-Uh.. –Ella tragó saliva y se quitó la chaqueta. Llevaba una simple camiseta blanca. –De comprar tabaco.

-¿Tú te crees que soy gilipollas? –Le dije separándome de la pared, mirándola llena de ira.

-¿Qué dices? No he hecho nada. –Dijo ella negando, y bajé las escaleras hasta quedarme frente a ella.

-¿De verdad crees que soy tan estúpida? –Apreté la mandíbula y ella negó. –Llevas haciendo esto durante semanas.

-¡No he hecho nada! –Dijo Lauren separándose de mí, y le di con los dedos en el hombro.

-Y POR QUÉ DESAPARECES ASÍ TODAS LAS PUTAS NOCHES. –Grité enfadada, comenzando a llorar. –Dame una explicación coherente y lo dejaré pasar.

-No puedo. –Dijo ella mirándome a los ojos. –Dudas de mí. Estás dudando de que te quiero. –Se rio Lauren y negó mirándome. –No puedo decirte qué hago, pero dudas de mí, Camila. ¡Estamos casadas! –Levantó la mano con el anillo y le di un guantazo en la cara. Claro que dudaba de ella.

-¿Tú qué cojones pensarías, Lauren? –Dije sollozando, y ella apretaba la mandíbula, comenzando a enfadarse. –Tu mujer se levanta todas las noches durante tres horas, y cuando vuelve es como si nada ha pasado. –Reí un poco limpiándome las lágrimas. –DIME. –La empujé con un toque en los hombros. –Si has tenido a una hija y casi no podías tener sexo durante tres meses, y tu cuerpo ya no es el mismo que era antes del embarazo, y estás gorda. Y piensas: 'es normal que se vaya, porque yo ya no valgo la pena'. Y casi no podemos ni tener sexo porque tenemos a nuestra hija. –Mi respiración estaba agitada y Lauren se dio la vuelta, pasándose las manos por el pelo.

-¡¡Te quiero, joder, Camila!! Me importa una puta mierda como estés, NO TE HE PUESTO LOS CUERNOS. –Comenzó a gritar, con un tono rosado en su rostro y los ojos tan enfadados como los míos. –SI TANTO TE MOLESTA TU PUTO FÍSICO VE A ARREGLARLO EN VEZ DE QUEJARTE, JODER. A mí me gusta, te quiero así y te lo he repetido como mil veces, pero en tu cabeza no sé qué coño está pasando últimamente. –Bufó con una mano en mi sien, que aparté de un manotazo cuando estaba llorando.

-Así que debo arreglar mi físico, ¿no es eso? –Dije con un hilo de voz, cruzándome de brazos.

-Sólo escuchas lo que quieres. –Ella negó, y yo me limpiaba las lágrimas de las mejillas. –No me escuchas cuando te digo nada. –Lauren se giró y abrió la puerta.

-Eso, vete, es lo único que sabes hacer. –Gruñí en voz alta, escuchando el portazo crujir casi la pared y cerré los ojos, comenzando a llorar de nuevo.

Nunca había tenido peleas con Lauren, jamás. Ni siquiera cuando empezamos a salir, ni después de casarnos, sólo aquella vez que la saqué de quicio estando embarazada, y esta vez había sido de verdad. Todo había explotado, y para colmo, Karla empezó a llorar. La cogí en brazos sollozando un poco, meciéndola y pegué mis labios a su cabeza, apretando los ojos porque en aquél momento no quería llorar delante de ella, pero no podía. Karla hacía ruidos con la boca y me daba golpes con las manos en el pecho, comenzando a llorar de nuevo al verme, y negué meciéndola, llevándola hasta nuestra cama, e intentando que se calmase dejando de llorar yo también.

* * *

Me desperté a la mañana siguiente, con Karla durmiendo a mi lado y con las manitas apretadas en la tela de la camiseta que llevaba puesta. Simplemente, estaba de lado con una mano sujetando a mi hija, y con la otra la acariciaba. Lauren no había vuelto a casa, y quería que estuviese allí. Me daba exactamente igual lo que hiciese por la noche, quería que volviese a casa. En realidad sí que me importaba, y las dudas no dejaban de revolotear por mi cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué desaparecer tres horas todas las noches? Todo cuadraba. No teníamos mucho tiempo juntas, y todo se centraba en la pequeña. Lauren nunca había querido tener hijos hasta que me conoció, y estaba segura de que lo hizo por compromiso.

Me levanté de la cama, poniendo algunas almohadas alrededor de Karla para que siguiese durmiendo tranquilamente, y cogí el móvil marcando el número de Lauren.

No daba la llamada. Suspiré y me pasé la mano por la frente, comenzando a preocuparme. Lauren siempre tenía el móvil operativo, tanto que incluso ahora que había dejado el trabajo la llamaban para preguntarle dudas.

Justo cuando empecé a preocuparme más, Sofi me llamó. Suspiré cerrando los ojos y descolgué.

-Sofi, cariño, ahora no es un buen momento para que me llames..

-Lauren está en el hospital. –Me dejó tan fría que casi se me cae el móvil de la mano, porque ni de lejos me esperaba eso. –Está bien, sólo.. –Colgué. Cogí a Karla en brazos y la puse en la sillita, me daba igual que siguiese en pijama porque tenía que salir corriendo.

La puse en el coche y arranqué, escuchando los llantos de la pequeña que no cesaban, ni los míos tampoco, aunque tenía que parar de llorar porque no veía la carretera.

Al llegar al hospital, saqué a Karla en brazos y me apresuré a entrar, y subí en el ascensor, poniéndole el chupete a la pequeña. Quería llorar por tantas cosas en aquél momento que ni siquiera podía respirar correctamente, y al abrirse las puertas, vi a Sofi de espaldas con los brazos cruzados.

-Sofi. –Me acerqué a ella y Karla se estiró hacia su tía soltando pequeños gritos de alegría al verla, pero yo lo único que podía hacer era mirar a mi hermana de brazos cruzados, esperando que me hablase de forma clara y concisa. –Qué le pasa. –Apreté los labios intentando que no me temblasen, mientras Karla apoyaba las manos en el pecho de Sofi.

-Le pegaron un tiro en el brazo, no sé cómo. Llegó hasta aquí, me pilló de guardia y.. –Suspiró, moviendo los brazos para mecer a la pequeña. –Perdió sangre pero, está bien, está despierta. –Tragué saliva, soltando luego un suave suspiro de alivio al escuchar que Lauren estaba bien, era todo lo que pedía. -¿Por qué estaba fuera de casa a las cuatro de la mañana? –Preguntó Sofi, y me froté los ojos con las manos, comenzando a llorar.

-Tuvimos una pelea. Se va de casa todas las noches tres horas, Sofi. –Ella se quedó mirándome, y yo apreté la mandíbula. –Y se fue.

-Camila.. –Sofi me miraba con los labios entreabiertos.

-No me digas que lo sientes, porque es normal que quiera a otras. Es muy normal. –Me estaba alterando, y mi voz se alzaba en el pasillo a la vez que mis nervios se descontrolaban al pensarlo, porque iba a entrar en esa habitación y no sabía cómo reaccionar.

-Camila, Lauren no te está poniendo los cuernos. –Fruncí el ceño, y ella bajó la mirada a Karla que parecía observarlo todo con los ojos abiertos, pero yo no entendía nada.

-¿Qué? –Mi voz sonaba tan débil que dudaba de si me había escuchado.

-Lauren viene todas las noches al hospital para ver cómo van las obras de un pabellón para niños enfermos que está construyendo. –La respiración se me estaba alterando, porque no sabía si había hecho de verdad el idiota de tal forma. Lauren decía la verdad, no podía dudar de ella, en absoluto. –El pabellón lleva tu nombre, Camila. –Se encogió de hombros simplemente, y en ese momento me di cuenta de dos cosas: la primera, que tenía a la mejor mujer del mundo a mi lado. La segunda, que era totalmente imbécil.

Sin siquiera esperar a que Sofi me dijese si podía o no podía entrar, abrí la puerta y Lauren estaba allí, con el ceño fruncido, y aún más fruncido cuando me vio entrar. Tenía el brazo vendado, sujeto en un cabestrillo, y algunos rasguños en la cara.

-Qué haces aquí. –Lauren comenzó a quitarse las vías que tenía en el brazo con fuerza y suspiré, acercándome a ella pero me apartó, intentando ponerse de pie.

-Túmbate. –Dije mirándola a los ojos, colocándole con cuidado las vías en el brazo. -¿Por qué no me dijiste lo del pabellón? –Ella se encogió de hombros mirando a otro sitio, y puse mejor los tubos que había desordenado y quitado.

-Era una sorpresa.

-Y tú idiota.

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room 72; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora