Capítulo 4: La contradicción del amo.

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¿Porqué no dejarse llevar? Sebastian solo era como un perro esperando atentamente las ordenes de un amo, era completamente suyo y estaba a su merced.

Él podía ser lo que Ciel quisiera y haría lo que sea que éste le ordenase, pero a pesar de saber esto, el chico no sabía que hacer. Estar de esa manera con Sebastian se sentía correcto, como si fuera algo tan natural como el respirar. Sin embargo, se sentía también complicado... Le afligía el corazón, como si faltase algo.

El conde tenía una mirada que delataba su confusión y duda, como si en su humilde posición de humano tuviese algún derecho a dudar. Esto le hacía una tremenda gracia a Sebastian. Por eso es que lo humanos son tan interesantes, pensaba. Siendo tan débil y tan delicado se oculta bajo egolatría y arrogancia, intentando convencerse de que es el rey del tablero, siendo simplemente un vulgar peón de la reina, como todos los otros.

Los ojos del muchacho estaban cerrados, y Sebastian aún no había recibido una respuesta, así que simplemente siguió tocando a su amo a su antojo.

Ciel, como olvidando la vergüenza, se dejó llevar por las sensaciones y echó la cabeza hacia atrás, para después flexionar las piernas. Se sentía como si hubiesen pasado años desde la última vez que había sentido las manos de su mayordomo recorriendo su cuerpo. ¿Cómo podía existir algo así? No lo terminaba de comprender.

Sebastian se separó de él y el conde observaba atentamente cada uno de los gráciles y sensuales movimientos de su mayordomo. Como sus hombres se relajaban para deslizar hacia afuera la ropa y como los ojos del color del vino parecían comérselo con la mirada mientras lo hacía. Actuaba como si le pagasen por provocar libido.

El cuerpo del mayordomo era extremadamente blanco, casi tan blanco como la luna. Y a pesar de ser de complexión delgada, tenía forma y estaba en muy, pero muy buenas condiciones. Era tan inmaculado que parecía ser de seda, nadie pensaría que ese cuerpo pertenecía a una de las criaturas infernales más aterradoras. Los huesos de sus caderas se marcaban un poco cuando caminaba, al igual que sus clavículas, y Ciel pensó que era irónico que un demonio tuviera la manzana de Adán tan deliciosamente marcada.

"No está mal" pensó Ciel...

El rubor de sus mejillas se intensificó al notar la clase de cosas en las que estaba pensando.

-¿Joven amo, se encuentra bien?-Preguntó Sebastian divertido y fingiendo confusión.

Pero Sebastian sabía exactamente lo que le pasaba, sabía que se moría de nervios y de vergüenza, también sabía que si jugaba mucho con los nervios de su amo el podría pensar en echarse atrás.

-Solo cállate...-Respondió el conde, ahora aún más avergonzado.

El mayordomo sonrió con burla. ¿Realmente iba a avergonzarse de esa manera con tan poco? Esta iba a ser una noche muy difícil.

Sebastian separó las piernas de su amo y Ciel lo miró como si le hubiese crecido otra cabeza. Estaba asustado. Todo era tan inverosímil, tan nuevo que no pensó que realmente estuviera pasando. Ciel cerró las piernas con brusquedad y le dirigió una mirada avergonzada a su mayordomo, quien tenía los ojos clavados en su cuerpo y se lo comía con los ojos. Después la mirada de Sebastian subió, encontrándose con la de su amo. Su boca se curvó en una divertida sonrisa ladeada y su expresión se relajó, para luego dejar unos cuantos besitos tranquilizadores en su rodilla, haciéndole sentir a Ciel que todo estaba bien. El muchacho suspiró y Sebastian separó sus piernas otra vez pero con más delicadeza, dejando un camino de besos húmedos por sus muslos mientras clavaba sus sedientos ojos en su adorable y avegonzada presa. Un jadeo salió de la boca del muchacho cuando los besos se convirtieron en lamidas y empezaron a rodear su entrepierna. Unas pequeñas lágrimas de frustración de acumularon en sus ojos mientras sus caderas se balanceaban involuntariamente. El mayordomo se estaba demorando demasiado y el chico estaba hecho un mar de sensaciones, su excitación era tanta que llegaba a tornarse insoportable. Sabía que lo estaba haciendo esperar a propósito.

Ese mayordomo, tentado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora