Suguru Geto, aclamado por los dioses como el más hermoso y deseado, y Satoru Gojo, el más fuerte y hábil de todos, bendecido por la diosa de la sabiduría.
Se enamoraron profundamente y formaron una familia. Sin embargo, un acontecimiento trágico los...
—Por favor... —rogó Kenjaku, la desesperación quebrando su voz.
Entonces, Kechizu, aún tambaleándose, respondió: —Ha sido nadie... Nadie lo hecho
Los cíclopes intercambiaron miradas confusas.
—Si nadie te hizo daño, entonces... ¡cállate!
Sin más, los monstruos se dieron la vuelta y se marcharon, ignorando los gritos de Kechizu llamándolos de vuelta.
Satoru exhaló y se giró hacia su tripulación. —Tomen la oveja y vámonos.
Pero antes de que pudiera moverse, una voz resonó en su mente.
«¿Has olvidado lo que te he enseñado?»
Era Utahime
«Sigue siendo una amenaza mientras esté vivo. Acábalo.»
Satoru apretó los puños. —No.
«¿No?»
—¿Qué bien haría matarlo? —su voz sonaba dura, pero su mirada ardía con convicción —. La piedad es un poder que el mundo debería aprender a usar.
Utahime intentó intervenir, pero él continuó: —Mi amigo está muerto. Nuestro enemigo, ciego. La sangre que derramamos nunca desaparece... ¿Esto es lo que significa ser un guerrero?
«¡Detente!»
La imagen de Yuji se clavó en su mente. La rabia lo consumió. Saliendo del control de Utahime.
—¡Oye, cíclope! —le llamo Satoru —Cuando nos conocimos, me presenté en paz. Tú, en cambio, decidiste alimentar a tu bestia interior. Pero escucha bien... mis compañeros no morirán en vano. La cueva temblaba con la intensidad de su voz.
—Recuérdalos. La próxima vez que escojas no compartir, recuérdalo, recuérdanos... Recuérdame.
El eco de su discurso quedó suspendido en el aire. Su tripulación lo miraba con admiración, con respeto.
—Soy el rey de Aurelithos. No soy ni un hombre ni un mito. Soy tu momento más oscuro.
Hizo una pausa, su mirada penetrante clavada en Kechizu.
—Yo soy el infame... ¡Satoru!
Kechizu sonrió débilmente mientras el albino se giraba.
Su tripulación lo siguió, sus pasos firmes y decididos. La luz de la salida se hacía más grande.
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Cuando llegaron a los barcos, Satoru ya estaba a bordo con su tripulación. Justo cuando se preparaba para zarpar, un agudo dolor en la cabeza lo hizo estremecerse. Sabía lo que significaba.