El tormento que causaba la palabra "coma" se arremolinó alrededor de Sebastian envolviéndolo en un mar de preocupación. Era como si le hubieran dado un puñetazo directo al estómago. El dolor que le causaba el nudo que atenazaba su garganta no tenía nombre.

En términos generales, sabía qué era un coma, pero a ciencia cierta desconocía su significado. Todo lo que sabía es que las personas que lo habían sufrido podían despertar o podían no hacerlo y todo lo que restaba era desconectarlas y dejarlas ir.

¿Por qué? ¿Por qué de todas las personas disponibles en el mundo para matar tenía que ser precisamente Ginger?

Si de cosas horribles que pensar se tratara, esa era una. Horrible, pero cierta.

Mantuvo a Ginger fuertemente abrazada contra la calidez de su cuerpo hasta que escuchó pasos apresurados a su espalda y el repiqueteo de un par de tacones.

—Dios mío ¡¡GINGER!!

Una mujer lo apartó de un inconsciente empujón y rodeó a Ginger con los brazos.

— ¿Qué te hicieron, preciosa?

La mujer levantó sus ojos verdes arrasados en lágrimas y cruzó la mirada con los de Sebastian qué también estaban enrojecidos e hinchados.

El parecido con Ginger era más de lo que él podía soportar.

Su madre era idéntica a ella.

Inmediatamente  acudió en tropel un pequeño ejército de enfermeras. El tiempo pareció transcurrir en cámara lenta mientras Sebastian observaba cómo metían las manos para subir el respaldo de la camilla, colocarle a Ginger una máscara de oxígeno e introducirle una espantosa aguja en el interior del codo que conectaba a una pequeña bolsa de suero, el cual colgaba de un soporte anexo a la camilla.

Inerte se la llevaron a una sala con un letrero de << Sala de emergencia >>

La madre de Ginger cerró la puerta justo en el momento en que Sebastian iba a entrar.

Todo era tan irreal.

Recargó la espalda contra la fría puerta de latón y dejó que su cuerpo se deslizara hasta quedar sentado en el suelo.

Por alguna extraña razón, comenzó a recordar los pocos momentos que había pasado con Ginger. Hace una semana ella le había cerrado la puerta del mismo modo en que se la cerró su madre. Hay mañas que se heredan.

En contra de su voluntad, la comisura de su labio se elevó en una triste sonrisa, acto seguido se llevó las manos a la cara apretándose los ojos para que no saliera ni una sola lágrima... pero ya se le había escapado una, descendiendo por su mejilla y rompiéndose contra el piso.

 pero ya se le había escapado una, descendiendo por su mejilla y rompiéndose contra el piso

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Sebastian estaba soñando. Y en su sueño, una luz al final del túnel bailaba de un lado a otro.

—Yujuuu...

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora