Suguru Geto, aclamado por los dioses como el más hermoso y deseado, y Satoru Gojo, el más fuerte y hábil de todos, bendecido por la diosa de la sabiduría.
Se enamoraron profundamente y formaron una familia. Sin embargo, un acontecimiento trágico los...
Después de diez años de una larga y dura guerra, por fin cada guerrero tenía la oportunidad de regresar a su tierra y reunirse con sus familias.
Satoru estaba a bordo de su barco junto a su tripulación, un total de seiscientos hombres distribuidos en doce barcos.
Seiscientos hombres bajo su mando con un solo propósito: regresar vivos a casa.
Seiscientos hombres enfrentándose a seiscientas millas de mar abierto, pero la verdadera amenaza no era la distancia, sino lo que les esperaba en el camino.
No podía permitirse más retrasos, porque...
Aurelithos lo esperaba. Su reino lo necesitaba. Y, más importante que todo:
Suguru esperaba... por él.
Volteó a ver a su tripulación con una mirada segura y una gran sonrisa en su rostro que tiempo atrás no se le veía.
—¡Avancen a toda velocidad! —ordenó Gojo con determinación, y fue obedecido al instante—. No hay que parar...
Necesitaba reunirse lo más pronto posible con su familia que lo esperaba.
Así que alzaron las velas y comenzaron su viaje con mucha esperanza de regresar tras un ardua tiempo.
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El viaje transcurría con tranquilidad. A pesar del poco tiempo que llevaban navegando, todo parecía marchar según lo planeado.
Sin embargo, la suerte no siempre está de su lado, y menos del albino de ojos claros.
—Satoru —llamó un hombre de cabello oscuro mientras tocaba su hombro para captar su atención. Kenjaku—. Hay seiscientos hombres y tenemos que alimentarlos, pero las provisiones ya no alcanzan.
Maldita guerra, que los había dejado sin recursos. Eso era lo que pasaba por las mentes de los hombres.
—Seiscientos hombres, capitán, razones suficientes para tomar lo que podamos y escapar. ¿Cuál es su plan? —preguntó Kenjaku con seriedad.
—Observa las aves en vuelo —respondió el albino, señalando al cielo—. Ellas nos guiarán a tierra firme. Ahí encontraremos comida. Ahora, avancen a toda velocidad, mi segundo al mando.
Kenjaku suspiró, pero obedeció. Se dedicó a organizar todo mientras mantenía su lugar en uno de los costados de Satoru, preparado para cualquier oportunidad de encontrar alimento. Así, la nave continuó avanzando.
—¡Capitán! —llamó un joven de cabello rosado con tono alegre.
—Yuji —respondió Satoru, girándose hacia él mientras el chico se posicionaba a su otro costado.
—¡Mire allá! —exclamó Yuji, señalando hacia el horizonte—. Hay una isla. Veo una luz que brilla, parece un fuego. Tal vez haya gente, podrían ser amables y darnos comida.