Capítulo 47 -Caminos que se separan-

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Mientras noto cómo los pulmones empiezan a trasformarse en roca, grito:

—¡Por favor, no!

Cuando estoy a punto de petrificarme por completo, el suelo se rompe y caigo a gran velocidad. El pánico se apodera de mí y chillo con todas mis fuerzas. La oscuridad en la que me adentro consigue que el miedo tome el control y logra que lágrimas de impotencia resbalen por las mejillas. Estas, antes de que el aire las aparte de la cara, me surcan la piel por un instante.

Aunque parece que la caída será eterna, cuando he perdido la esperanza, noto como si impactara contra algo. Abro los párpados, suelto un grito ahogado y con el cuerpo empapado en sudor frío me incorporo en una de las camas de la fortaleza que hasta hace unas horas pertenecía a los Ghurakis.

—Ha sido una pesadilla —susurro con la voz entrecortada.

Poco a poco, la respiración deja de estar agitada y me voy calmando. Me limpio el sudor de la frente, me levanto y camino por la habitación. Mientras observo los muebles y los retratos que la adornan, siendo testigo de cómo viven estos monstruos, sin que el contenido de la pesadilla se haya evaporado, me acerco a la ventana, poso la mano en el cristal, miro cómo el sol empieza asomarse por el horizonte y murmuro:

—¿El pueblo oscuro...?

Estoy casi un minuto en silencio, observando la que es la vía principal para llegar al corazón del territorio controlado por We'ahthurg. Después de ese tiempo, el recuerdo de la pesadilla se difumina y se apodera de mi mente la imagen de la niña ejecutada por el padre de Haskhas. Mientras aprieto los puños inconscientemente, mientras la rabia me posee, pienso:

«Te mataré».

El ruido de una puerta rompiéndose me saca de los pensamientos de ira y venganza. Corro hacia el pasillo que separa las habitaciones de esta planta y escucho a Bacrurus gritar:

—¡Maldita zorra, te mataré!

Acelero el paso, no quiero que mi amigo haga ninguna locura. Cuando me estoy acercando, le digo:

—Hermano, tranquilo.

Se gira, me mira con los ojos inyectados en rojo y espeta:

—Esto es culpa tuya. —Aprieta los puños—. ¿Por qué pactas con una Ghuraki?

Está fuera de sí, parece que, aunque ya no se encuentra en su cuerpo, los síntomas del veneno aún no han pasado. Muevo la mano hacia abajo y pronuncio con calma:

—Bacrurus, no eres tú. Los efectos de La Esencia de Los Siervos aún no han desaparecido.

—¡Cállate!

No voy a poder convencerlo con palabras...

«Lo siento, hermano».

Miro la entrada de una habitación y calculo la trayectoria hacia la ventana. Respiro por la nariz, lleno los pulmones y cuando Bacrurus se acerca, señalándome con el dedo índice, maldiciendo, lo golpeo con la palma en el costado y lo lanzo fuera de la construcción.

Corro detrás de él, saltó por la ventana rota y llego a ver la lluvia de fragmentos de cristal que caen al lado de mi amigo. Bacrurus me mira con odio.

—¡Vagalat, esta vez no me contendré!

Cuando está a punto de impactar contra el suelo, pone las manos en la espalda y frena la caída con sus poderes. Apenas me da tiempo de cubrirme, el magnator me golpea mientras caigo y desvía la trayectoria.

A la vez que ruedo por el suelo, escucho:

—No lo entiendo. Tú y yo somos como hermanos. ¿Por qué me haces esto? —Aunque no las veo sé que le brotan pequeñas lágrimas de los ojos—. ¡¿Por qué pactas con esa Ghuraki?!

—Bacrurus... —casi ni puedo pronunciar el nombre, me coge del pelo y me lanza la cara contra la arena; una y otra vez.

Después de recibir cuatro golpes, hundo los dedos en la tierra, la cargo con la energía del alma y esta explota lazándome hacia atrás. Mientras asciendo, golpeo la cara de Bacrurus con la cabeza y escucho cómo se fractura el tabique. El magnator grita y me sacude en la espalda con las manos entrelazadas. Tras el impacto, vuelvo a caer en el suelo.

Cierro los ojos y pienso:

«Lo siento... debo frenarte, como sea».

Al mismo tiempo que el aura carmesí me recubre el cuerpo, a la vez que el silencio se manifiesta, noto cómo la rabia enciende el poder de Bacrurus y lo lleva a unos niveles que envidiarían muchos dioses.

—Vagalat... yo confiaba en ti. —El magnator retrocede, los pasos que da agrietan la tierra que pisa.

Me levanto, me doy la vuelta y observo cómo le brillan los ojos.

—Hermano, estás sufriendo los últimos efectos de La Esencia de Los Siervos. —Me acerco un poco—. No eres dueño de tus actos.

Los músculos de la cara le tiemblan.

—¿No soy dueño de mis actos...? —susurra—. ¡¿No soy dueño de mis actos?! —brama, aprieta los puños y el suelo tiembla.

Me fijo en la fortaleza y veo cómo mis compañeros quieren salir a ayudarme a tranquilizar a Bacrurus. Sin embargo, el magnator ha envuelto el edificio con una barrera.

Al verlo menear la cabeza y apretar la mandíbula, le digo:

—No quiero hacerte daño.

Clava la mirada en mis ojos y contesta:

—Eso mismo estoy pensando yo. En que no quiero hacerte daño. —Cierra los párpados—. Me has traicionado, Vagalat. Y eso nunca no te lo perdonaré. —Las lágrimas le resbalan por las mejillas—. Si me vuelvo a encontrar contigo no estoy seguro de que pueda controlar la ira. —Hace una breve pausa y luego pronuncia con la voz entrecortada—: No me sigas, no quiero volver a verte.

Al darme cuenta de que mi hermano no atiende a razones, al sentir que lo puedo perder, le suplico:

—Por favor, Bacrurus, pronto pasarán los efectos. —Me gustaría acercarme a él, abrazarlo y que desapareciera este odio irracional.

Con la pena ahogándole la rabia, el magnator dice:

—Al igual que no podré olvidar lo que hiciste por mí, tampoco podré olvidar el pacto que has hecho con esa Ghuraki. —Abre los párpados, eleva la mano y me apunta con la palma—. Hasta nunca, "hermano". —Un haz de energía azulada me golpea el pecho y me lanza varios metros por el aire.

Cuando estoy intentando levantarme, escucho el ruido que produce el portal que genera Bacrurus. Al ver que está a punto de entrar en él, la impotencia y la tristeza se apoderan de mí.

—¡Hermano! —Sintiendo que lo voy a perder, no puedo evitar que se me humedezcan los ojos—. ¡Bacrurus, espera!

Acelero el paso pero es inútil. El magnator se adentra en el pórtico y la última imagen que tengo de él es la del rostro impregnado en rabia; la de los ojos mostrándome cuán profunda es la ira que siente.

Cuando el portal se cierra, cuando desaparece la barrera que cubre la fortaleza, cuando escucho cómo mis amigos corren hacia mí, me dejo caer de rodillas, alzo la cabeza y bramo con las lágrimas surcándome las mejillas:

—¡Bacrurus!

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora