Suguru Geto, aclamado por los dioses como el más hermoso y deseado, y Satoru Gojo, el más fuerte y hábil de todos, bendecido por la diosa de la sabiduría.
Se enamoraron profundamente y formaron una familia. Sin embargo, un acontecimiento trágico los...
Se escuchó una carcajada en el bosque solitario, pero Satoru no se detuvo.
—¡Debo admitirlo, tu discurso fue un espectáculo! —canturreó una voz desconocida.
—¿Quién está ahí? —preguntó Satoru, entrecerrando los ojos.
—Un amigo, un aliado, alguien que podría salvarte el pellejo. Pelear con Shoko no es ninguna broma, ¿quieres vencerla? —dijo la voz con tono travieso—. Entonces necesitarás un poquito de ayuda divina... alguien que no tema intervenir, alguien que disfrute de un buen giro en la historia.
De entre las sombras, la figura del dios se hizo visible. Satoru parpadeó, incrédulo.
—¿Kokichi? —exclamó con sorpresa y una sonrisa.
El dios solo se rio, con ese aire de misterio juguetón que lo caracterizaba.
—Dime, Satoru, ¿no te gustaría probar un poco de poder real? ¿Dejar de confiar solo en las palabras? Horas y horas peleando, agotándote... podrías lastimarla o ella a ti. Pero, ¿y si tuvieras un truquito extra? ¿Un pequeño empujoncito mágico? La batalla puede terminar en tragedia... pero yo te ofrezco la ventaja.
Kokichi empezó a girar a su alrededor, con movimientos teatrales, dramatizando cada palabra.
—Podría convertirte en un simple animal y hacer de ti su cena. ¡O tal vez te hechice, enamorándote como si fuera la cita número cien! ¡O incluso desatar a su bestia para hacer crujir tus huesos! —dijo, imitando cada uno de los posibles destinos de Satoru con un aire burlón—. Tiene todas las formas de derrotarte, si es que vas solo. ¿Quieres poder? ¿Quieres ventaja? ¿Qué ganas jugando limpio? ¿Horas de pelea, dolor y un desenlace incierto?
El dios sacó algo de su túnica y lo sostuvo en su palma: una flor peculiar, de un brillo casi hipnótico.
—En la raíz de esta flor está el poder que necesitas para enfrentarla. Solo cómela y deja que haga su magia... te permitirá invocar una bestia, cualquier cosa que tu imaginación dicte. No durará mucho, pero bastará para cambiar el rumbo de la batalla —explicó, extendiéndosela con una sonrisa pícara—. Y este, mi querido amigo... este pequeño milagro lo llamo Holy Moly.
Satoru lo miró, confundido.
—¿En serio?
—¿Qué? ¡Es un gran nombre! —rio Kokichi, encantado con su propio chiste.
El dios se inclinó hacia él con una mirada expectante.
—¿Entonces? ¿No quieres probar el poder? ¿Dejar atrás las palabras? La noche es joven y la pelea podría durar horas...
Satoru tomó la flor y, tras un momento de duda, la mordió. Kokichi sonrió de oreja a oreja.
—¡Así se hace! —exclamó, agarrándolo de la mano de repente.
Y antes de que Satoru pudiera reaccionar, el dios lo arrastró al cielo, volando con una risa traviesa mientras el albino soltaba un grito de sorpresa.
Finalmente, lo dejó frente al imponente palacio de Shoko, flotando sobre él como si nada.
—Kokichi... —llamó Satoru antes de entrar—. Gracias.
El dios se detuvo en el aire, ladeó la cabeza y sonrió con malicia.
—Oh, no me lo agradezcas, amigo mío... seguro que mueres~ —se rio suavemente—. ¡Buena suerte!
Y con eso, desapareció en la noche.
Satoru inhaló profundo y se adentró en el palacio de la hechicera.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.