luego de tomar un poco de vino.

— Abogacía —contestó orgullosa. Por lo menos con alguien se podía hablar, Stella seguía con cara de pocos amigos.

— Que bueno —comentó levantando las cejas— Serás una buena profesional

— Ojalá —susurró mirando su plato.

— Les dije que mi novia era inteligente —dijo Jack, tomando la mano de ella.

— Se nota —dijo tan animada su madre.

Solo sonrió, en ese momento, ya no quería hablar y comenzó a comer.

Terminada la cena, la joven se dirigió a la habitación y se acostó en la dura cama. Cerró los ojos. Se había olvidado de preguntarle.

— ¿Se puede? —preguntó el joven rascando su cabeza haciendo que sus rizos rubios se movieran entre sus dedos.

— Claro —contestó con los ojos cerrados.

Sintió cuando se sentó a su lado y en ese momento, abrió los ojos y lo miró.

— ¿Conoces a Mel? —trató preguntar sin darle importancia.

— No —frunció el ceño—¿Por qué?

— Encontré unas cartas y pensé que quizás tu las escribiste— respondió tomándolas y dejándolas sobre el regazo de él.

- La verdad que no - las agarró y echó un vistazo a lo que decían.

— Chicos, he venido a darles las buenas noches —dijo Vin parado desde la puerta.

— Papá, Mary ha encontrado estas cartas —comentó teniéndoselas.

El hombre las agarró y frunció el ceño.

— ¿Dónde las encontraste? —preguntó con tono amenazante.

— Estaban dentro del ropero —comenzó a sentirse nerviosa— Yo abrí el mueble y comencé a colocar mi ropa cuando las vi.

— Está bien —dijo mientras las hacía bollitos— Que descansen —y cerró la puerta bruscamente.

— ¿Se enojó? —preguntó tensa.

— No, quédate tranquila —le sonrió y se acercó para besarla. Le tomó el cuello e hizo que su piel inmediatamente se erizara. Ella, le abrazó la cintura y lo acercó más hacia su cuerpo.

— Buenas noches princesa —dijo luego de que se separó de sus hinchados labios— Descansa.

— ¿Me amas? —indagó con su respiración agitada.

Él hizo que sus narices se chocaran y rozó sus labios para luego contestar:

— Te amo, y mucho, Marylin —contestó sonriendo— Hasta mañana —se levantó y salió de la habitación, sin antes, lanzarle un beso invisible lo que provocó que la muchacha riera.

Volvió a apoyar su cabeza sobre la almohada, se tapó con las viejas sábanas, y al pasar cinco minutos cayó en un sueño profundo.

•°•°•°•

De mala gana, tuvo que levantar sus pesados párpados, un frío intenso provocó que despertase. Todavía con la vista nublada, se giró hacia la izquierda, encontrando sobre la mesita de luz un reloj de antaño con un despertador que parecía tener orejas de lata. Era las 3:33 de la mañana. La habitación se convirtió prácticamente en una heladera, miró a su derecha y se dio cuenta que la ventana se encontraba abierta.

— Pero si siempre estuvo cerrada —comentó bufando. Dispuesta a levantarse e ir a cerrarla, la vio.

Estaba parada frente a la cama y la miraba fijamente. Marylin, solo atinó a taparse hasta el cuello con la sábana azul que cubría la cama. Su corazón comenzó a latir fuertemente y le empezaron a sudar las manos. La observó atentamente, su vestido rojo estaba sucio y mojado, al igual su cabello negro que le llegaba a la cintura. Su rostro pálido, ojos azules sin vida e inyectados con sangre, la observaban sin pestañear. Uñas largas y amarillentas decoraban sus pequeñas manos.

— ¿Quién eres? —se animó a preguntar la muchacha, en un susurro apenas audible. Tenía los ojos clavados en la chica que tenía en frente— ¿Qué quieres? — dijo más fuerte.

— Él te mintió —dijo susurrando la chica de rojo, luego giró hacia la puerta y siguió caminando, por el pasillo. Marylin no se atrevió a moverse, seguía nerviosa y temerosa.

— Es solo un maldito sueño —se dijo a sí misma. Pero todo cambió cuando un grito hizo que finalice el silencio de la fría noche. Sintió como su corazón se paró por un segundo.

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