En la boca del lobo, mejor dicho, en su casa. II

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DEBBY'S POV.

El día fue agotador, nos tuvieron de un lado para otro sin descanso. Los Franceses del grupo nos contaban a mi y a Ingrid anécdotas ocurridas en ciertos lugares que visitábamos por casualidad. Durante una hora, Morís nos dejó en libertad. Me sentí como un muelle perdido en el mar. ¿A donde ir? ¿con quien ir? tantas cuestiones sin resolver... Hice buenas migas con todos los del grupo, claro, todo esto exceptuando a Atreyu. Ese era su nombre, aunque sonaba dulce para su aspecto duro. Quién lo diría. Hablamos un poco cuando Ingrid se fue, guiada por Alejandro a tiendas de souvenirs. Acabábamos de llegar y ya estaba buscando detallitos para llevar a Los Ángeles.

-¿Por qué llevas coleta? -Me preguntó sin dejar de caminar, mirándome de reojo.

¿Qué? Mis hombros ascendieron ante lo que había dicho.

-¿Porque... sí? -Respondí dudando y él rió como arrepintiéndose de haberse expresado de esa manera.

-Me fijo mucho en todo a la hora de conocer a una persona y creo que tu cabello es muy bonito como para llevarlo amarrado. -Dio un suspiro al salvar la situación-. Espero poder verte con él suelto uno de estos días.

-No estoy acostumbrada a recibir halagos, Atreyu. -Fruncí el ceño, pero no de mala gana, y torcí la boca-. Bueno, sí de mis amigas pero...

-Tranquila. -Su nariz se arrugó al sonreír-. No estoy intentando ligar contigo. ¿O sí? -Levantó una ceja-. No, es broma, es broma. De todos modos, creo que eres preciosa y los halagos se inventaron para usarse con personas como tú. ¿Algo que reprochar?

Aceleré el paso y quedando frente a él, frené obligandole a hacer lo mismo con la palma extendida delante de su pecho, sin tocarlo. Ladeé la cabeza y sonreí cruzándome de brazos. Después formulé mi pregunta:

-¿Cuantos años crees que tengo?

-¿Diecisiete? -Preguntó con gran inseguridad.

-Quince... -Respondí algo temerosa-. Sí, lo sé, vas a retirar todo tú discursito coqueto.

Antes de que pudiese responder, una señora con supongo que prisa, me golpeó el hombro, esto hizo que mi cuerpo se echase hacia delante, pero pude reaccionar a tiempo para mantener la distancia considerable que tenía con el Francés. Por los pelos no me estrellé contra su pecho. Maldita señora. Me percaté de una presión en mis brazos y cuando quise darme cuenta, él quitó las manos. Me había agarrado para que no me diese de bruces contra su cuerpo. Maldita vergüenza.

-No voy a retirar el "discursito". -Marcó con énfasis y un toque de ironía la palabra final-. Te dije que no estaba ligando contigo... entonces, ¿qué problema habría?

Buen punto, Francesito.

Acabamos en el mismo lugar que Ingrid. Una tienda de, cómo no, souvenirs. Logró conquistar mi cartera una pequeña torre Eifel. Si bien era lo típico que podía uno comprarse a modo de recordatorio en París, esta figurita, dada su resistencia y material, podía ser grabada. Atreyu me acompañó por los pasillos un buen rato, ya que, siendo sinceros, me había costado elegir. No podía simplemente dejarme llevar por las gangas, no. Sin ni siquiera mirar los precios, algo en mi actuaba como imán hacia lo caro. Al final no importó mucho y la dependienta grabó en el culo de la torre el nombre de mamá. Le encantaría. Mientras la arreglaban a mi gusto me quedé esperando fuera con el ojos verdes, sentada en un banco. Dijeron que nos avisarían cuando terminasen.

Me incorporé en el incomodo respaldo de madera y subí las piernas rodeándolas con los brazos para después apoyar el mentón en las rodillas. Atreyu miraba la nada como no sabiendo qué decir. Era entendible, al igual que lo era en mi caso. Tanto Ingrid, como el profesor Morís, Alejandro y la otra chica de la que no lograba recordar el nombre, nos habían dejado solos. No era nada divertido... bueno, tampoco era algo desagradable pero había mucha tensión. Creo que empezó a haberla -al menos por su parte- al enterarse de mi edad. Cabía la posibilidad de que también solo fuesen paranoias mías y él fuese así normalmente. Callado, pensativo y encantadoramente guapo.

Labios de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora