Yo te absuelvo

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Afortunadamente la hacienda de Sanderti quedaba alejada de Little Rock. El conductor dejó al pasajero a quinientos metros, después partió. La joven miraba con recelo el destino. Nauseas y arcadas aparecieron en ella cuando una mujer en Palestina la había bendecido; una simple mujer con un fe sincera y estaba a punto de colocarse en manos de un mortal con Fe, capaz de enfrentar demonios y regresarlos al Tártaro, una difícil decisión, entrar o no hacerlo.

***

Miraba por última vez el camastro, jaló un par de cadenas para comprobar la resistencia. Lentamente se atavió conforme a la situación. Era un trance por el que su alma había pasado innumerable cantidad de veces, pero aún sentía temor, sentimiento que tenía que eliminar, si deseaba enfrentarse a Legión. Buscó coraje en lo único que podía reconfortarlo en esos momentos. Se hincó, cruzó el pecho con la señal que redime los pecados y comenzó a orar.

***

Había tomado una decisión; la llovizna daba un ambiente apropiado, la puerta se abrió; durante unos segundos dudó, después entró.

«Ya no hay marcha atrás", se dijo a sí misma.

***

Sanderti no sabía a qué se enfrentaba. Como exorcista había visto manifestaciones perversas, nefandas, aviesas; pero nunca algo como lo que esa joven hizo. Reconstruir el tejido dañado y evitar la muerte ante un disparo que hubiera matado a cualquier ser vivo.

—Señor, dame fuerzas para ayudar a tu hija —suplicó a Dios.

Culminó su oración; también para él no había ya marcha atrás.

***

Mériac esperaba sentada en un love seat color púrpura, cuando Sanderti entró a la habitación. Sólo los libros serían testigos, la habitación era parecida al estudio de Nicolás. Cada estante llegaba de piso a techo, cubría cada pared, sólo se podía intentar adivinar qué color tendrían los muros tras esos libros.

El rostro de Sanderti se veía contrito. Pese a tratar de mantenerse estoico, ya no era el mismo de hace veinte años. Temía que la edad hubiera no sólo avejentado el cuerpo, sino la entereza también.

—Antes de iniciar ¿Eres católica, hija? —preguntó con cierto recelo.

—Sí padre —respondió con firmeza.

—Bien, entonces te daré confesión a tus pecados.

—Ave maría purísima.

Mériac dudó unos segundos.

—Sin pecado concebido —contestó con tono dubitativo.

—¿Hace cuánto que no te confiesas, hija?

—Demasiado —respondió avergonzada.

Incluso cuando era mortal no acostumbraba ir a la iglesia.

—Hagámoslo sencillo, será como una plática. Dime tus pecados.

«Decirle mis pecados", pensó. Mériac hurgaba con ingenio la forma de poder confesarse sin la necesidad de revelar lo que era.

—Hace cuatro años, tuve contacto con una criatura de la noche. Me poseyó para inducirme en un submundo más allá de todo lo imaginable.

—¿Un sucubbus? —preguntó intrigado.

«Empezamos bien", pensó y prosiguió:

—No, padre... más bien, no lo sé. A partir de esa noche toda mi alma cambió y ha sido arrastrada en una vorágine de pecado y destrucción.

—¿Por qué no buscaste ayuda? —preguntó con interés.

—No lo sé, he cometido actos tan perversos que sólo han ayudado a lograr que ese demonio que habita en mí cada noche se apodere de mi ser.

—¿Ese demonio? —preguntó con desconcierto— ¿Sabias que estabas poseída por algún caído?

«¡Diantre!", pensó «primer metida de pata, ya hable del Demonio Interior».

—Es bueno darle nombres a las cosas, así podremos encararlas—agregó Luca afable.

—Sí... padre, he robado, destruido y... asesinado; he cegado demasiadas vidas; cada noche que despierto es muy probable que muera alguien en mis manos.

—¿Cada noche que despiertas? —cada pregunta era hecha con mayor intriga.

«¡Me lleva!, ya van dos", pensó por la falta que había cometido

—Así es padre, con ese huésped en mi cuerpo, ya no tolero la luz del sol y sólo puedo andar de noche.

—Un demonio que te obliga a vivir de noche, nunca había visto algo así —comentó más para sí mismo que para Mériac.

—¡Padre, necesito ayuda! El tiempo se termina, antes de perder el control por completo.

Sanderti se puso en pie, Mériac lo veía hacia arriba, sentada en el mullido love seat púrpura.

—¿Estás arrepentida? —preguntó con severidad.

La mano del sacerdote se colocó sobre la frente de Mériac. Las palabras hicieron eco en su cabeza, la diestra parecía un tizón; voces en coro gritaban alabanzas que le laceraban los oídos, todo el espacio se llenó con una luz celestial; esa luz procedía del cuerpo de Sanderti, no pudo evitarlo y gritó.

***

Un bramido lleno de angustia y dolor; la frente mostraba un escozor con la figura de la mano del sacerdote; un leve humo gris emanaba de la marca.

—¡Dios nos ampare! —exclamó Sanderti sorprendido—. Nunca había visto tal nivel de posesión —tomó el flácido cuerpo de Mériac por los hombros—. Hija, necesitas decirlo.

Incluso sin muestra de realizar algún rito, las manos del sacerdote la quemaban.

—¡Hijo de perra, suéltame o te drenaré hasta los huesos!—conminó con odio.

La voz resonó en la habitación, los ojos se tornaron pálidos con vetas amarillas.

—No te temo porque el Señor es mi pastor, deja que hable el alma que aprisionas; deja que se arrepienta de sus pecados, en el nombre de Dios... ¡te lo ordeno!

El cuerpo de Mériac se convulsionó. Una arcada la hizo vomitar bilis, la última vez que había pasado eso tenía sólo cuatro semanas de ser inmortal y sin pensarlo dio un mordisco a un taco.

La joven recupero el control de nuevo, mareada y débil logró sujetarse del sillón; miró directo a los ojos al sacerdote.

—Sí... me arre..piento de todos... mis pecados.

Una nueva arcada contorsionó el cuerpo con violencia, y cayó al piso frío.

—Entonces hija. En nombre del poder único y divino que se me ha conferido y sobre todo en nombre de Dios que es el único que libera de los pecados el alma que así lo solicita —sacó un pequeño frasco de entre las ropas.

Mériac miró con horror el frasco que brilló como el sol. Intentó detener la acción del sacerdote.

—En nombre del Padre.

Roció una vez el cuerpo, las gotas parecían fuego líquido; socarraron la piel y abrieron heridas en ella, el humo emanaba como si fuera hojarasca al fuego.

—¡Detente! —suplicó.

—En el nombre del Hijo.

Una nueva oleada de diminutas gotas la escaldaron, el dolor rebasaba los límites de la cordura.

—Y del Espíritu Santo.

Mériac se puso en pie, tenía los colmillos alongados y cubiertos con una saliva sanguinolenta, la acción hubiera asustado a cualquiera, pero Sanderti ya estaba acostumbrado a ese tipo de escenas. Estoico ante el hecho, extendió la mano para cubrir por completo el rostro de la joven, el humo brotó con mayor intensidad.

—Yo te absuelvo.

Mériac cayó sin sentido.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora