CAPITULO XVII: Amor... Amor... Amor... y la revelación de una verdad.

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-Te amo- Esa pequeña frase se quedó merodeando en mi cabeza todo aquel día. El patrón normal a seguir es mirarse discretamente en clases y crear cualquier circunstancia para conversar con aquella persona. Luego viene en momento en el cual ambos esperan que el otro reconozca que le gusta y así comenzar a intentar una relación. Pasa el tiempo y la confianza aumenta poco a poco, hasta el punto en que uno de los dos decide dar el paso más importante y reconocer que está enamorado. En las novelas y por las conversaciones que he escuchado, el romance se gesta así, pero como nunca me ha gustado seguir el patrón de comportamiento estándar, lo primero que hago es reconocer que me encuentro enamorado.

Estaba frente a los dos chicos que conmovían mi corazón. Me sentía confundido, pero de la nada pude limpiar de toda duda mis sentimientos y revelar quien se había convertido en mi príncipe azul. Recuerdo claramente ver su cabello oscuro moverse al viento y sus ojos azules estremecerse ante la noticia, Felipe me observó detenidamente un par de minutos, sentí como mi ser se destruía durante aquel enlace, pero no podía hacer nada para consolarle, cualquier acto podría tomarse como producto de la lástima. Rápidamente se marchó de aquel lugar y me dejó a solas con quien descubrí amar. Éramos solo Rodrigo y yo rodeados por la inmensidad de este mundo, cobijados por el calor que solo nuestro amor podía ofrecernos. Nuestros labios se volvieron a reencontrar como la primera vez, aquella cuando él me engañó para que reconociera delante de todo el colegio que lo amaba, quién hubiera sabido en aquel momento que aquella mentira terminaría siendo cierta.

El sol se muestra tímidamente entre las nubes, el ambiente es frío y debo abrigarme mucho para no contraer un resfriado. Apenas puedo caminar porque mis pies se encuentran entumecidos, pero la necesidad de ver aquellos cabellos rubios y sus ojos oscuramente sensuales me alientan a seguir con mi trayecto. Han pasado un par de días desde que reconocí lo que sentía por el alemán y ésta será nuestra primera cita como... como... amiguitos que se quieren mucho, se besan a cada instante, caminan tomados de las manos y hablan durante horas por teléfono. -¡¡Martín!! ¡¡Cuelga el teléfono que quiero hacer una llamada!!- Creo poder escuchar los gritos enfurecidos de mi abuela al percatarse que he hablados durante dos horas ininterrumpidas con Rodrigo. ¿La pobre sabrá que es de mala educación gritar? ¿Hay alguna necesidad que todo el vecindario se entere de sus regaños? Mi mente divaga en ello cuando dos grandes manos se posan sobre mis ojos impidiéndome la visión.

-Eres... ¿Magdalena? No, espera, ella tiene los dedos más delgados. ¿Papá? No, tampoco, él tiene manitos de damisela. ¿Quién puede ser?- Obviamente sé la propiedad de aquellas extremidades, pero me gusta jugar con aquel chico. Al final ni siquiera le debo responder, porque tenía tantas ganas de besarme que termina abruptamente con el juego y da rienda sueltas a sus instintos. Sus manos me toman por la cintura firmemente, apegándome a su cuerpo grande y fornido, protegiéndome con su calor y aquel olor penetrante de su perfume. Mi abuela siempre me ha dicho que una de las razones por las cuales dejó Francia fue por el olor de los hombres de su país, ahora entiendo que además fue por la fragancia de las mujeres de allí, pero ¿los alemanes cumplen esa regla? Por lo menos el mío no, porque siempre huele tan rico, aún después de las prácticas de fútbol. Ok, todos olemos mal al estar sudados, pero debo reconocer que me encanta ver a los hombres transpirados. Me dirán que estoy loco, pero lo encuentro tan sugerente, tan excitante... No daré más comentarios, todo aquel relato ha alborotado mis hormonas.

Su mano, mi mano, unidas, caminando por el parque, pisando las hojas secas repartidas por el suelo, riendo, besándonos de vez en cuando, los tenues rayos del sol iluminando su cabello, sus ojos, su piel, todo parece hermoso esta tarde. Luego de tanto caminar vamos a comer a un restorán. Como era de esperar, mi galante "amigo" hace gracia de sus más corteses halagos. Me abre la puerta dejándome pasar primero, me quita el abrigo y se lo da al encargado de guardarlos, al sentarnos en nuestra mesa me corre la silla para que así pueda sentarme cómodamente, resulta que me siento como toda una doncella ameba siendo cortejada por su príncipe azul no tan ameba.

El Chico PerfectoWhere stories live. Discover now