15. Reuniones y amenazas

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―Soy Mercedes, gusto en conocerte al fin...

―Sigamos con las presentaciones dentro de la casa―Margaret miró a su alrededor con sospecha y luego nos hizo entrar. En la sala no había ninguna foto que me dijera que era la casa de Margaret, pero los cuadros raros colgados, al igual que en su oficina, me decían que sí le pertenecía.

Trataba de mantenerme callada hasta que me explicaran qué buscaba aquí, con todos los comentarios despectivos que me pasaban por la cabeza, se me estaba haciendo difícil no decir nada. Margaret nos mandó a sentar mientras ella preparaba algo de comer.

―Conocí a tus padres una vez―dijo la morena, sus ojos brillaban―, eran una pareja increíble.

―¿Y tú eres...? ―enarqué una ceja.

Ella recogió su cabello hasta dejar su cuello descubierto, se sentó a mi lado y apuntó con su dedo la parte detrás de su oreja. Un tatuaje, con una luna y el número veintidós dentro de ella. Una Detroit.

Miré a Ryan, que estaba distraído con el pequeño librero que Margaret tenía en la sala.

―¿Me dirás ahora que somos parientes lejanas o algo así?

Ella se rió. ―No, en lo absoluto. Si la luna tiene número significa que somos reclutados al clan, la luna en blanco le pertenece a los Detroit de sangre.

―Mercedes se emociona demasiado―Margaret depositó una bandeja en la mesita de la sala y miró a la morena―, llévala con calma, recuerda lo que hablamos―Margaret miró a Ryan―No te enamores de mis libros, porque no los vendo, ni los presto y mucho menos los doy.

Ryan hizo una mueca parecida a una sonrisa y se sentó en el sofá frente a mí con su teléfono en las manos.

―Empiezo a desesperarme―dije.

―Solo queremos compartir cierta informaciones sobre en lo que estás metida, cariño―Margaret me hizo señas para que empezara a comer.

―Mientras llegan los demás, mira que ella esté bien―dijo Ryan y se puso de pie para salir de la casa.

Mercedes se puso de pie y le siguió. Margaret se sentó a mi lado y tomó una de mis manos.

―¿Has sentido tu cabeza rara últimamente?

―Antes de ayer me drogaron y me encerraron porque me declararon loca―me encogí de hombros―Todo normal, ¿Y tú?

―Ya te extrañaba―sonrió―, lamento no haberte acompañado en el juicio, pero no me mezclo mucho con el sistema de justicia―tomó uno de los sándwiches de la bandeja y empezó a comer―. ¿Sigues olvidando cosas?

―No, ya recuerdo todo con claridad, el puto problema es que sigo hablando en voz alta sin darme cuenta.

―Es un trauma que irá desapareciendo con el tiempo, nada de qué preocuparse―tomó un mechón de mi cabello―, ya está más largo.

―¿Sabes sobre la condición psicológica de mi hermano?

―William está de maravillas, es un chico muy fuerte. Ese espíritu estoico viene de familia.

Margaret siguió con sus preguntas analíticas, estaba agotada como para evadirlas, así que solo le contesté, me rendía con ella por el momento. Ryan y la morena entraron a la casa, ella se sentó junto a nosotras pero él permaneció cerca de la puerta.

―¿Esta casa es nueva? ―le pregunté a Margaret. Ella negó mientras le daba el último bocado a su sándwich―¿Y por qué no tienes nada... personal?

―No soy aficionada a apegarme a los recuerdos―sonrió. Margaret siempre sonreía―, esa era la especialidad de tu madre.

Un golpe seco en la puerta nos interrumpió. Ryan abrió. Levanté la vista para encontrarme con un hombre tan alto como Ryan, con un aspecto desaliñado, un brazo escayolado y unas cuántas cicatrices de heridas no muy antiguas. Sonrió un poco cuando su mirada se cruzó con la mía, yo aún estaba atónita. Rosset, el chofer de papá, estaba vivo.

La locura de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora