Anónima. III

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A espera de la llegada de Debby, Hayley se puso a entrenar con un saco de boxeo que tenían en casa. Lo compró Monique cuando el estado económico en el que se encontraban no les iba mal. Ella era trabajadora autónoma, tenía montada su propia clínica de psicología en un cuarto que después, cuando a ella le diagnosticaron cáncer de mama avanzado, empezó a usarse como sala de estar.

Mientras golpeaba la piel dura del saco, recordaba lo que había pasado minutos atrás, la entrevista, el chico. Se preguntaba si realmente había hecho bien en darle su número de móvil. Creía que era muy precipitado, pero también que de no haberlo hecho... no tendría la posibilidad de volver a verlo, y era alguien aparentemente interesante. 

<<Si al final llegamos a tener una amistad espero que no le moleste la manera triste en la que vivo. Que ni para un simple desayuno, joder.>> Pensaba, se comía la cabeza mientras el sudor comenzaba a hacerse presente en su frente. 

¡Ding! sonó el timbre. Debby siempre tocaba por si acaso pero tenía llaves propias de no haber nadie en casa. Unas decoradas por ella en color azul oscuro, estaban algo desgastadas ya.

—¿Cual es la buena noticia? —Preguntó la mayor al contemplar la ilusión plasmada en el rostro de su hermana.

—Ya hemos organizado la excursión de fin de curso. —Decía levantando los hombros. Las comisuras de sus labios ascendían cada vez más—. Adivina donde vamos a ir.

—No tengo la más remota idea. —Negó torciendo la boca.

—Ciudad del amor y la amistad... ¿te suena? —Dijo con un tono tonto mientras se mecía y movía la cabeza de derecha a izquierda esperando una reacción por parte de su hermana.

—¡¿París?! —Alzó las cejas y su boca se entreabrió por la sorpresa—. Ahora entiendo tu emoción, joder. Me alegro tanto.

No dejó tiempo para que la pequeña hablase cuando ya se encontraba asfixiandola con los brazos. Debby necesitaba algo así, una experiencia nueva, algo que mantuviese su mente ocupada. Tenía un miedo constante a que los asistentes sociales viniesen por ella dada su minoría de edad, el estado de Monique la desanimaba cada dos por tres y el no poder consentirse en nada respecto a la comida le amargaba bastante. Lo que daría por comerse una simple onza de chocolate, o un paquete de patatas, o un maldito Donuts. 

Hayley escuchó toda la información que su hermana le daba sobre la excursión. Sería en tres días y los profesores llevaban planeandolo dos años sin decirles nada. Le alegraba saber que su hermana estaría bien atendida allí y no le faltaría de nada.

—Dejamos París para después que ahora tenemos que ir a echarle una visita a Moni. 

La menor se puso la mano encima de los ojos. Un rayo de sol le había dado de lleno iluminando sus mechas rubias, mechas naturales. Entró rápidamente en casa, dejó la mochila escolar y ambas pusieron rumbo en dirección al hospital.

—¿Crees que mamá se recuperará pronto? —Preguntó con un hilo suave de voz, parecía que iba a romper a llorar, y eso que hacía un momento no podía con la ilusión del viaje. Era recordarla y que su estado anímico diese un giro de noventa grados.

POV Hayley.

—Yo creo que sí... —Sonreí flojamente—. Bueno, sí, sí. Yo digo que sí, ¿qué dices tú?

Sus pies frenaron de golpe y le echó una mirada a Hayley. Una seria y brillante por las lagrimas que amenazaban con brotarle. Aun así, tras unos segundos, logró sonreír.

—Sí, digo que sí.

Después de un largo camino soportando las oleadas de calor y la ceguera por no llevar gafas de sol, llegaron. Debby entró por delante con cierta desesperación, pero no sirvió de nada porque antes tenían que hablar con la recepcionista para que les diese un permiso.

Labios de hieloWhere stories live. Discover now