Capítulo 56 -Aquello que no me perdono-

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Decenas de pequeños portales se materializan alrededor de ellos. Muevo los brazos hacia los lados y a través de los pórticos se manifiestan afiladas lanzas de energía roja que los atraviesan y los pulverizan.

—No puedo perder tiempo... —susurro, pisando el polvo que hasta hace unos segundos formaba parte de los cuerpos de las criaturas, aplastándolo mientras lo deshacen las gotas que arrojan las nubes.

Alzo un brazo y una gran esfera de energía invisible recubre las ruinas. El líquido carmesí que cae del cielo impacta contra ella, resbala por la superficie y como si formara parte de una pequeña cascada desciende con fuerza fuera de la construcción derruida.

Aprieto la empuñadura de Dhagul y camino hacia el centro de este lugar. Meneo los dedos y aparecen pequeñas esferas de luz que iluminan la zona. Muevo los ojos, recorro el entorno con la mirada y pregunto:

—¿Dónde estás?

Al cabo de unos segundos, escucho una fuerte tos y una respuesta:

—Supongo que me buscas a mí.

Me doy la vuelta, miro hacia el interior de las ruinas, pero la intensa oscuridad me impide ver con claridad. Por más que me esfuerzo esta no deja que los sentidos aumentados penetren en ella. Muevo la mano y decenas de esferas de luz vuelan e iluminan esa zona.

A paso lento, aferrado a la empuñadura de Dhagul, con el único deseo de acabar con esto de una vez por todas, camino hacia el lugar de donde ha surgido la voz.

—Por fin encuentro a un Asfiuh —suelto, viendo los contornos difusos del que me habló.

—¿Asfiuh? ¿Tan mal aspecto tengo? —La tos lo interrumpe.

Las esferas se le han acercado lo suficiente y puedo ver cómo es. Está arrodillado, con los brazos extendidos, obligado a estar en esa posición por las cadenas que tiran de los grilletes que le aprisionan las muñecas. Es unas tres veces más grande que yo. Tiene los músculos muy desarrollados y la piel, de color gris plata, aun sin ser de piedra, se asemeja bastante a la superficie de una roca agrietada. Los ojos algo más oscuros que el resto del cuerpo están clavados en mí.

—¿Quién eres... o qué eres? —Levanto a Dhagul y le apunto con el filo.

—Creo que lo que soy es evidente. —Mueve un poco las manos y las cadenas producen un ruido metálico—. Soy un prisionero.

—¿Prisionero...? —repito, observando cómo se hunden los eslabones en la paredes.

—Sí, lo soy. —Olfatea y prosigue—: Y por el olor de tu alma, tú eres un Portador del Silencio. —La tos lo vuelve a interrumpir—. ¿Tan bajo han caído los tuyos que ya no son capaces de evitar ser encerrados aquí? —Hace una breve pausa—. ¿Habéis perdido el control?

—¿Los míos? —pregunto, extrañado—. ¿Portador del Silencio?

La sorpresa se le plasma en la cara.

—¿No sabes qué son los Portadores del Silencio? —Ladea la cabeza y pronuncia un pensamiento en voz alta—: ¿Qué ha pasado en todo el tiempo que llevo encerrado? ¿Cómo es posible que uno de ellos no sepa que lo es...?

Escucho ruido detrás de mí, me volteo y veo más seres de sombras; los ojos rojos les resplandecen con fuerza. Cuando estoy a punto de atacarlos, el prisionero me dice:

—No te molestes, no se acercarán. No al menos hasta que te vayas. —Me giro y lo miro a los ojos—. Son manifestaciones de los pecados del pasado. Aunque son verdugos sin piedad que atormentan a los que estamos aquí, también son muy cobardes. Después de lo que les has hecho a los otros no te atacarán a no ser que te vean indefenso.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora