Capítulo 2: Ese mayordomo, provoca.

Magsimula sa umpisa
                                    

— Que insistentes pueden ser las personas, eso me irrita.

A usted todo lo irrita, se mofó Sebastian internamente, sonriendo ante el pensamiento de lo bien que conocía el carácter de su amo.

— Pero sin embargo lo ha hecho bien. No esperaba menos de mi señorito —Alagó, zalamero.

— Sí, pero hemos estado una hora y media hablando. Que fastidio —Se quejó para después rodar los ojos.

Malcriado.

— Son casi las ocho, ¿Qué quiere para el té? —Sebastian decidió cambiar el tema.

— Demasiada molesta etiqueta por hoy, sólo tráeme algún postre a mi habitación. Voy a tomar una siesta.

— Entendido. —Finalizó el mayordomo inclinándose en cortesía.

El muchacho se fue a su habitación, entonces Sebastian empezó a pensar en que responderle. Él, ¿sentía algo por su amo? No, quería poseerlo. Tenía un deseo casi animal de devorarlo en todos los sentidos de la palabra. Sentir su contacto, su delicado cuerpo a su merced, recorrer cada tramo de su piel, sacarle sonidos sucios y gemidos dulces. Él no lo quería, si lo protegía era solo por el contrato.  Sería ridículo que un demonio sintiera algo por un humano. No podía negar que sentía esta fascinación por él, pero ¿eso califica como afecto? ¿El afecto parte por el aprecio de sus cualidades, no es así? ¿Y qué hacía Sebastian siempre, si no era el apreciar las cualidades de su joven amo? No podía creer que una simple pregunta lo estaba llevando a cavilaciones ontológicas, pero es que no era una pregunta fácil. Sobre todo porque la ontología está orientada al estudio del ser humano, y él humano, no era.

Sebastian sacó los materiales necesarios para hacer el postre y empezó a fundir el chocolate.

Aún diciéndose que no quería a su amo, sentía una necesidad inmensa por protegerle y aunque se quisiera engañar a si mismo diciendo que era solo por el contrato, no lo lograba. Se había aburrido hace mucho tiempo de vagar por el mundo comiendo almas de baja calidad, interactuando con humanos de baja calidad. Teniendo maestros aburridos, con vidas aburridas, con almas aún más aburridas. Ciel era el único humano que había logrado despertar en él curiosidad genuina, Solo él, únicamente él. Deseaba saborear su alma, pero también valoraba al chiquillo por todas las cualidades de su humanidad que le hacían ser tan... interesante. Los demonios podían disfrutar de todos los placeres humanos si así lo elegían. Sebastian se preguntaba si él podía divertirse a conveniencia aunque sea, con la idea de tener un amor. ¿El amor se elige o se te es impuesto por los caprichos de la vida? 

Comenzó a hacer la masa, la crema y la mermelada de albaricoque.

Aún si fuera cierto que sentía cierta predilección por él, ¿Su amo sentía algo? ¿O lo de la noche anterior solo había sido producto de los instintos y de la confusión? Además, su señorito se había quedado quieto, no había hecho nada que diese a entender que realmente lo deseaba. El cuerpo es como una máquina,  cuando lo activas reacciona, es algo inevitable. Quizá, las reacciones de su amo solo fueron porque su cuerpo es humano y débil, porque así tenía que ser. Sebastian consideró la posibilidad de que su amo tal vez actuaba distante por que le tenía asco. O miedo.

Se le hizo un nudo en la garganta. Quizá le causó repulsión. Quizá ahora  Ciel lo odiaba. Sintió que había hecho algo horrible, y aún siendo la culpa algo raro en los demonios, no pudo evitar sentirla. Quizá su cuerpo humano le estaba jugando una mala pasada, había estado en este saco de carne por demasiado tiempo. No había pensando jamás en algo así antes. ¿Por qué solo con su amo le pasaban esas cosas? Sentía emociones que nunca había sentido, y que en su naturaleza de demonio tampoco debería sentir siquiera. Si había algo que jamás había tenido la mala suerte de experimentar, ese algo era la culpa. Había asesinado a sangre fría miles de veces y mentido con asuntos serios por montones. ¿Porqué el simple hecho de pensar que le hizo daño a un muchacho y provocó su odio le produce tanto malestar? No lo entendía. Su corazón, como es natural, cumplía la función de bombear sangre por su cuerpo. Tenía el rol de mantenerlo cálido y "vivo" en el sentido estricto y biológico de la palabra. Pero nunca, jamás, había latido con tanta fuerza sin ninguna razón, o le había hecho sentir una presión así de dolorosa e insoportable.

Ese mayordomo, tentado.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon