Capítulo 5: La insensatez del mayordomo.

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Los humanos son complejos, pero muy fáciles de manejar. 

Los humanos son diferentes los unos de los otros, pero todos tienen algo en común, y ese algo es el egocentrismo. Pero no egocentrismo con respecto a ellos mismos, más bien, es un egocentrismo de especie. Ellos se creen superiores, se creen con derecho a mandar algo, con derecho a quedarse con la última palabra, con derecho a establecer reglas y quitarlas siendo solo unos miserables mortales. Como un baboso gusano que se arrastra por la hierba creyendo que es suya solo porque tiene de su baba. Eso es algo que Sebastian sabía muy bien, pero algo en su amo era diferente. El egocentrismo del muchacho era únicamente propio, despreciaba a los humanos tanto como él, se despreciaba a si mismo tanto como se adoraba. Su humanidad era su mancha, una desgracia y su egocentrismo su contradicción. Se odiaba por su humanidad, porque tenerla significaba ser débil, significaba no poder manejar su sentir como quisiera. Él quería manejarse a si mismo tal como manejaba a los demás, pero no podía. No podía porque era imposible no ser sincero con uno mismo. No podía porque en su corazón albergaba sentimientos humanos. Los recuerdos lo perseguían por las noches y sus fantasmas lo atormentaban. Era indefenso, era débil, era humano. Si tan solo no fuera humano, podría hacerle frente al demonio. El muchacho sabía que al final su alma sería devorada por el demonio. No podía negarse a esa verdad. Cada vez estaba más cerca de eso. Cuando su mayordomo devorara su alma y él se quedara siendo un inerte cascarón vacío, ¿Que haría Sebastian? ¿Lo dejaría allí tirado y se iría a por otra víctima? sí, probablemente eso era lo que haría. Porque era un demonio. Un perfecto, inescrupuloso y sádico demonio.  

Estaba completamente dispuesto a buscar consuelo y apoyo en unas manos que tarde o temprano tendrían que asesinarlo, succionar su alma hasta no dejar ni un resquicio de esta. Y eso, a la vez que le hacía doler el pecho, le aterraba. En serio le aterraba.

Y aún sabiendo todo eso, aún con la advertencia de que quizá Sebastian solo estaba engañándolo como debió hacerlo con todas las otras almas que consumió, no podía dejar de sentirse extraño con respecto a él.  Lo necesitaba, aunque le hiciera daño, aunque supiera que este estaba con él solo por el contrato. ¿Lo quería? No lo sabía. Pero estaba seguro que de lo quería su lado.

La puerta crujió y el mayordomo entró en la habitación, llevando consigo una taza de té negro y un pedazo de pastel de manzana. El chico se deslizó hacia la orilla de la cama y empezaron su rutina habitual. Ciel tomó la taza y la olisqueó.

—Este es nuevo.

—Es una combinación de los tés Asaam y Ceylon. ¿No es de su agrado? Es lo mejor que pude conseguir aquí en Pensford.

—No, se ve bien. ¿El nombre?

—English breakfast. De Twinings. Desarrollado por el Tea Master Drysdale, en edimburgo, escocia. Se popularizó debido a la promoción que le hizo la reina.

Bebió un poco.

— Ignoraba los gustos de su majestad con respecto a té. Como era de esperarse de Victoria — Comentó despreocupado tomando un pedazo de pastel.

—Hablando de su majestad, ¿Ha pensado sobre el asunto que ella le encargó?

—Sí, pero ¿Eso no deberías pensarlo tú también? —Replicó, esquivo. Se había distraído demasiado de su objetivo por estar pensando en su mayordomo. Perro arrogante.

— ¿Ha concluido algo?

El chico desvió la mirada y pensó un poco.

—Tengo algunas suposiciones, pero no sé si sean del todo correctas, hay demasiadas posibilidades.

Ese mayordomo, tentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora