XII

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Chapter Twelve: Monster

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Chapter Twelve: Monster






































            LA SANGRE NO SE IBA. Violet frotaba sus manos con fuerza, raspándose la piel hasta hacerla arder, pero las manchas persistían, oscuras y profundas, como si hubieran nacido con ella. El aire estaba cargado, espeso, y el silencio que la rodeaba no era el del Claro ni el del laberinto. Era otro tipo de silencio, uno que parecía observarla, juzgarla. A su alrededor, los muros se habían desvanecido. No había corredores, ni Shanks, ni compañeros. Solo ella, completamente sola, en un espacio que no reconocía, pero que parecía conocerla demasiado bien.

Avanzó con pasos lentos, sintiendo que cada movimiento la acercaba a algo inevitable. El suelo bajo sus pies era liso, blanco, sin imperfecciones, como si el mundo hubiera sido borrado y reescrito con una sola intención: mostrarle quién era realmente. Frente a ella, una figura apareció sin previo aviso. Una mujer de cabello rubio y corto, con ojos que brillaban como cuchillas. Su presencia era serena, pero había algo en su postura, en su mirada, que hablaba de guerra.

—Ya estás lista —dijo la mujer, sin emoción, como si simplemente estuviera confirmando un hecho.

Violet no respondió. No podía. Su garganta estaba cerrada, atrapada entre el miedo y la certeza. Miró sus manos otra vez. No era pintura. No era barro. Era sangre. Y no era ajena. Era suya. O al menos, eso parecía.

La mujer se acercó, y al tocarle el rostro, Violet sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Era como si ese contacto despertara algo dormido, algo que había estado esperando el momento justo para salir. La palabra comenzó a resonar, primero en sus oídos, luego en las paredes invisibles que la rodeaban, y finalmente en su pecho, como un tambor de guerra que marcaba el ritmo de su destino.

Blodreina. Blodreina. Blodreina.

No sabía qué significaba. No sabía por qué la reconocía. Pero la palabra se sentía como una herida vieja, como un nombre que había sido enterrado y que ahora exigía ser recordado. Violet gritó, pero no por miedo. Gritó por rabia, por impotencia, por la certeza de que algo dentro de ella estaba cambiando.

La mujer desapareció, y en su lugar apareció un espejo. En él, Violet vio una versión distorsionada de sí misma: ojos rojos como brasas, una armadura negra que parecía hecha de sombras, y una corona de espinas que se hundía en su frente. La figura sonreía, y en esa sonrisa había poder, pero también condena.

—Soy un monstruo —susurró Violet, con la voz quebrada.

Y el reflejo respondió, con una calma que le heló el alma:

—No. Eres la reina de ellos.

El mundo volvió a girar. El suelo tembló. Y Violet cayó de rodillas, con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar.




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