Suguru Geto, aclamado por los dioses como el más hermoso y deseado, y Satoru Gojo, el más fuerte y hábil de todos, bendecido por la diosa de la sabiduría.
Se enamoraron profundamente y formaron una familia. Sin embargo, un acontecimiento trágico los...
Gojo vio, impotente, cómo Kenjaku se levantaba del suelo.
Lo último que sintió fue el golpe final antes de que la oscuridad lo envolviera.
Hoppla! Dieses Bild entspricht nicht unseren inhaltlichen Richtlinien. Um mit dem Veröffentlichen fortfahren zu können, entferne es bitte oder lade ein anderes Bild hoch.
Satoru despertó con un dolor punzante en el abdomen. Su herida estaba vendada, aunque el malestar no desaparecía. Intentó moverse, pero sus brazos estaban atados a una estatua que no reconocía del todo.
—Ah... mi cabeza... —murmuró con un quejido—. ¿Dónde estamos?
El sonido de un ganado resonó a la distancia.
—Una isla —respondió Kenjaku, sentado frente a él—. La primera que encontramos. Está llena de vacas que ruegan porque nos las comamos... y nuestra hambre es mucha.
Su mirada se desvió hacia la estatua a la que Satoru estaba atado.
—Este lugar... —musitó—. Parece ser un altar del dios del Sol. No sé dónde estamos, pero encontramos comida. Nuestra hambre es insoportable.
Satoru sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Dime que no estás a punto de hacer lo que creo que harás... —su voz denotaba preocupación.
Kenjaku lo miró con seriedad.
—Sato, nunca llegaremos a casa... y lo sabes.
—¡No puedes saberlo! —insistió el albino—. Este es el hogar del dios del Sol.
—Me muero de hambre... —susurró el otro.
—Pero si matas a su ganado, ¿quién sabe qué nos enviará?
Kenjaku exhaló con cansancio.
—Estoy agotado...
—Estamos tan cerca... no puede terminar de esta forma.
—¿Cuánto más debo sufrir?
—Te lo ruego... no hagas esto.
—¿Cuánto tiempo debo seguir luchando contra la duda?
—Necesito llegar a casa...
—¿Cuánto más debo resistir?
—Reconsidéralo...
—¿Cuánto más debo verlos morir?
—Kenjaku...
El mencionado se puso de pie lentamente.
—¿Cuánto más debemos sufrir? —preguntó la tripulación al unísono.
Satoru forcejeó con sus ataduras, la desesperación creciendo en su pecho.
—¡Reconsidéralo!
Pero Kenjaku avanzó con decisión hacia el ganado.
—¿Hasta cuándo debemos seguir luchando contra la duda?
