1° Llevar la fiesta en paz

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—El vuelo fue terrible, te juro que prefiero el barco de carga en el que viajé a Sicilia —le dice Matías a su padre mientras carga su bolso.

 Viéndolo en persona, es más alto y más parecido a Henry de lo que pensaba. Su cabello difiere mucho en estilo al de su padre, pero comparten el color, tienen la misma mirada y en cuanto a vestimenta luce como su completo opuesto. Henry siempre anda bien afeitado y con traje; en cambio, Matías lleva un jean roto, una camiseta con el nombre de alguna banda de rock que no conozco y una camisa azul algo desteñida encima. Lo que más me llama la atención es su aroma, a tabaco, debe fumar demasiado para que el olor se mantenga en su ropa aún después de trece horas de viaje. A diferencia de la mayoría de chicos altos quienes andan un poco encorvados disimulando su estatura, él camina muy recto, orgulloso de vernos a todos desde arriba.

—Te esperamos mucho. ¿Por qué se retrasó tanto el vuelo? —pregunta Henry. Yo sigo a su lado pasando desapercibida, decidiendo si saludar o no.

—El clima. No era necesario que vinieras, puedo manejarme solo, lo he hecho por toda Europa sin conocer nada, creo que puedo encontrar el camino del aeropuerto a tu casa —le responde de forma hostil y eso me molesta, podría estar un poco agradecido. Henry no le dice nada, yo creo que Matías siempre es así y él ya está acostumbrado, o evita pelear—. Cierto, ella es Emma. —Por fin me presenta. El chico ni siquiera voltea a mirarme.

—Sí, hola. ¿Dónde está el auto? Quiero llegar a dormir, el cambio de hora  va a matarme.

Si yo fuera un poco más valiente y extrovertida lo habría jalado de su horrible colita y lo habría obligado a saludarme correctamente; pero me limito a seguirlos hacia la salida, cruzada de brazos, como si fuera un perro callejero siguiéndolos por comida.

Para ser una familia que no se ha visto en tres años, Henry y Matías se hablan con demasiada indiferencia. Yo imaginaba que él llegaría contando millones de historias sobre todo lo que había visto y que Henry no pararía de hacerle preguntas. En lugar de eso están discutiendo sobre el tráfico. Matías le reclama el haber tomado esta ruta y su padre le responde echándole en cara la cantidad de veces que ha realizado la ruta La Paz- El Alto.

Resoplo y apoyo mi mentón en la mano, aprovechando de disfrutar del paisaje por la ventanilla. Cuando pasemos esta parte del embotellamiento y bajemos por la autopista, la imponente cordillera nevada que rodea ambas ciudades empezará a ocultarse tras los cerros rojizos.

No hay nada para comer  en casa de Henry

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No hay nada para comer  en casa de Henry. La empleada está de vacaciones y estos días comemos afuera. Suponiendo que Matías debe estar muerto de hambre, Henry propuso que antes de ir a casa nos detuviéramos en Burger King.

—¿Qué van a pedir? —nos pregunta a ambos.

—Una Whopper doble en combo con todo agrandado, muero de hambre —contesta Matías.

—Una promoción, con refresco —pido cuando me señala.

Henry se va a la fila y nos deja en una mesa. Me siento incómoda, lo único que deseo es que me diga algo, porque yo no me animo a iniciar una conversación.

Matías saca su celular del bolsillo y se pone a escribir, por el sonido sé que se está mensajeando con alguien. Sonríe antes de responder y sigue actuando como si yo no estuviera.

Tenía miedo de pensar cómo sería convivir con Matías. No tengo hermanos y el vendría a ser algo parecido, pero comienzo a sospechar que me tratará como si no existiera. Mejor, porque es a lo que estaba acostumbrada: a ser invisible.

Como está sentado justo al frente me veo obligada a contemplarlo. Sus pestañas son negras y espesas, y apenas me dejan ver sus ojos. Me pregunto si no le resultan incómodas; a mí me lo resultarían, no soporto nada encima o cerca de mis ojos, ni siquiera delineador o rímel.

 Henrry aparece por fin con la comida, interrumpiendo mis pensamientos idiotas. Haciéndome dar cuenta de que inconscientemente me rascaba los ojos. Ver pestañas largas para mí es como ver insectos, aunque no se te suban igual empiezas a sentir comezón por el cuerpo. La bandeja no está ni apoyada en la mesa y el chico ya agarra su hamburguesa. Mientras le pone tres sobres de kétchup, me mira por un segundo y se acerca a su padre para hablarle al oído.

— ¿Es autista o algo así?—Lo escucho preguntar.

Ahora sí me molestó.

— ¡No! —respondo sin darme cuenta del volumen de mi voz.

—Es que como no hablas —dice levantando las cejas al tiempo que da un gran mordisco.

—Emma es un poco tímida con la gente que no conoce, ya te va a tomar confianza. A mí casi no me hablaba las primeras semanas, ahora conversamos todo el tiempo ¿no Emma?

Asiento, frunciendo los labios, todavía enojada por la pregunta de Matías. Lo que dice Henry es verdad. Me cuesta hablar con quien no conozco, pero cuando entro en confianza, supongo que me comporto como una persona normal. El problema es que no sé cómo iniciar una conversación, o romper el hielo. A veces me da vergüenza, o tengo miedo de molestar. No me gusta que me molesten, por lo tanto, no quiero ser una molestia para nadie.

—Trátala bien. Para ella que estaba acostumbrada a vivir solo con su madre le va a ser un poco complicado convivir con dos varones.

—Siempre y cuando no te metas con mis cosas vamos a llevar la fiesta en paz. —Por primera vez me habla directamente y me siento extraña, creo que no le caigo bien.

No es que yo haya elegido vivir con ellos, no quiero ser una intrusa en su casa; desafortunadamente es lo que me tocó. Mi madre murió el año pasado, luchó contra el cáncer de mama por cinco años y durante ese tiempo pensamos que superaría la enfermedad y sería de esas mujeres que orgullosas muestran que les falta medio pecho, producto de una operación que salvó su vida; sin embargo, no fue el caso. No teníamos dinero para pagar un seguro privado y en el público debíamos ir a diario a pelear por conseguir una cita con el médico para que le programaran las quimioterapias. Hay tanta gente con esa enfermedad, que a mi madre la ponían siempre en lista de espera y no actuaron a tiempo.

Además de ella yo no tenía nadie. Mis abuelos maternos murieron también y mi padre nos abandonó cuando yo apenas era una recién nacida. Henry era un compañero de la universidad de mi mamá. Él atendía sus asuntos legales y mi madre lo nombró mi tutor en caso de que algo le sucediera. Por eso vivo con él, y ahora con Matías, su único hijo.

Ojalá él se limite a ignórame eternamente, aunque tengo el mal presentimiento de que no vamos a llevar la fiesta en paz.

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