Encuentros

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—Según recuerdo —hizo una pausa—, la última vez que nos vimos dijiste que me destruirías o te destruiría; bueno, mocosa, ese momento ha llegado.

—Sommelier... no podrá detener a los Dioses Sumerios... el N-0 no ha sido terminado, podrá detener a los patriarcas y regentes, quizás hasta al Gran Consejo, pero nunca a los Dioses Sumerios.

—De eso se encargarán los renegados.

—¿Qué?

—Realmente son estúpidos —sonrió con sorna— ¿Quién crees que le dijo a ese atajo de salvajes acerca de las reliquias del Padre Oscuro? Ellos detendrán a los hijos de Natael, posteriormente yo los eliminaré.

Mériac buscaba afanosamente una salida, pero no había tal. Nada con qué defenderse, estaba sola ante un inmortal que la superaba en poder.

—Voy a devorarte Mériac, me tragaré tu alma —conminó.

—Antes dime ¿Por qué no me asesinaste esa noche? —preguntó desconcertada.

Sonrió.

—Desde que salí de la cripta y perdí todo mi prestigio en la Sociedad Inmortal, pensé en encontrarte y eliminarte —avanzó con parsimonia hacía ella—; sin embargo, reflexioné en por qué me dijo eso Outis. Si era la única oportunidad de la humanidad, al decírmelo la condenaba. Él deseaba que yo te asesinara, quizás porque no quería hacer el trabajo sucio. Decidí mejor tenerte bajo mi control cuando te tuviera a mi alcance

—Pero... me envenenaste.

—Tenía que obligarte a pedirme la conversión para que tu sentimiento de culpa fuera mayor y crearte una dependencia hacia mí ¡Eres tan predecible mocosa! —agregó con sorna— Yo ayudé con dinero a Jessica a formar la compañía cuando me di cuenta de su existencia; yo le informé acerca de ti e hice que te llegara esa página con nuestro test; incluso yo ordené que fueras destruida por Jessica en la cámara. De no haber sido por el imbécil de Kurchenko habrías dejado de existir esa noche, porque para entonces ya me resultabas un estorbo en lugar de serme útil —caminó hacia ella—. He estado al pendiente de tu existencia desde que eras un bebé, y ahora, mocosa, seré yo quien te envié al otro mundo.

***

Aprisionó del cuello con la diestra. La superaba en fuerza; lentamente dejó de tener contacto con el piso. Los pies oscilaban quince centímetros sobre el piso.

—¿Crees que tengo miedo a los Dioses Sumerios? Este complejo está construido sobre uno de ellos.

—¡Estás loco Nicolás! —gritó con desesperación— ¡No puedes contener el poder de los hijos de Natael!

—¡Claro que podré! —sonrió—. Ahora resulta que puedes ver el futuro.

—Ella no, pero yo sí —respondió alguien del otro lado de la habitación.

***

—¡Outis! —Nicolás vio con odio al recién llegado— ¡Por tu culpa llegué a esto! Hoy tanto ella como tú conocerán la extinción final.

—Nicolás, no eres sino un peón dentro de un gran juego de ajedrez, no fue casualidad que tú me encontrarás, como tampoco lo fue que encontraras a Mériac; es verdad que me sorprendiste cuando la convertiste. Yo esperaba que la asesinaras, pero bueno, tienes razón, nadie puede ver el futuro. Ni siquiera yo.

—¿Cómo dices? —preguntó Nicolás intrigado.

—Que nadie puede predecir el futuro, al menos no de manera exacta; el futuro se construye en base a las decisiones sumadas de todos los individuos. Podemos ver las realidades posibles, y con una gran certeza, predecir algunos acontecimientos; pero, no el futuro en su totalidad.

—¿Y cómo supiste de todo esto?

—Ah... muy fácil... yo lo diseñé todo dentro de un gran plan maestro. Yo le di cierta información al padre de Jessica, con ello pudo iniciar una investigación a fondo; posteriormente yo lo asesiné, así ella despertó un odio hacía los preternaturales. Con ayuda de unos brujos logré incrementar su capacidad intelectual y la guié para convertirse en la Jessica que hoy conocemos; igual con Mériac. Su mente fue alterada desde que estuvo en el útero. Su padre fue miembro de una larga tradición de brujos, recibió la educación y el trato propio para reducirle la autoestima, pero aumentar las capacidades intelectuales; por órdenes mías los padres de Mériac la trataron con desprecio y desamor. Teníamos que convertirla en nuestra cenicienta. Yo esperaba que asesinaras a Mériac para poder reanimar su alma dentro de Jessica.

Sommelier e hija estaban perplejos.

—Es tiempo de iniciar una guerra donde los preternaturales serán abatidos por los Dioses Sumerios —comentó Outis con apatía.

—¡Pero... eso será el fin de todo! —advirtió Mériac a manera de súplica.

—¡No! —corrigió Outis con severidad—; será el nuevo inicio, ya estoy harto de ver estas estúpidas guerras de poder; ya es tiempo que el final llegue para dar inicio a una nueva era.

—¿Eso crees? Ni siquiera los Antiguos podrán contra los inmortales que posean las reliquias. Destruirán a los Dioses Sumerios —repuso Nicolás.

—¡Ah!, te refieres a los trozos de piel a los que te guié hace trescientos años.

Mériac veía cómo la obnubilación, producto del miedo, se apoderaba del sommelier. Todo fue elucubrado por Outis y ahora el plan estaba por llegar a la apoteosis.

—Me parece bien detener el conflicto entre vampiros, pero... ¿Por qué matar mortales inocentes? —preguntó Mériac abatida.

—Siempre hay un pago en sangre. Los mortales que sobrevivan verán una nueva forma de vida —contestó estoico.

—No... puedes regir nuestros destinos como si fuéramos niños, ni que fueras...

Mériac se interrumpió y abrió la boca; Nicolás la soltó. Ambos ahora tenían miedo; un desasosiego ingente se apoderaba de ellos.

—Tú...—repuso Nicolás.

—En efecto, Nicolás, el inmortal que yace bajo el concreto y acero, el vampiro que duerme aquí abajo y al que yo sutilmente te guíe soy yo, el primer pago de sangre, quien pactó en la vendimia con Dalhan para convertirse en su embajador de muerte en todo el mundo.

—¡Dios mío! —Mériac por fin pudo hablar— ¡Eres Natael!

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora