Reflexiones en la noche III

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Lo llaman Ambrosía también, en alusión a la bebida mítica, pues quien la prueba asegura que el sabor extasía los sentidos y enloquecen para volverse adictos.

Sentir el vino inmortal tan potente pasar por tu garganta es avasallador, pero sobre todo el paso etéreo del alma sempiterna esclaviza a los bebedores y los obliga a consumir más y más.

El peor pecado que podemos cometer es devorar el alma de otro vampiro; nos condena y aparta del resto. Pero los regentes, patriarcas o urieles tienen permiso para hacerlo. En ambos casos es decisión propia hacerlo o no. Yo no tuve opción.

Canibalizar a Gabriel fue perverso. La sangre no tenía el sabor dulce que cuentan los libros, y del cual somos prevenidos por nuestros sommelieres acerca del suculento sabor de la sangre inmortal. Resultó amarga como el ajenjo. Tenía un alma llena de maldad que se remolina en mi interior y se niega a desaparecer; los recuerdos latiguean mi mente. Veo cada crimen cometido por ese renegado: niños, mujeres embarazadas, clérigos, y podría seguir con una lista interminable.

Sus sentimientos se mezclan con los míos. Estuve a punto de devorar a mis amigos, he sentido al Demonio Interior impeler con más fuerza en mí. Contaminó casi todo lo bueno que en mí quedaba.

Esa noche volví a morir, al igual que esa otra noche en la biblioteca de Nicolás. La oscuridad me acecha como león a la presa. Estoy comenzando a ser la vaca que ya no recuerda que fue vaca alguna vez.

Ese grupo de vagos se acerca a mí. Sé muy bien que no es un lugar muy seguro, menos a estas horas.

¿Qué pretenderán?

Sólo robarme o algo más.

¿Por qué ese extraño no me dejó morir durante el amanecer?

Me rescató de un destino mejor. Era sólo esperar unos cuantos segundos más, no creo tener el valor para intentarlo de nuevo ahora que conozco el dolor, que va más allá de la razón.

Ya están más cerca, los puedo oler, adrenalina; hay quienes disfrutan ese sabor en la sangre.

Gabriel lo hacía.

Tendré que hablar con mi sommelier, no lo veo desde hace años, después de mi presentación me dejó como un adulto dentro de la familia y abandonó la ciudad.

¡Qué buen padre resulto ser!

Tengo hambre, no he comido en toda la noche y el amanecer se acerca. Son cuatro, con eso deberá de ser suficiente.

Pero ¿Qué estoy pensando? ¡Esa no soy yo! Sólo beber lo necesario era mi forma de pensar, mas ahora no puedo controlarlo como antes; los sentimientos de Gabriel se confunden con los míos, están demasiado cerca, los puedo oler.

Se acercarán y dirán: "¿Qué haces tan solita?"; todo pasará rápido, para su bien sólo unos cuantos segundos de angustia y listo. Para ellos acabará; pero para mí es un eterno castigo, una agonía perenne, un hambre que no termina nunca de saciarse.

Necesito respuestas y ayuda, pero no hay quién me dé lo que necesito, no hay quién me aconseje; sólo tengo soledad en medio de esta eternidad de sangre y cenizas.

Es hora de comer, lo haré rápido, tendré piedad de ellos, no sufrirán. Haré mi rutina de todas las noches para al final quedarme sola y vacía, como siempre. Dagas que intentarán cortarme, pero no hay herida tan profunda como la que Gabriel grabó en mi ser, es hora de comer, está por amanecer.

—¿Qué haces tan solita? —escuchó preguntar con sorna a uno de esos vagos.

Son tan predecibles.

—Estoy esperando mi alimento.

Sus ojos me miran con miedo, creo que no esperaba esa respuesta.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora