Nunca Jamás

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Peter Pan tenía años, quizá siglos sin ver Nunca Jamás como la estaba viendo en ese instante.

El cielo era de un azul claro, totalmente despejado; el sol brillaba con fuerza haciendo que la vegetación de la isla se viera de colores vivos y llamativos, en lugar de parecer sombría y oscura. El agua del mar era cristalina en lugar de negra. Y habían animales a su alrededor.

El chico se sobresaltó al escuchar a una pareja de aves alzar el vuelo desde unos árboles cercanos.

La isla estaba llena de vida, así como Pan. Pero él no se sentía así.

Era extraño, el chico había logrado su cometido, en él latía el corazón del fiel creyente; pero se sentía más viejo que nunca.

No era lo mismo, la isla se había vuelto de ensueño nuevamente, pero ahora Pan estaba solo; los niños perdidos seguramente habían regresado al Bosque Encantado. A excepción de él, la isla estaba desierta.

El ser más poderoso, pero solo, y por siempre; ésta vez el chico no tenía límite de tiempo, no había reloj, no había... ¿no había sombra?

Pan se tensó de repente y comenzó a dar vueltas, mirando a todas partes, entre los árboles, al cielo; buscando que apareciera la oscura figura que habitaba la isla, la sombra que le puso límite de tiempo la primera vez que estuvo en la isla, que lo obligó a buscar el corazón del fiel creyente y...

El chico apretó los dientes y siguió buscando, tenías unas cuantas cosas que decirle a la sombra.

-No la vas a encontrar.

Pan se congeló en su sitio, pensando que quizá estaba alucinando, que esa voz melodiosa que tan bien conocía había hablado en su cabeza; el chico la sacudió tratando de aclarar sus pensamientos.

-La sombra no está.

El chico se volteó hacia la fuente de la voz, seguro de que su imaginación le estaba jugando una mala broma.

Pero ahí estaba, sentada sobre una de las ramas del árbol del polvo de hadas, sus piernas balanceándose bajo ella; su piel de porcelana llena de vida y color; sus ojos azules clavados en Pan brillaban con diversión, y una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios rosa.

-¿Qué pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

El chico dejó salir un suspiro.

-Anna.

La chica sonrió con dulzura.

-Hola Peter.

La pelinegra había despertado de golpe en medio de la selva. Había reconocido inmediatamente dónde estaba, a pesar de que la isla se veía distinta.

El sentimiento era el mismo. La sensación de sentirse en un sueño, como si el tiempo se detuviera pero tú sigues viviendo, sin envejecer, sin crecer.

Anna había regresado a Nunca Jamás.

Pero no era posible... ella había muerto, ¿no es cierto? Su corazón ahora le pertenecía a Pan.

La voz del chico resonó en su cabeza.

"Nunca Jamás es un lugar que los niños visitan en sus sueños".

-¿Y qué es la muerte más que un sueño eterno? - se susurró mientras se ponía de pie.

Anna observó a su alrededor, parejas de ardillas y aves la observaban desde las ramas de los árboles antes de salir corriendo o volando.

La chica sintió un nudo en su garganta, estaba sola, y ni siquiera tuvo tiempo para decirle adiós a su tío, a Henry, a Félix... a Peter.

Anna sacudió la cabeza y miró hacia el cielo azul; la pelinegra sonrió, ahora la isla si era la que ella imaginó toda su vida. Cerró los ojos y pensó en cómo sería volar, otra cosa que soñó desde pequeña; la chica se vio a si misma volando por la isla, el viento en su rostro y los árboles metros por debajo de ella.

Niña PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora