Capítulo 2: Ese mayordomo, provoca.

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Metió la masa al horno, y cuando estuvo lista,  deslizó el cuchillo  con suavidad para cortarla y empezó a juntar todos los ingredientes en una tarta. Al finalizar hizo un té y fue con un trozo del pastel a la habitación de su amo. Tocó la puerta,  y al no recibir contestación, entró de todas formas.

Su amo estaba durmiendo por encima de las sábanas. Sus labios estaban entreabiertos, el cabello desordenado y estaba tumbado del costado izquierdo, de cara a la ventana, por la cual entraban unos cuantos rayos de luz tenues.  La pálida y tentadora piel de sus piernas se hallaba expuesta y sus zapatos junto a sus calcetines yacían tirados de forma desordenada por su habitación.

Su mayordomo le miró y admiró su naturaleza frágil. Sebastian nunca había calificado el adjetivo "frágil" como algo bueno, pero su amo era delicado y frágil, y por alguna extraña razón, eso lo hacía más precioso, y sus ansías hacia él se hacían más ruidosas.  Así como su temor a hacerle daño también.

El demonio esbozó una falsa sonrisa teatral, para luego despertar a su amo.

— Joven amo, su postre.

El muchacho, con la típica cara de recién despertado, asintió y tomó el postre.

— El postre es una tarta Sacher. Consiste en dos planchas gruesas de chocolate separadas por una fina capa de mermelada de albaricoque y recubiertas con un glaseado de chocolate negro por encima y los lados. El té de hoy es Darjeeling —Informó el mayordomo, con una sonrisa.

El muchacho tomó un sorbo de té, y con un temor que no era propio de él, decidió sacar a la luz el tema otra vez.

—Ahora quiero que me respondas.

Mi voz, pensó Ciel. Sonó firme, no tembló, se dijo sorprendido y orgulloso de sí mismo.

El mayordomo se aproximó hacia el chico y este contuvo la respiración. Sebastian se sentó en la cama, empezando a retirar su ropa botón a botón. Ciel tragó saliva, ansioso. El mayordomo aún no decía nada. Sus manos eran firmes pero actuaban con delicadeza, revelando de a poco el torso del chico. Ciel soltó el aire que había acumulado sin querer y Sebastian miró su piel con hambre. El color vino de sus ojos bajo la luz de la tarde se veía apagado.

Por un momento, el chico pareció reaccionar.

— ¿Sebastian? ¿Qué haces? —Reclamó el ruborizado muchacho, poniendo su mano encima de la del mayordomo para frenarlo.

— Voy a ponerle su camisón. ¿O acaso quiere dormir con ropa?

El chico se avergonzó de sus pensamientos impropios y se quedó quieto esperando a que le cambiasen de ropa. Sebastian le sacó la ropa para ponerle el camisón, y cuando iba abrochando los botones, Ciel volvió a insistir.

— Es una orden. Respóndeme—Hizo hincapié en "orden", fracasando en el intento de de sonar tan autoritario como siempre.

— No sé si alguien de mi naturaleza sea capaz de tener tales sentimientos, joven amo. Lo que sí sé, es que mi deseo por usted es intenso,— Dijo el mayordomo con sinceridad y de manera simple.

— ¿Qué quieres decir con eso? Que quieras mi alma no tiene nada que ver con esto—Alegó.

—Creo que usted se está confundiendo —Sebastian esbozó una ligera sonrisa sugerente, y tomó con delicadeza a su amo por la barbilla.

— Aunque deseo su alma, me refería a su cuerpo. Deseo su cuerpo —Le dijo esto último acercándose a su rostro, el cual se llenó de rubor.

— Y usted, ¿Que siente por mí?

Ese mayordomo, tentado.Where stories live. Discover now