Suguru Geto, aclamado por los dioses como el más hermoso y deseado, y Satoru Gojo, el más fuerte y hábil de todos, bendecido por la diosa de la sabiduría.
Se enamoraron profundamente y formaron una familia. Sin embargo, un acontecimiento trágico los...
Años atrás, se profetizó que un niño traería la ruina al reino de Erytheia, por lo que el rey ordenó su ejecución. Sin embargo, el soldado encargado de la tarea no pudo hacerlo y, en su lugar, decidió criar al bebé en secreto, como si fuera su propio hijo. Así, Hakari Kinji creció lejos de la corte, fuerte y sano, dotado de una belleza y carisma excepcionales.
Con el tiempo, Hakari encontró el amor en Kirara, una ninfa experta en las artes curativas. Ella no solo era su amante, sino su consejera y fiel confidente, y ambos se juraron amor eterno. Kirara lo amaba con una pasión tan intensa como gentil, y juntos llevaban una vida tranquila, alejada de los presagios funestos que lo perseguían.
Pero su destino cambió el día en que uno de sus carneros se extravió y se refugió en una cueva cercana. Al entrar para recuperarlo, Hakari encontró a tres mujeres de una belleza indescriptible. De inmediato supo que eran diosas, pues ninguna mortal podría compararse con ellas. Sin sospecharlo, estaba a punto de tomar una decisión que alteraría el curso del mundo para siempre.
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Ese mismo día, en otro rincón del mundo, se celebraba la boda de una diosa con un mortal, un evento que reunió a todas las deidades... salvo a una. Hanami, la diosa de la discordia, no había sido invitada y, llena de furia, decidió vengarse. Interrumpió el banquete y arrojó sobre la mesa una manzana de oro con una inscripción que decía: "Para la más bella". De inmediato, tres diosas reclamaron la manzana para sí: Utahime, diosa de la sabiduría; Mei Mei, diosa del amor, y Yuki, reina de los dioses.
La disputa creció hasta que Kashimo, dios del cielo y el trueno, intervino con un estruendoso llamado al orden. Decidió que la única manera de resolver el conflicto era acudir a un juez imparcial que determinara a quién pertenecía la manzana. Kokichi Muta, el designado para guiarlas, llevó la cuestión ante un joven mortal: Hakari Kinji.
Una a una, las diosas presentaron sus ofertas. Yuki le prometió riqueza sin igual y un palacio digno de los dioses; Utahime le ofreció gloria en el campo de batalla y el mando de grandes ejércitos; pero fue Mei Mei quien atrapó su corazón al prometerle el amor de la mujer más hermosa del mundo: Maki, princesa de Aganepthys. Hakari, deslumbrado por la visión de la princesa, entregó la manzana a Mei Mei. Yuki y Utahime, humilladas y coléricas, juraron venganza contra el mortal que no las había elegido.
Poco después, en Erytheia, se celebraban los juegos anuales en honor a un príncipe de la corte. Como premio para los vencedores, los soldados reales tomaron a la fuerza al toro favorito de Hakari, lo que lo llevó a tomar una decisión arriesgada: partir al reino para recuperarlo.
Kirara intentó detenerlo, advirtiéndole con tristeza:
—Si te marchas, nunca volverás a tenerme en tus brazos. Y cuando desees regresar, será demasiado tarde.
Pero Hakari no podía quedarse de brazos cruzados. Al llegar a Erytheia, quedó asombrado por la magnificencia de la ciudad y se inscribió en los juegos, logrando una victoria inesperada al derrotar a un hijo del rey. La humillación fue tal que los nobles instigaron a la multitud contra él, obligándolo a huir y refugiarse en un templo.
Miwa, bendecida con el don de la profecía por el dios Haibara, pero maldita con la incapacidad de persuadir a otros, alzó la voz:
—¡Mátenlo! ¡Acaben con este hombre!
Pero nadie le hizo caso. En su lugar, los reyes se acercaron a Hakari y la reina, entre lágrimas, lo reconoció como su hijo perdido.
Tiempo después, Hakari fue enviado en misión a Aganepthys, donde fue recibido por la princesa Maki y su prometido, Yuta Okkotsu. Desde el momento en que la vio, supo que ella era la mujer que Mei Mei le había prometido.
Lo que Maki no sabía era que, entre los asistentes al palacio, se encontraba Ui Ui, espía de la diosa Mei Mei, quien había sido enviado para influir en su destino. Con una sola flecha, Maki quedó atrapada en una pasión irrefrenable, y cuando Yuta partió a su reino para asistir al funeral de su abuela, la princesa huyó con Hakari a Erytheia.
Cuando Yuta supo de la traición, su ira fue incontenible. Pero entonces recordó el juramento sagrado que él y otros hombres habían hecho: aquel que se casara con Maki contaría con la protección de todos ellos. Yuta, decidido a hacer cumplir ese voto, convocó a todos los que habían participado en el pacto, pero aún faltaba un aliado crucial: el rey Satoru Gojo de Aurelithos.
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Mientras tanto, en la isla de Aurelithos, Satoru reinaba junto a su esposo, Suguru Geto. Gracias a su influencia, lograron construir un próspero reino, con un palacio en cuyo interior había un olivo muy especial: el árbol bajo el cual se habían conocido. Con su madera, Satoru había construido su lecho matrimonial, un símbolo de su amor inamovible.
Con el tiempo, su felicidad se multiplicó con la llegada de su hijo, Megumi. El embarazo de Suguru fue recibido con júbilo, y la madre de Satoru viajó a la isla para asegurarse de que su yerno recibiera los mejores cuidados. Desde los reinos de Nýxheim y Cryonía, numerosas damas acudieron para atenderlo, felices de ser parte de tan importante acontecimiento.
El día del parto, Satoru corrió al lado de Suguru y, con lágrimas en los ojos, sostuvo a su hijo por primera vez. Pero su alegría se vio ensombrecida al enterarse de la guerra inminente. Sabía que pronto vendrían a buscarlo, pero no quería dejar a su familia por una causa que no le aseguraba regresar con vida.
Por eso, ideó un plan para evitar la guerra: fingir locura. Difundió rumores de que el rey de Aurelithos había perdido la razón, y pronto llegaron enviados a comprobarlo. Yuta, Inumaki y Noritoshi fueron recibidos por Suguru, quien, con tristeza, confirmó que su esposo ya no era el mismo.
Cuando lo encontraron, Satoru araba la tierra con un buey y un burro, esparciendo sal como si estuviera sembrando. Yuta y Inumaki creyeron la farsa, pero Noritoshi no se dejó engañar. Para probarlo, tomó al pequeño Megumi y lo colocó en el camino de Satoru. Sin dudarlo, este detuvo su arado para proteger a su hijo, revelando su engaño.
Noritoshi, satisfecho, lo miró con seriedad.
—No puedes escapar de tu destino, Satoru Gojo.
Y así, el rey de Aurelithos fue obligado a partir a la guerra que tanto deseaba evitar.
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