Secretos al descubierto

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La claridad volvía, le parecía curioso soñar, a pesar de ser una vampira. Se preguntaba de manera recurrente si así sería la muerte, un eterno sueño. Si te habías portado mal sólo pesadillas serían los habitantes, no dulces y hermosos sueños.

Les tomó toda la noche el viaje, quizás hasta parte del día. Con la llegada del sol, cayó en el pesado sueño de los sempiternos y no tenía idea de qué había ocurrido.

Los ojos se abrieron, pero tuvo que cerrarlos de nuevo. La claridad de la habitación era ingente.

«Al menos tuvieron la consideración de permitir que conservara mis anteojos", pensó aliviada, al darse cuenta que aún los tenía puestos.

Una habitación de aproximadamente quince por quince. No tenía esquinas, éstas se encontraban redondeadas. La luz parecía emanar de todas partes y de ninguna. No pudo ubicar una fuente que generara esa luminiscencia. No tenía ya las esposas, pero si un extraño collar en el cuello. Un bufido hizo que mirara hacia la derecha, se reculó de espaldas contra la pared opuesta.

***

Frente a ella, una inmensa criatura la veía con un profundo odio inyectado en los ojos. Una respiración jadeante mostraba toda la furia contenida en esa enorme masa muscular; tendones que se tensan, escuchaba cada fibra de los tejidos contraerse, energía lista para estallar en cualquier momento, ella sólo alcanzó a balbucear, presa del miedo.

—¡Un... hombre lobo!

***

Esos segundos le parecieron horas. Solo esperaba el golpe que pusiera fin a su existencia con esas afiladas garras; pero, para sorpresa, el lucar seguía en el mismo lugar. Miró con mayor detalle y descubrió una pesada cadena que contenía la furia de la bestia, Mériac se tranquilizó.

—¿Sa... bes quiénes nos tienen aquí? —preguntó tímidamente.

—¡No! —respondió tajante.

Se acercó para tomar asiento frente a él. Ver a un lucar de esa magnitud y continuar con vida era una oportunidad única en la existencia de un vampiro.

—¿Llevas tiempo aquí? —preguntó con ávida curiosidad.

—¿Eso qué demonios te importa, muerto andante? —respondió concluyente.

—En realidad si me importa. Veras, creo que si nos ayudamos podremos salir de aquí.

—Es tarde para mí —agregó resignado.

—¿Tarde? ¿Qué dices? Aún sigues vivo —comentó desconcertada.

—Ellos han sacado información de mí. He traicionado a mi manada, mejor hubiera muerto que haber caído aquí —dijo, decepcionado por su falta.

—Pero si escapamos podrías avisarle a los tuyos y...

—¡Cierra la boca! —conminó categórico— ¡Maldito cadáver, no voy a cooperar con una aberración a la naturaleza como tú!

—Es la única opción que tenemos, o nos ayudamos o...

No pudo terminar la frase, una fuerza colosal la jaló contra la pared; trató de resistirse pero era imposible, una extraña fuerza la pegó al muro. Una puerta se abrió en la pared opuesta, la apertura simplemente apareció y desapareció de la misma forma, por ella entraron dos extraños, un hombre de cincuenta años y una mujer que rebasaba los cuarenta.

Ella vestía una bata color azul, en la mano izquierda sostenía lo que parecía ser una libreta de anotaciones, zapatos de piso y pantalón de vestir en color gris Oxford. El cabello rubio platinado, corto —apenas por debajo de la nuca— en capas y lacio. Ojos color azul plomizo, llenos de orgullo y alegría al mostrar a los "invitados". El porte mostraba toda la soberbia y confianza que habitaba en ella, sabía que tenía controlada la situación —una situación fuera de lo común—, conocía muy bien la naturaleza del par de prisioneros. La piel blanca, pálida por la falta de exposición al sol, parecía fundirse con las mangas del mismo color de la bata.

MériacDonde viven las historias. Descúbrelo ahora