El pasado está muy presente. II

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Andrew madrugaba casi tanto cómo se desvelaba por la noche. Las ojeras le llegaban hasta el suelo pero no le quedaban mal, le daban ese toque de chico misterioso que volvía locas a todas. Lo increíble en esto era el cómo durmiendo unicamente tres o cuatro horas diarias se mantenía en pie, con esa fuerza característica y esa vitalidad de plástico. Él sabía más que nadie que por dentro era una flor marchita, una tumba sin visitas.

Después de despedirse de Hayley acudió a toda prisa a El lince. Le esperaba un buen sermón por parte de su jefe ya que no había podido atender a las tres llamadas que le había hecho.

Aquella mansión llena de muerte se encontraba en mitad del bosque, no se lo habían montado nada mal. La imagen exterior que daba era la de una moderna casa de pijos. Les había salido bastante cara la tapadera por lo que no habían hecho reformas en los últimos cinco años.

Andrew llegó después de una larga caminata, y tocó al timbre. Lena abrió la puerta. Cómo siempre, llevaba una vestimenta de lo más ricachona para aparentar en caso de que algún extraño metiese las narices donde para nada fueron invitadas. Aquello era cómo su uniforme.

ANDREW'S POV.

—Drew, cariño. —Me sonrió y se hizo a un lado para que entrase—.

—Buenos días muñeca.

—Te están esperando desde hace un rato en la habitación veintitrés... —Hizo una mueca de incomodidad y me dio una palmada en la espalda—. Suerte, no tienen pinta de estar muy contentos.

—Gracias. —Musité sin apartarle el ojo mientras me acercaba a la verdadera puerta de entrada al infierno. Suspiré sin muchas ganas de pasar el análisis y le eché una mirada de socorro a Lena. Finalmente lo hice, me posicioné frente a la maquina y estiré mi labio inferior. En seguida la luz verde que alumbraba mi boca desapareció dando por terminada la identificación y los seguros de la puerta de blindada se abrieron. Me despedí de la chica con un movimiento de cabeza y entré. Allí todo era más oscuro, todo estaba insonorizado, todo te ponía los pelos de punta. Agité la cabeza para dejar de pensar y caminé con paso ligero a la habitación donde al parecer me esperaban.

—Ya está aquí. —Dijo Garras cuando todavía ni había abierto la puerta.

—A ver, inútil. ¿Donde coño te habías metido? Te hemos llamado tres putas veces.

—Ni que fueras mi madre. —Dejé los ojos en blanco. Por muchos castigos que después podía llevarme no podía quedar mal delante de los de El lince. Si alguien me interiorizaba yo lo enterraba. Ese era el juego que jugaba.

—Pero soy tu padre. —Me arreó un golpe en la nuca y se quitó el cigarrillo de la boca.

—Tú no eres nadie. —Le contesté y pronto noté mi hombro arder junto con mi camisa. El mal nacido había apagado su vicio en mi.

Existen dos tipos de dolor, el físico y el emocional. Dentro de estos hay una gran variedad de formas para sentirlo y cuando sufres mucho una de esas formas te acostumbras y deja de dolerte. La costumbre es lo mejor que te puede suceder cuando tu vida es una espiral de dolor y no puedes salir. Todo esto lo entendí a mis trece años de edad cuando me diagnosticaron trastorno disocial severo.

Lana rompió esa espiral y el dolor ahora es intermitente. Le estoy eternamente agradecido.

—Ahí dentro tienes a uno, te lo han encargado. Han exigido una muerte lenta, tienes el informe sobre la mesa por si quieres echarle un ojo, hijo. —Dijo Aaron sonriéndome con malicia y desapareció de la habitación.

Me dirigí hacia la mesa y agarré el papel.

Dominic, treinta y cinco años, muerte lenta, bla bla bla... —Leí en voz baja siguiendo las líneas con el dedo—. Acusado de violación a una menor... dos años en prisión... —Eché la cabeza hacia atrás y di una bocanada de aire. No iba a seguir leyendo su historial, ya tenía lo suficiente para arrancarle los ojos a ese maldito pederasta.

Abrí la puerta en donde se encontraba amordazada mi nueva victima. El lince era así, como un laberinto o un rompecabezas sin sentido. Cada habitación tenía más habitaciones. Ni siquiera yo que había nacido en aquél mugriento lugar conocía todas las esquinas y sus secretos. Dejé en libertad la boca de Dominic y tiré la pelota roja al suelo.

—¿Algo que decirme? —Levanté una ceja y con toda la calma del mundo pues no me metían prisa para esto, me acerqué una silla. Esto llevaría su rato.

—Vas a matarme ¿verdad? —Dijo con la voz áspera.

—Es lo más seguro. A no ser que el que ha pagado tu muerte se arrepienta... y créeme que eso no suele pasar. —Sonreí—. ¿Tienes idea de quién quiere verte muerto?

—Sí, creo que sí... un cabronazo. —Dejó los ojos en blanco y giró la cara.

—¿Y por qué?

—Violé a su hija, imbécil. Sé cómo va esto y sé que os dan información sobre la vida de la persona a la cual tenéis que matar así que no te hagas el tonto conmigo. Adelante, vuelame la cabeza. Me estás aburriendo.

—Aun no ha empezado la ¿y ya te estás aburriendo? —Reí negando—. Tendré que hacer algo al respecto.

Me levanté de la silla y cogí un alicate. Era un buen instrumento con el que empezar. Habían sierras, agujas, alicates, navajas... pero no sé, sus uñas llamaban mi atención. Arrancárselas sería divertido.

Mensaje para los/as lectores/as:

¡Sé que os tuve muy abandonados! y lo siento... pero es que estoy a punto de terminar otra novela que escribo llamada La chica del pelo chicle, os invito a echarle un vistazo, os gustará.

¿Qué pensáis de esa faceta de Andrew? no hablo de la de matar a sangre fría si no de la triste, la que habla de mucho dolor. Aun quedan muchas cosas por descubrir del pasado de este hombre.

¿Team Haydrew? ¿Team Lanerica?

Que por cierto ¿qué pasará con esas dos amiguitas? mhmf. Contra más comentéis más prisa me daré en escribir.

Labios de hieloWhere stories live. Discover now