Sí, claro

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Sí, claro.

De alguna manera era predecible que Keyra no le dirigiera la palabra a Ginger sin Sebastian pululando a su alrededor.

La normalidad volvió a reinar en toda la semana.

Ginger se sentía paranoica. Salía todas las noches al jardín esperando verlo arrojando piedritas a su ventana, se emocionaba cuando oía ruiditos en el cristal pero su sonrisa se desdibujaba al comprobar qué solo se trataba de la lluvia tamborileando.

Todos los días le dejaba un tazón hasta el tope de leche, y aunque amanecía vacío, no  estaba muy segura de sí se trataba de Sebastian, bien podía tomársela otro gato.

Su corazón se encogía solo de pensar en Sebastian muriendo de frío, siendo atacado por una jauría de pitbulls  rabiosos o estando atropellado en medio de la carretera sin que nadie levantara su cadáver...

Comenzaba a enterrarse la idea de que había sido la culpable. Sus malditos problemas existenciales alejaron a Sebastian y ni siquiera le había dado la oportunidad de hablar, de conocerse mejor, de ser amigos, de ser...

Cerró los ojos con fuerza.

<< Bruta, tonta, torpe, estúpida, inmadura, idiota >> se repetía ese mantra constantemente pues la única cosa que parecía buena en su vida se había desvanecido.

El peso de la culpa caía como cien ladrillos y lo único que deseaba era volverlo a ver para pedirle perdón, con la posibilidad de que no se lo concediera, de que no quisiera verla nunca más.

Abrió los ojos y miró su reflejo en el espejo.

— Ginger, estás preciosa —la señora Kaminsky miraba su reflejo con ojos brillantes.

Ginger apenas se reconocía. Había una extraña en su espejo, mirándola fijamente.

Se acercó más hasta que la punta de su nariz chocó con la de la chica que  reaccionaba exactamente igual que ella.

No, imposible...no podía ser ella.

—Oh, Dios, siempre supe que  algún día te convertirías en una hermosa señorita y yo... y yo...—se le quebró la voz—, disculpa —dijo llevándose una mano a la boca y jaló un pañuelo desechable de la caja.

Ginger, totalmente ajena al drama, le dio unas palmaditas en el hombro con aire distraído.

Kamy se sorbió la nariz con fuerza.

—Voy por la cámara, ¡no te muevas!

Cuando estuvo sola, Ginger se puso de pie y caminó vacilante al espejo de cuerpo completo que estaba anexo a una de las puertas del ropero.

Se quedó  perpleja, pasmada, anonadada. Con la mandíbula desencajada.

Estaba... hermosa.

Sin duda Kamy había hecho un trabajo increíble con ella y le estaría agradecida de por vida.

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora