CAPITULO XX: A la cárcel los boletos.

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-¡Las manos en alto, esto es una redada!- Genial, el viagra no era viagra sino que pastillas de éxtasis pintadas de azul, y la caja de condones estaba llena de marihuana. Ya sabía yo que aquel anciano era sospechoso. ¡Esperen! ¡¡Esperen!! ¿Por qué estos policías me están colocando las esposas? ¡Soy inocente! -Como no ¿y qué? ¿Me dirás que los traficantes de drogas son estos ancianos? ¿Crees que nací ayer? Obviamente tú y ese otro tipo de allá son los líderes de esta mafia. Ahora vengan con nosotros que les haremos pagar sus delitos.- Quiero llorar, les prometo que quiero llorar. Resulta ser que parte de los mismos prejuicios que yo tenía están en la cabeza de estos uniformados, porque era de esperar que nadie creyera la historia sobre un grupo de ancianos adictos a las drogas y fiesteros. Karma ¿por qué me haces esto? Así resulta ser que veo como a Felipe lo hacen entrar a la patrulla, tiene la mirada perdida y simplemente sigue los pasos de nuestros verdugos, todo fue tan repentino que ha quedado en shock.

–No te preocupes hijo mío, recuerda que tu padre es abogado, él te sacará de la cárcel...- Por fin aparece mi abuela, a medio vestir y un tanto agitada, quiero creer que por la conmoción. Parece preocupada, pero obviamente su cabecita es tan dispersa, que no puede dejar de darme un consejo muy poco adecuado. –Cualquier cosa, debes hacerte amante del más grande de los reos, si es necesario entregar tu cuerpo, debes hacerlo... las primeras veces duele, pero ya las quinta o sexta ni te darás cuenta... ¡Te amo nieto mío!- Ya sin ganas entro al vehículo policial y me entrego a la justicia, jamás he hecho algo ilegal y ahora no entiendo por qué estoy sentado aquí, temblando del miedo y esperando que las cárceles no sean tan terroríficas como muestran en televisión.

No hagas contacto visual, por nada del mundo mires a uno de estos hombres a la cara. Es lo que me repito mientras ingreso a los calabozos de la comisaría. Los policías nos han dejado aquí mientras esperan la resolución del juez, según ellos esto será una cuestión de horas, pero como no confío mucho en los uniformados, ya voy pensando que haré de mi vida estos veinte años de presidio. Por suerte, me dejan en la misma celda que Felipe. Por desgracia, los fines de semana siempre los calabozos están llenos. Hay cuatro hombres, una mujer grandota y una ameba, ese es el conteo que hago a las ocho de la noche. Cerca de las nueve, se me acerca la señora de gran envergadura y me pregunta con una extraña voz grave. –Compañera, ¿a ti también te encontraron trabajando? Estos desgraciados ya no nos dejan laborar tranquilas, yo que tenía ya a tres clientes en espera...- Bueno, yo soy ameba y ella es una enorme amebota. Me recuerda a Martina, mi alter ego creado para enamorar a Mateo. Se ve muy guapa, aunque creo que debería fingir un poco más la voz, se le escapa todo lo macho interno cuando platica. Le explico lo sucedido en mi casa y que no estoy aquí por prostituirme en la calle. Craso error, porque luego me invita a trabajar con ella. –Debo reconocer que te hace falta algo de carne, pero te ves tierno, algunos clientes harían fila para atenderse contigo... ¡yeguo, yeguo! que no daría por tener tu rostro...- Felipe ayúdame, por favor socórreme. Intento mirarlo para que venga a echarme una mano para convencer a Natacha, obviamente su nombre artístico, de que no deseo convertirme en un trabajador sexual, quizás no por el momento; pero no consigo despertarlo de aquel profundo letargo en el que se ha sumergido. Está sentado en el suelo, en un rincón de la celda, viendo aquel espacio inerte al cual todos evaden. Claro, el recto presidente del centro de alumnos jamás imaginó estar en estas situaciones. Me ha ayudado en tantas ocasiones, que no puedo nada más que acércamele y abrazarle fuertemente. –Es todo una confusión, pronto saldremos de aquí y seguiremos como siempre. Sabes que no somos culpables, no tienes de qué preocuparte.- Es lo que le susurro mientras le abrazo. Como un pequeño cachorro se refugia en mi regazo y yo debo acariciarle el cabello para calmarle. Me alegro mucho cuando me percato que se ha quedado dormido.

Corro velozmente en dirección a mi escondite, nuevamente me encuentro debajo de los lavamanos en aquel lejano baño de orfanato. Me siento contento al estar solo, al ser libre para viajar en lo más profundo de mi imaginación, ser libre para ser feliz logrando ser solo yo. La luz inunda mi tranquila oscuridad, pero no es entrometida, sino que cálida y amable. La sonrisa de Pablito me alegra y le hago entrar a mi mundo. Rápidamente me percato que tiene la frente ensangrentada, quiero saber qué le ha sucedido, pero él simplemente se recuesta en mi regazo y cierra los ojos. Con todo el cariño que mi pequeño corazón puede brindar, acaricio su pelo hasta lograr que se duerma, soplando en su frente para borrar todas las pesadillas que lo aquejan.

El Chico PerfectoWhere stories live. Discover now