Confrontación

44 1 0
                                    

Las horas avanzan lentamente, el sonido de una guerra anunciada inundó la ciudad; la policía estaba intrigada, iniciaron infructuosos operativos para detener la hecatombe; Valdus contemplaba arder el viñedo invadido por los cruzados, representaban una cantidad inferior a los contrarios, pero las manadas rebeldes eran fuertes, si había que hacer algo, debía hacerse ya.

***

Beto corría por las calles pero no importaba qué tan rápido lo hiciera, tarde o temprano sería alcanzado, no hay forma de escapar, ella lo huele, percibe su miedo, la adrenalina que fluye en él, no hay forma. Huir sólo alargaría la agonía provocada por el miedo.

Da vuelta a una esquina y queda frente a ella. Se detiene y decide aceptar el destino, siente una garra en el cuello, una mano similar a una prensa de hierro frío. Corta la respiración, fauces que se abren para mostrar cuatro alargados incisivos; usualmente sólo usan los colmillos superiores para causar una herida directamente en alguna vena importante; sin embargo, cuando son poseídos por el Demonio Interior usan los cuatro, un vampiro en ese estado no razona, simplemente desea alimentarse, los convierte en monstruos despiadados. Morderá y será el fin, sólo pide a Dios que no sea muy doloroso.

***

El renegado escuchaba por quinta vez el tono de ocupado en el aparato. El nerviosismo iba en aumento.

—¡Maldita bruja! —maldijo aterrado mientras colgaba el teléfono.

Hacía cerca de una hora que el edificio en Enrique Díaz de León estaba incomunicado, ningún tipo de información salía o entraba. Toda línea de comunicación estaba truncada. Varios renegados estaban ya extintos, sólo quedaba él en pie. Parados sobre los edificios aledaños, como una macabra parvada de cuervos, un grupo Volvalio rodeaba el edificio, pero no se decidían a entrar.

«¿Qué esperan esos brujos para entrar?", pensó nervioso.

La puerta comenzó a crujir, cada vez más fuerte, hasta que cedió por completo. Era ella, seguida de un séquito de cuatro inmortales.

—Hace siglos que no te veía Andreé —comentó con una sonrisa lacónica.

—¡Mónica, qué placer verte! —repuso con miedo.

—Nunca en mis ochocientos años me imaginé que te volverías un renegado, sabes que siempre te tuve cierto aprecio.

Buscaba una salida, pero solo había dos: se tiraba por la ventana o la enfrentaba, y la primera opción era más tentadora.

—Bueno... tú sabes, el regente quería mi cabeza y nadie estaba dispuesto a ayudarme.

—Andreé yo te hubiera ayudado —respondió afligida—. Ahora eres un traidor, pero... yo puedo ayudarte a revindicarte, dime algunas cosas que quiero saber y tendrás mi ayuda.

—Tú sabes que no puedo... el pacto me lo impide —tartamudeó presa de los nervios.

El pacto cruzado era un ritual que dio inicio años después de la noche llamada la Gran Revuelta en Estambul, cuando el movimiento rebelde nació; al ser un grupo de renegados inmortales sin principios o pilares que mantuviera la cohesión entre los miembros la unidad de los rebeldes se veía comprometida. Antonio de Casares tuvo contacto con un libro antiguo, de el aprendió las runas y el proceso para uno de los secretos más celosamente guardados del Gran Consejo: El yugo.

Durante miles de años sólo una elite de vampiros tuvo acceso al ritual; usado para someter a los inmortales y reducirlos a meros esclavos sin voluntad; Antonio de Casares tuvo a bien idear un ritual —parecido al yugo, que generó el odio que desató la gran revuelta—, se vertió la sangre de cada vampiro rebelde en un caldero previamente preparado con las runas del rito que sometió a Natael a una esclavitud de un siglo en Sippar, al final todos bebieron de ella, el proceso se repitió durante varias noches. No había tradiciones o pilares, sólo un lazo de hermandad duro e inflexible; una variante eficaz del yugo; la diferencia era que todos estaban atados a todos, como hermanos de sangre. Lo que una vez odiaron ahora los mantenía firmes y fuertes ante sus enemigos.

MériacWhere stories live. Discover now