5. Jugando con fuego

14.1K 983 205
                                    

Observé frente a mí el gran equipaje que habían preparado mi doctor y Margaret. Hablaban sin parar con Ryan sobre la infinidad de medicamentos que debía tomar, las cremas para las cicatrices y heridas, sobre mis fechas para consultar a la psicóloga y un sin número de malditas palabras sin sentido.

―Si sigues frunciendo el ceño de esa manera, parecerás una pasa―dijo Regina mientras escribía de prisa unas indicaciones.

Solo solté un bufido.

Margaret se cruzó de brazos. ―Deberías estar feliz, conseguiste lo que querías.

―Estoy feliz―dije con una mueca.

Los cuatro me ignoraron y siguieron su charla sobre mí, como si no estuviera presente. Me levanté de la silla y salí del consultorio del doctor antes que me detuvieran. Caminé con las manos dentro de los bolsillos de una chaqueta de mi hermano, que Zack había robado de la casa para mí. Tomé el ascensor con destino a cuidados intensivos. Por unos segundos mi pecho se encogió, me sentía un poco aterrorizada de estar sola en un espacio tan estrecho.

Cuando las puertas se abrieron me sentí aliviada. Caminé hacia la habitación de mi hermana, cuando una de los enfermeros de turno intentó detenerme solté un gruñido feroz, con eso me dejó en paz. Ya sabían de antemano que nada ni nadie me detenía cuando decía que quería ver a mi hermano.

Me quedé de pie frente a su cama y contemplé su rostro sereno, siempre fue hermoso, parecía un modelo de Calvin Klein, pero ahora con los moretones, los alambres y tubos por toda su cara, no quedaba mucho de su apariencia. Pasé las puntas de mis dedos por la mejilla que no tenía lastimada mientras la pena me invadía.

―Hola hermano―susurré―, hay tantas cosas que quiero contarte... como mi inmenso deseo de estrangular con mis manos a la perra de Eleonor. No he sabido nada de ella desde lo sucedido, aunque no la culpo si toda nuestra mierda la asustó. Aún así, ella sabe que es la única mujer que sacude tu mundo, la única que puede domar la bestia que eres―ahogué un suspiro―. Te he extrañado un montón, si me escuchas, vuelve conmigo. Por favor. Te quiero.

Intenté darle un beso, pero temía que lo rompiera o desconectara uno de los muchos cables que lo mantenían con vida. Me quedé mucho tiempo solo mirándolo, hasta que me hicieron salir para sus chequeos de rutina.

No quería enfrentarme nuevamente al ascensor, pero estaba más que comprobado que las escaleras no eran lo mío. Mi cuerpo no estaba preparado para las actividades físicas, y eso me hacía sentir horrible e inútil.

Cuando finalmente llegué al consultorio, empezaron las pruebas físicas otra vez. Dictaminaron que necesitaba ganar peso para poder mejorar mi condición física. La segunda ronda de tortura fue en el consultorio de Margaret quien me hizo prometer que no intentaría matarme nuevamente. Ella me sonreía como si estuviera orgullosa.

―Ganarás dinero fácil, ahora que no me tendrás por aquí todo el día―le dije.

―Aunque no lo creas, me harán falta tus comentarios despiadados y sarcásticos―las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa―. Eres igual a ella.

―¿A quién? ―Pregunté con ligero interés―Ha de ser alguien especial, para que la compares conmigo.

―Lo era―abrió un cajón de su escritorio y sacó una pequeña cajita, la estiró hacia mí―. Esto es tuyo.

Tomé la cajita y la abrí, era una cadena con dos dijes. Uno era una mariposa, cuyas alas parecían de cristal, era pequeña y delicada; el otro dije era una media luna plateada.

La locura de JulietaWhere stories live. Discover now