Pelea con Ariana

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- ¡Solo era Peter! Tus padres aún están vivos, deberías sentirte bien y satisfecha con eso.

La observo con mi gesto de incredulidad por un momento, y me pienso dos veces lo que le diré, antes de gritar lo que realmente quiero decirle, con gusto le diría que "ojalá mataran a Cuatro para que me comprendiera", pero sería cruel. Eso se lo diría a cualquiera que no me importara, pero es Ariana, mi mejor amiga. No puedo solo insultarla y ya. Respiro y miro hacia el frente.

- No sólo era Peter, era mi amigo de infancia. Lo vi crecer, lo vi caer, lo vi reír y ser cruel. También lo vi besándome. Peter estaba seguro de lo que sentía por mí. – vuelvo mis ojos a ella. – Peter no murió hace dos meses, Ariana. Peter murió ayer. Déjame llorar, déjame sentirme miserable. Yo sabré cuándo ha sido suficiente.

- ¡Sé lo que es el dolor! Para el día de Visita en Osadía, ¿nunca te preguntaste dónde estuve ese tiempo? Cuando estábamos en Cordialidad, ¿pasó por tu mente, por qué te presenté a mi tía y no a mis padres?

- Sí, lo hice. Pero nunca lo mencioné, porque sé que habría sido imprudente.

- ¡Mataron a mis padres por ser divergentes! – me grita, con las lágrimas resbalando por sus mejillas. – ¿Crees que no sé lo que es el dolor por perder a alguien? ¡No seas tan egoísta, Maud! Hay más cosas por las que debes preocuparte. ¡Hay una guerra y tú llorando por una persona que puedes reemplazar! – sigue, con su voz alta. Por un momento, siento que se me lanzará encima a pegarme.

- ¡Yo no tengo la culpa de que hayan matado a tus padres! Perdóname, pero nunca había perdido a personas tan cercanas, primero Al, luego Peter... ¿qué esperabas, eh? Si aún lloras por tus padres, es porque aún te duele. Imagina que mataron a tus padres hace dos días, ¿cómo te sentirías? ¿Andarías bailando y retozando como la cordial que eres? Déjame pasar mi luto como yo quiera, ¿está bien? Aquí, quien debe aprender a no ser egoísta, eres tú. Si no te dejaron pasar el dolor porque todo el tiempo te estuvieron drogando, no es mi problema. No tengo que guardar mi tristeza, porque tú lo quieres. – le digo, limpiándome las lágrimas con el dorso de mi mano. Me pongo de pie, y la observo. – ¿Eso era todo lo que querías reclamarme? – pregunto, y justo en ese momento entra Cuatro.

- ¿Qué sucede?

- No sé. – le digo. – Ariana me reclama porque la he pasado triste, y cree que estoy haciéndome la víctima con todo el mundo, aquí.

- Lo que menos necesitamos ahora es discutir. – responde, severo. – Así que les voy a agradecer que se comporten, porque si está cada quién por su lado, no haremos nada.

- Como sea. – respondo. – Contrólala tú, o siguen ustedes solos. No quiero que me estén reclamando cosas que yo no dispuse que sucedieran.

Me salgo de la habitación, rozando el brazo de Cuatro bruscamente. No sé hacia dónde voy y tampoco sé hacia dónde quiero ir. No llego muy lejos, pues me topo con Edward.

- ¿Qué te sucede? ¿Por qué lloras? – me dice, buscando mi rostro.

- Estupideces. – respondo, viendo hacia otro lado.

- No creo que llorar por alguien a quien amaste, sea una estupidez. – me dice, ofreciéndome un trozo cuadrado de tela blanca. Lo recibo y limpio mis lágrimas. – Solo ha pasado un día, Maud. Tranquila, ¿está bien?

- Sí. – le regreso el pañuelo, con mis lágrimas.

- Quédatelo. Lo necesitas más que yo.

Afirmo con la cabeza, y él me da una palmada en el hombro. Me deja, casi en la entrada de la oficina de Evelyn. Alguien me toma del codo, y volteo.

- ¿Te rindes, osada? ¿Tan fácil? – me dice. Es Cuatro, viéndome con el ceño fruncido. Olvidé esa etapa en la que Cuatro y yo fuimos amigos en Osadía. Quizás no los mejores, pero sí con una buena confianza. Pero, ahora, no parece ser mi amigo, parece ser mi instructor de iniciación.

- No. – digo, con un hilo de voz.

- Pareciera que quieres rendirte, yo en tu lugar lo haría.

- No lo haré.

- ¿En serio te dices ser la número uno de tu grupo de iniciación?

- Cuatro, basta. – contesto, desesperada.

- No intentes chantajear. – me dice, señalándome con un dedo. – No funciona. Te metiste en esto desde un principio, ahora llegas hasta el final. No te irás. Nos necesitamos los tres. Así que dejas tu estúpido drama y superas que has discutido con Ariana. No pueden comportarse como niñas que pelean por un juguete roto, ¿está bien?

- Sí. – digo, cabizbaja.

- Bien. – dice, relajando su rostro. – Mañana iremos a Verdad. Alístate. – me observa y se va.

Han llamado para cenar y solo tomo un par de cucharadas de una sopa. No sé si es la emoción por ver a mis padres, por saber si Will está vivo y... tal vez vea a los padres de Peter, me preguntarán por él y... "no, no Maud. No pienses en eso... piensa en tus padres, en Will". De pronto, siento malestar en el estómago y salgo corriendo al baño. Pero, al llegar, se me va la sensación. No entiendo qué sucede con mi organismo. No tengo hambre, tengo náuseas a cada rato, estoy inestable.

Voy a la habitación, ya han encendido el fuego en el centro, así que decido recostarme en el camastro y tratar de dormir. Pongo a un lado la camisa de Peter, para oler su aroma y pensar que duerme a mi lado, así me sentiré segura y podré tener un buen sueño.

Esa noche, Peter me abraza a la orilla del riachuelo, en el Mercado del Martirio. Luego, jugamos a perseguirnos y al caer en el suelo, vemos las estrellas y lo que forma cada grupo de éstas. Vemos una estrella fugaz, y pido un deseo. Que Peter esté vivo.

Es como si me atravesaran un cuchillo en el pecho cuando despierto y recuerdo que estoy con los abandonados y que Peter está muerto, y que pedir un deseo de esta magnitud a una estrella fugaz, es estúpido.

Antes de que nos dirijamos al baño, Therese nos da las mudadas. Esta vez, tomo todas las prendas negras, iremos a reunirnos con nuestra Facción, porque todavía quedan osados leales, y ellos deben vernos volver como osados, no como los que nos hemos dado por vencidos. A pesar de que no nos hemos pedido disculpas, Ariana y yo hacemos la misma operación de ayer, pero no se siente esa tensión que hubo en la discusión. Ella parece estar más tranquila y hay ocasiones en las que reímos.

Antes de salir me paso un poco de ungüento en la herida y tomo unas gotas. La línea es más delgada ahora y se ve menos morado alrededor. Sigue como un dolor permanente y dando punzadas menos fuertes. Supongo que está mejor. Hace siete días que estamos de fugitivos. Cuando estoy lista, me pongo la camisa amarilla encima, tal como la traje, y me coloco el arma en la pretina de atrás.

Subimos al tren y me quedo en la puerta, dejandoque el aire me alborote el cabello y que las ráfagas rocen con mi piel. Mesiento viva y contenta, regreso a casa.


Una historia InsurgenteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt