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Lilith se removió en su cama al escuchar la alarma sonar.
Un zumbido insistente, molesto, como si le recordara a propósito que debía enfrentar otro día en la escuela.

Con un suspiro cansado, se levantó.
Se vistió rápido, sin muchas ganas.
La única razón por la que realmente quería ir era para ver cómo estaba Emily.

Bajó las escaleras de la casa en silencio, sus pasos deslizándose sobre la madera fría.

—Buenos días —dijo Lilith al entrar a la cocina, su voz apagada pero educada.

Olimpia ya estaba sentada en la mesa, vestida con su uniforme escolar, comiendo cereal con leche mientras movía los pies bajo la silla.

—Buenos días —respondió la pequeña, sin apartar la vista de su desayuno.

Giselle, de pie junto a la cafetera, vestida con un elegante traje de trabajo y el cabello recogido en una media coleta perfecta, le lanzó una mirada rápida.

—¿No vas a desayunar? —preguntó, alzando una ceja mientras sorbía su café.

Lilith, que ya estaba en la puerta, apenas giró la cabeza.

—No, no tengo hambre —respondió de forma seca, antes de salir casi corriendo, cerrando la puerta de golpe tras ella.

El aire de la mañana le golpeó el rostro, frío y áspero.
Aceleró el paso, sintiendo que necesitaba llegar rápido.
Ver a Emily.
Saber que todo estaba bien.

Ya dentro del colegio, el ambiente era como siempre: lockers golpeando, risas, murmullos de conversaciones apresuradas.

Desde su casillero, Lilith la vio.

Emily llegaba...
De la mano de Simón.

Lilith frunció el ceño, su estómago apretándose de forma incómoda.
Emily la miró... apenas un segundo... pero no hizo ninguna expresión.
Solo volvió su atención a Simón, sonriendo como si no existiera nada más en el mundo.

Lilith bajó la mirada, tratando de no sentir la punzada de decepción que le atravesaba el pecho.

—Oh... —susurró, apretando los labios.

Se obligó a pensar en frío.

—Bueno... su novio es su prioridad, ¿no? —se dijo mentalmente, aunque el pensamiento no aliviaba para nada el nudo que sentía en la garganta.

Apretó su mochila contra el pecho y cerró el casillero, alejándose entre la multitud.

Lilith estaba sentada en su pupitre, su mochila colgada en un lado y su mirada fija en la puerta.
Esperaba a Emily con cierta ansiedad.
Quería saber.
Necesitaba saber qué había pasado la noche anterior.

No tardó mucho.

—¡Lilith! —gritó Emily al entrar corriendo en el salón, su voz alegre iluminando todo el ambiente.

Lilith sonrió apenas.

—Hola, Emi —saludó de forma tranquila, conteniendo las ganas de presionarla.
Quería que fuera Emily quien hablara primero, quien soltara la historia por voluntad propia.

Emily no lo dudó ni un segundo.

—¿Te cuento lo que pasó? —dijo, con una emoción tan viva que era imposible no notarla.
Sus ojos brillaban, su sonrisa era amplia y genuina.

Lilith asintió, acomodándose en su silla, dejando claro que le prestaba toda su atención.

—Dime.

Emily se inclinó un poco hacia ella, como si compartiera un secreto enorme.

—Pues... ¡dormimos juntos! —anunció, con una alegría contagiosa.

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