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Sus palabras llevaban un peso que Satoru no pudo ignorar.

—No me has dado motivos para brindarte mi confianza. Pero, después de todo... los verdaderos colores de un hombre se revelan a través de los actos de lujuria.

Satoru parpadeó, su agarre en la espada titubeó apenas un segundo.

—Me temo que no comprendo.

—Hay muchos caminos para persuadir, muchas formas de tomar el control y aún más métodos para engañar —murmuró la hechicera, su voz sedosa en el aire, mientras la espada de Satoru aún se aferraban a ella—

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—Hay muchos caminos para persuadir, muchas formas de tomar el control y aún más métodos para engañar —murmuró la hechicera, su voz sedosa en el aire, mientras la espada de Satoru aún se aferraban a ella—. Hay senderos que llevan al alma... y actos de pasión que pueden atraparla.

Con un simple chasquido de sus dedos, las cortinas de la habitación se cerraron, y la única luz que quedó fue la de las velas, titilando con un brillo etéreo.

Satoru apenas desvió la mirada por un instante, y fue todo lo que Shoko necesitó para deslizarse fuera de su agarre.

—Todavía tienes mucho que aprender —susurró, posicionándose tras él con movimientos fluidos. Se soltó el cabello y acercó sus labios a su oído—. Dime, ¿quieres salvar a tus hombres del fuego? —su aliento era cálido, la tentación disfrazada de invitación—. Entonces demuéstrame... que estás dispuesto a arder.

—¿Y quién puede asegurarlo? —musitó él, apartándose con un paso lento—. ¿Quién dice que los errores que he cometido... serán los últimos?

"No tengas miedo. Recuerda tu pasado."

La diosa comenzó a caminar en círculos a su alrededor, su mirada atrapándolo en una red invisible.

"No te rompas cuando hay..."

Se acercó con un movimiento elegante, lanzando sus manos al frente y sosteniéndole el rostro con suavidad.

—Tanto poder... —susurraron al unísono, sus voces fusionándose—. Pero aquí... no hay marionetas.

Con un empujón sutil pero firme, la hechicera lo hizo caer en el sillón más cercano. Su silueta se cernió sobre él, su presencia pesada como una sombra que se desliza entre los sueños.

—Este es el precio que pagamos por amar —murmuró, subiendo a horcajadas sobre Satoru, sus dedos fríos contra su piel.

"Solo soy un hombre."

—No hay límites... nunca es suficiente.

"Solo soy un hombre."

—Tanto poder... tanto poder...

De la nada, una daga apareció en su mano, la hoja brillando a la luz de las velas. La acercó a su pecho, centímetro a centímetro, mientras Satoru cerraba los ojos y pensaba en su amado.

"Perdóname."

Pero antes de que la hoja pudiera tocarlo, reaccionó. La apartó con brusquedad, levantándose del sillón de un salto.

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