16. Del odio al amor, hay una botella de ron

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―Iremos de compras―dijo estacionando en el centro comercial―para ti.

―No necesito nada―dije. La verdad era que necesitaba ropa con urgencias, pero no tenía dinero y no permitiría nada gratis.

―Orgullosa. Entiendo eso―Margaret sonrió―. No creas que es gratis, vas a pagarme, pero no con dinero. Quiero que me ayudes a redecorar mi casa, odio hacer esas cosas.

Asentí. Salimos del auto y empezamos un día insoportable de compras. Ninguna de las dos éramos amantes a las compras, así que lo hicimos lo más rápido posible. Dejé de lado la ropa oscura, las botas y los vestidos escasos de telas. Había cambiado mucho en este último año.

Margaret obligó a una dependiente a quitarle a un maniquí un hermoso vestido de leopardo que llegaba hasta mitad de mis muslos, sin mangas y un escote que hacía que mi escaso busto resaltara.

―Úsalo para una ocasión especial―discutió cuando me negaba a comprarlo.

Ella era insoportablemente terca, al final terminaba haciendo lo que me pedía. Después insistió que la acompañara a arreglarse el pelo, y me hizo arreglarme el mío. Dejé que me tintaran el pelo de reflejos de un tono rubio, y que me hicieran la pedicure.

Almorzamos juntas mientras hablábamos de cosas triviales, cada vez me sentía más cómoda con ella. Una vez que estaba con el pelo arreglado y salía de su ropa de oficina, lucía muy parecida a Mónica. Aproveché para contarle que me dormí leyendo con cuidado cada una de las cartas. Reí con las ocurrencias de Mónica, los apodos vulgares con los que se refería a mi padre y a Margaret o a cualquier ser viviente. Lloré otra vez al leer, cuando ella le contaba a Margaret sobre lo desagradable que era vivir con Maximiliano, y lo mucho que extrañaba a mi padre, a JJ y a mí.

Mónica guardaba fotografías de Helena, la mayoría tomadas desde lejos. Ambas teníamos los ojos verdes aceitunas de Mónica, su cara huesuda y los labios carnosos de papá. Mi actitud insoportable y para nada sofisticada, sin duda era herencia de Mónica. Papá era un hombre muy elegante, por alguna razón me recordó a Bennett, pero claro, mi papá era simpático y divertido. No como ese vejestorio, prepotente, orgulloso y arrogante.

Margaret no podía parar de reír mientras yo insultaba a Bennett, ella solo repetía que yo era una gota de agua de Mónica. Dos horas después llegué a la casa de Ryan cargada de bolsas y un look totalmente diferente.

Al entrar a la sala aplasté un carro de juguete de Alex, lo tomé y lo fui a esconder a mi habitación antes que el hijo o el padre me matara. Coloqué las bolsas en la cama y el juguete debajo de ella. Tocaron a mi puerta y antes de que diera permiso, ya Ryan había entrado.

―¿Para qué tocas si entrarás de todas formas? ―refunfuñé.

Caminó hasta mi cama y se sentó. Miré su cara para adivinar qué humor traía esa tarde, porque así era él de impredecible.

Miró la bolsa de las cartas en la mesita, la tomó en sus manos con cuidado y después me miró.

―¿Algo interesante?

Asentí. ―Mónica era una bruja.

―Debió estar orgullosa de tener una hija igual a ella―Ryan sonrió. Estaba de buen humor―¿Estás bien?

La sinceridad en su pregunta era obvia, de todas formas no lo dudaría, como él me trató después de haber estado llorando ayer dejaba mucho que decir.

―Sí.

―¿Sabes qué fecha es hoy? ―preguntó con fingido interés.

―25 de Julio―lo miré con extrañeza.

La locura de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora