ま ' My Goodbye⠀˒⠀ !

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Pensamiento rápido.

—Imprudencia, impotencia y piedad —la voz de la diosa resonó con desdén—. ¿Eso fue lo que aprendiste de mí? Te has ablandado, y tus amigos muertos pueden dar fe de ello.

—¡Oye! —protestó Satoru con fastidio.

Pero ella continuó sin inmutarse.

—Debes dejar tus emociones a un lado. Eres un guerrero, un líder. ¡No sé en qué fallé contigo! Te lo advertí y aún así fracasaste en la prueba. Ahora me marcho...

Utahime se acercó con furia, su voz impregnada de resentimiento.

—De esta manera aprenderás cuál es tu lugar. De esta manera entenderás que hay límites que no debes cruzar. Así que, cuando todo termine, tú te quedarás con lo tuyo y yo con lo mío —su mirada ardía de rabia—. De esta manera no volverás a decepcionarme ni a hacerme perder el tiempo. De esta manera cierro la puerta. Considera esto mi adiós.

Satoru la miró con una mezcla de frustración y desprecio.

—Esto es tan típico de ti... ¿Por qué habría de sorprenderme? Egoísta, orgullosa, vanidosa —su voz era firme, cargada de reproche—. A diferencia de ti, yo soy quien carga con el peso de cada vida perdida. ¿De qué me sirve un título que me otorgó una diosa si por las noches no puedo dormir? —Se tomó un segundo antes de soltar la última estocada. —Te consideré una amiga... pero eso ya quedó atrás.

La expresión de Utahime se ensombreció, pero no se detuvo.

—De esta manera estarás fuera de mi cabeza. De esta manera no arruinarás mi vida —le recriminó—. De esta manera, cuando todo termine, estarás fuera de mi mente y de mi destino. Ahora tienes lo que querías, no perderás más tu tiempo. Cierras la puerta... y aquí tienes tu maldito adiós.

Dio un paso adelante, su mirada desafiante.

—No buscabas un mentor, y yo nunca quise un amigo. Te confundí con un general... qué desperdicio de esfuerzo.

Satoru ni siquiera pestañeó ante el acercamiento de la deidad.

—Al menos yo sé por qué peleo... mientras que tú solo buscas reconocimiento. Si eres tan sabia, dime... ¿por qué pasas tu vida sola? ¡Sola estás!

Las palabras impactaron a Utahime como una daga. La furia se desvaneció de su rostro, reemplazada por una tristeza silenciosa.

—Algún día entenderás lo que te digo. Algún día... pero no hoy —su voz era más serena, resignada—. Después de todo, no eres más que...

«Solo un hombre.»

Unas voces susurraron aquellas palabras en el aire.

Utahime se giró, dándole la espalda.

—Hoy cortaste tu propio destino. Hoy cruzaste la línea. Hoy... lo perdiste todo —empezó a alejarse, desvaneciéndose con cada paso—. Considera esto mi adiós. Este es mi adiós.

Y entonces desapareció.

Satoru permaneció inmóvil, la mirada perdida en el vacío

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Satoru permaneció inmóvil, la mirada perdida en el vacío. No pronunció palabra. No reaccionó.

Instantes después, su mente dejó el pensamiento rápido. Pero al abrir los ojos, se reincorporó con naturalidad, como si nada hubiera sucedido, sin dejar entrever lo que había ocurrido ante su tripulación.

Elevó la vista hacia el cielo nocturno y escuchó el bramido de una tormenta que se acercaba.

—Es hora de partir —ordenó con firmeza, y sus hombres obedecieron sin dudar.

Sin embargo, algo en su expresión había cambiado. Ninguno lo mencionó. Ninguno se atrevió a preguntar.

Reanudaron su travesía hacia Aurelithos.

En mitad del trayecto, el firmamento se tornó negro, la lluvia comenzó a caer y colosales olas se alzaron a su alrededor. A pesar del caos, los barcos de Satoru avanzaban sin titubear.

—Estas mareas han crecido en poder y furia... —murmuró el albino para sí—. ¿Será obra de la naturaleza o de los dioses? ¿O acaso una bendición disfrazada?

Frente a ellos, su hogar se alzaba en el horizonte. La tormenta sería su última batalla, y no era momento de morir.

—¡Camaradas! —vociferó Gojo—. ¡Prepárense! Jamás hemos enfrentado algo así, así que manténganse alerta.

Con la isla a la vista, debían seguir avanzando, sin importar la ferocidad de la tempestad.

—Dirijan los barcos hacia las zonas donde la marea esté más calma. Si lo logramos, estaremos a salvo —ordenó con determinación.

—Capitán... —Kenjaku se acercó a él—. No podremos resistirlo. Las olas acabarán con la flota.

—Haz que nos sigan. Yo me encargaré de que sobrevivamos.
El mar castigaba sus naves con furia. Cada embestida los acercaba al desastre. Pero aún no era su final.

—A este ritmo, no viviremos para contarlo —advirtió su segundo al mando.

Entonces, dos marineros señalaron al cielo con desesperación.

—¡Capitán, mire!

Sobre ellos, flotando entre las nubes, se alzaba algo imposible.

Una isla en el cielo.

—Kenjaku, toma los arpones —ordenó Gojo—. Todos los que puedas encontrar.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó su compañero, desconcertado.

—Dispararemos hacia el cielo.

Kenjaku lo miró incrédulo.
—¿Qué?

—¡Todos, tomen un arpón y apunten alto! —gritó Gojo—. ¡Disparen a la isla en el cielo!

Toda la flota lanzó sus arpones, clavándolos en la isla flotante como si fuesen anclas al revés.

Por ahora, estaban a salvo.

Por ahora, estaban a salvo

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