—¡Pero bueno! —la regaño—. No hagas eso que lo asustas...

Pero Rocío se ríe a carcajada limpia, tanto que me lo acaba por contagiar.

Decido que se ha acabado la sesión de "contacto con la naturaleza" y alcanzo el móvil para enviarle un wasap a mi amiga Ada.

Cuando conocí a Ada tenía dieciséis años. Yo era nueva en el colegio y la primera vez que la vi tuve la intensa sensación de que ya la conocía de antes. Es esa clase de sentimiento premonitorio que precede a una amistad profunda y duradera.

Ni ella ni yo éramos las más populares. Más bien y por circunstancias personales, nos parecíamos en nuestro carácter solitario y reflexivo. Solíamos hablar durante los recreos y los viernes nos uníamos al grupo de clase que iba al parque a posesionarse de los bancos con una botella de Cocacola y otras cosas. Ada llegó a conocer a Raúl porque la hermana de éste, Laura, fue su mejor amiga hasta que se ambos se fueron a vivir a Mallorca. Así que conoce mi historia con él.

"El padre de Laura y de Raúl está en mi hospital, ¿te acuerdas de ellos?", escribo.

Ada está en línea y me pregunta que si puede venir a casa a merendar para que le cuente más en detalle.

"Aquí te espero", respondo.

Su casa está a cinco minutos de la mía. Es abogada y hace ya unos tres años que tiene un trabajo estable. Se independizó y ahora tiene un pisito muy cerca de la casa de su padre. Dice que no quiere irse muy lejos por si éste, que ya tiene sus achaques, puede llegar a necesitar su ayuda en algún momento.

En cuanto a hombres, ambas estamos igual. Bueno, ella fue más inteligente que yo cuando decidió poner distancia con su ex novio de la universidad cuando él empezó a pasarse de la raya.

Suena el portero automático. Me levanto de la alfombra y, sin perder a la nena de vista camino marcha atrás hasta el telefonillo. Aprieto el botón y escucho el chasquido de la puerta del portal.

Dos minutos después el timbre de la puerta principal resuena por toda la casa. Abro y una mujerona morena de ojos grandes entra subida en unos tacones de aguja que prometen rayar hasta el parquet más resistente. Ella lo sabe y sin preguntarme antes se descalza. Diez centímetros más abajo me da dos besos, pero no sonríe. Tiene cara de que sabe algo que yo no sé y viene a contármelo.

Sin embargo, cuando ve a la peque se abalanza sobre ella y la coge en brazos.

—¡Hola Roci! Soy la tía Ada... ¡Guapa! —la grita mientras la hace volar.

Rocío se ríe y pone cara de velocidad. Como un avión que vuela por primera vez.

Acabamos las tres sentadas sobre la alfombra observando al pobre conejito blanco que sigue agazapado debajo del sofá y que nos mira con pavor.

—Entonces has visto a Raúl en el hospital —dice Ada, recordándome que ése era el asunto por el que ha sentido la necesidad de venir corriendo a verme.

—Sí —susurro—. Su padre está ingresado aunque no puedo contarte más sin su permiso, claro. Ya sabes.

—Sí, tranquila. Entiendo. ¿Y habéis hablado y todo eso? —pregunta haciendo énfasis en las dos últimas palabras.

—Todo eso... Sí, me ha besado y me ha traído en coche hasta casa. Bueno, al revés. Primero me ha traído en coche y luego me ha besado...

—Espera. ¿Pero habéis hablado... En condiciones? —sigue preguntando ella—. ¿Te lo ha contado todo?

La miro y mi amiga extiende su mano y la posa sobre la mía.

—¿Qué pasa? ¿Qué me tiene que contar? Bueno, va a cenar aquí esta noche... Sólo hemos estado juntos veinte minutos —hablo sin parar, poniendo excusas sin saber exactamente para qué. Como si Ada supiese algo que una parte de mí sospecha y que me haría sentirme horriblemente mal de ser cierto.

—Sabes que su hermana y yo fuimos buenas amigas en el instituto... Luego ya no tuvimos mucho contacto... Pero ya sabes, cuando ocurren cosas importantes pues la gente avisa... Cuando se muere alguien, cuando nace alguien, cuando alguien se casa... —divaga ella sin saber muy bien cómo decirlo.

—Vale, dilo ya —la corto impacientada.

—Raúl se casó hace tres años.

Entonces el otoño se convierte en invierno súbitamente y el beso pasa a formar parte de una pesadilla agridulce y todas las posibles vidas que he inventado mientras dormía en el sofá se evaporan. Y encima viene a cenar.

—¿Y por qué no me lo contaste entonces? —pregunto dejando libre una pequeña parte de mi torbellino interno.

—Primero porque estabas en Estados Unidos, felizmente emparejada con, como dice tu madre, el señor pongo tetas, quito tetas, y segundo porque hacía tantísimos años que no mencionabas a Raúl que me pareció que contártelo te complicaría más la vida que otra cosa —se defiende.

—Vale, perdóname. Siento haberte gritado... Es solo que... Yo creía... He sido idiota, eso es todo —concluyo con un largo suspiro.

Rocío está chupeteando un sonajero verde y sonríe, ajena por completo al huracán emocional de su madre. La miro. Y empiezo a ser realista. Es muy poco probable que yo pueda rehacer mi vida de nuevo. A estas alturas casi todo el mundo está ya emparejado... Y el que no lo está, se encuentra como yo: dolido por una relación que no funcionó, con responsabilidades sobre sus espaldas y muy poquita fe en el amor.

—No, no has sido idiota. A lo mejor esta noche, si viene a cenar, se sincera... Igual se ha separado. Aún no lo sabes... No... Eso no. No llores Bea... Por favor —dice.

Me limpio una lágrima. Pero se me escapan otras dos.

—De todas formas me lo imaginaba —intento reponerme y regreso a la conversación—. Es que cuando me lo encontré en el hospital, me vinieron tantos recuerdos a la cabeza... Todos buenos. ¿Sabes? Hay mucha gente que con quince años tuvo su primera ruptura, sus primeras tristezas... Pero Raúl y yo fuimos uña y carne, todo estaba bien, todo era fácil... Hablábamos de todo... Y hacíamos el amor, pero sin presiones, sin que nadie nos hubiese obligado, salió así. Fue algo natural, tranquilo... Con amor.

Y sollozo. Rocío se asusta y emite un gorgorito de preocupación. Ada la coge en brazos y le da un besito en la mejilla. Después pone su mano en mi espalda y me mira.

—Pues entonces no tengas prisa y escucha lo que tenga que contarte... Quizá ahora, si los dos estáis solos, sí pueda ser —se encoge de hombros—. No te cierres, que para llorar vas a tener el resto de tu vida, Bea.


––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Y el quinto!! jejeje


¿Cómo hubiese sido si...? /Cristina González 2015Where stories live. Discover now