Capítulo 5: Una noche movidita

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Estaba deseando ir a esa fiesta, ¡Joder! moría por ir a esa fiesta; la última vez que me invitaron a una fue en primero de la secundaria, hace cuatro años; una piscina y una zona dance. Todos los niños se bañaban en la piscina y luego salían a bailar para cansarse y volver a la piscina, una y otra y otra vez. Yo me quedé en un rincón escuchando Tokio Hotel con mis auriculares y preguntándome por qué era la única a la que aquella fiesta le parecía un coñazo. Esa fue mi última fiesta.  

Mi hermana siempre me ha dicho que soy diferente a los demás. Prácticamente me lo dice cada día desde que tenía ocho años. En aquel entonces me lo creí: yo era distinta a los demás, yo no me divertía, yo no tenía un extraescolar, yo no tenía amigos, yo no hablaba con las otras chicas de lo que quería ser de mayor,... simplemente existía sin existir. Después de esa fiesta tuve suficiente: me negaba a aceptar que fuera la única persona en el mundo como yo, así que me puse a buscar en internet - así fue cómo descubrí el porno, pero eso no importa - Encontré  blogs que hablaban de libros, otros que hablaban de ropa, otros que escribían algo que no entendía llamado fanfic . Hasta que encontré un artículo que hablaba sobre el odio en las canciones. Así fue cómo descubrí a Nirvana y entendí que no estaba sola en el mundo, había más gente como yo ahí fuera, eso me reconfortó.


Se me había enfriado la comida y todavía no había provado bocado. Estaba tan lejos en aquel momento que no me di cuenta de que mi familia me estaba observando hasta que mi hermana me lanzó un trozo de pan en la cara.

- ¡ Pero qué haces desgraciada ! - Exclamé.

- Pensaba que estabas muerta...- dijo mi hermana como respuesta.

- ¡Basta!- Esta vez la que exclamó fue mi madre. - ¿ Pero se puede saber qué os pasa? 

- ¡Ha sido ella que me ha tirado el puto trozo de pan ! ¡Yo no he hecho nada!

- Ya tengo suficiente, Katia. Vete a tu cuarto - dijo mi madre con voz pausada. 

- ¡¿En serio?! - dije indgnada y salí de la cocina dando un portazo. Era increíble que la culpa la tuviera yo, ¿en serio creía que era yo la que merecía irse? me costaba creer que papá también lo creiera, pero como era un robot...

Entré en mi habitación hecha una furia y me lancé en plancha sobre la cama, cogí el cojín  y me tapé la cara con él, ahogando un grito de odio que no pude reprimir. Tuve ganas de coger cualquier cosa y estamparla contra la pared, pero no lo hice. 

Esa noche esperé despierta hasta que mis padres se fueron a dormir para poder salir a dar mi famoso paseo nocturno a la luz de las farolas. Como siempre, salí con cautela de mi habitación con los zapatos en la mano y bajé al piso de abajo. Esa noche tenía un poco de hambre ya que no había comido nada para cenar así que me dirigí  a la cocina, cogí unas galletas y salí por la puerta principal como un lince.

Mi barrio era bastante tranquilo y estaba bien iluminado. lo odiaba. Me dirigí como siempre al pequeño cerro, no estaba muy lejos: se podía llegar en diez minutos. Justo antes de girar la esquina de mi barrio noté una mano en el hombre y me giré dispuesta a darle lo que se merecía a ese capullo.

- ¡Hey, tranquila katia!- gritó mi hermana más asustada que yo.

- ¿pero qué...? ¿ qué haces aquí?

- Me he perdido, no te jode... te he seguido - dijo Celia. Parecía que quisiera volver a pelear conmigo.

- Mira Celia, no tengo ganas de discutir contigo así que, por favor, vuelve a casa.- dije conteniéndome.

- ¿Estás de coña? Quiero venir contigo a donde quiera que vas cuando te fugas de casa cada semana.

- ¿lo sabes? pensaba que...

- ¿No lo sabía? ¿que me iba a la cama antes de las diez ? Ingenua... - Es verdad, ¿cómo podía haber sido tan idiota?

- Bueno. ¿prometes no decírselo a mamá? 

- Te debo una por lo de esta noche así que...-  ¡ Así que ella admitía que tenía  razón !

- Vale. - Dije y ella me siguió sin decir nada.

Al llegar al pequeño mirador del cerro Celia y yo nos sentamos en un banco sin cruzar una palabra y estuvimos diez minutos en silencio hasta que Celia empezó a llorar.


  








MALA INFLUENCIAOù les histoires vivent. Découvrez maintenant