| D ᴜ ᴇ ʟ ᴏ s |

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Mientras hablaba, mi atención se desvió hacia otro chico, apartado, apoyado contra un poste. Me observaba en silencio, con los brazos cruzados y una mirada que no decía nada... pero tampoco se apartaba de mí. Más tarde supe que se llamaba Caelum y que, según decían, era problemático.

La rutina comenzó pronto: correr, entrenar, recibir órdenes de los instructores. Víctor siempre estaba cerca, asegurándose de que siguiera las reglas, dándome consejos que a veces sonaban más a órdenes. Caelum, en cambio, no decía una palabra, pero en los ejercicios físicos siempre estaba entre los mejores.

Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Una tarde, después de que lo superara en una carrera de obstáculos, Víctor dejó escapar una sonrisa tensa.
—Tienes suerte de que no sea una prueba importante —dijo, pero sus ojos tenían una chispa de molestia.

Caelum, en cambio, se me acercó después, con una media sonrisa rebelde.
—No está mal para un novato. Pero no creas que me vas a ganar siempre.

Ese fue el inicio. Entre retos, bromas y miradas cómplices, Caelum y yo comenzamos a entrenar juntos, siempre tratando de superar al otro. Víctor, en cambio, empezó a alejarse, y su amabilidad inicial se tiñó de un orgullo herido que nunca terminó de disimular.

☽︎☾︎

Volví al presente con una risa corta.

—Al final... fuiste tú el que terminó siendo mi amigo más cercano en ese barco.

Caelum sonrió, con esa mezcla de orgullo y picardía que le era tan propia.
—Más cercano... y más rápido, ¿recuerdas? No podía dejar que me ganara un mocoso recién llegado.

Nos miramos un segundo, y el ambiente se llenó de esa complicidad de quienes han compartido batallas, entrenamientos y, sobre todo, muchas travesuras.
—Vamos, antes de que empiecen sin nosotros —dijo él, guiándome hacia la puerta que llevaba al comedor.

Las voces y el olor de la comida caliente nos envolvieron mientras entrábamos.

Al final de la cena, Víctor deslizó dos carteles de búsqueda delante de mí.

—Antes te mencioné que buscamos a algunos criminales, ¿recuerdas? —asentí, observando ambos carteles. Por suerte, ninguno tenía mi cara.

—Bueno, si ves a este par, ten cuidado y contacta a la marina si es posible.

Miré los rostros impresos: uno parecía un hombre fornido con cicatrices marcadas en la cara; el otro, más joven, tenía una mirada fría que me erizó la piel.

—¿Qué tipo de criminales son? —pregunté, más por curiosidad que por intención de buscarlos.

—Solo sigo órdenes... —dijo Víctor— Pero los rumores dicen que son ladrones, secuestradores de niños y que atentaron contra una iglesia.

Alcé una ceja; los rumores eran demasiado específicos. ¿Cómo podía alguien saber algo así sin pruebas claras? La idea de que estas personas estuvieran sueltas me puso alerta, aunque fuera poco probable que los encontrara.

—Vaya... —murmuré, guardando los carteles— Mejor mantenerme atento, entonces.

 —murmuré, guardando los carteles— Mejor mantenerme atento, entonces

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