En cambio, Devine era una obra de arte. Una mujer que no temía en hablar, en levantar la mano y dar el primer golpe con rabia si se lo proponía. Era esta increíble existencia que orbitaba alrededor de su vida y con la que no podía luchar del todo. Era con la única con la que su corazón podría mantenerse en sus mangas, con la que su mirada se suavizaba y se dejaba sonreír como si el dolor hubiese sido exterminado.
Tashi no entendía porqué pasaba eso, porqué ella parecía tener un total control y efecto sobre su vida, su entorno. Parecía que, de alguna forma, se había convertido en su kriptonita pero entre más le intentaba dar vueltas al asunto e intentaba hallar alguna coherencia, menos se acercaba a una respuesta concreta. No eran amigas antes de que todo colapsara, en realidad. Pensaba que su reacción hubiese sido diferente en caso de que sus vidas estuviesen entrelazadas más allá de todo. Lo pensaba y apenas se dirigían la palabra pero quizá todo giraba con el tenis. Quizá era la conexión sobre la cancha; unas cuantas miradas, roces de manos y de hombros, unas palabras de apoyo y no más que la pelota brincando de un lado a otro. Era la habilidad de hacer el amor sobre la misma sin necesidad de desvestirse o mostrar algún espectáculo erótico a aquellos ojos, los que las mantenía cerca. Era eso, la manera en la que sus cuerpos se unían cómo si de alguna sutura sobre la carne se tratase, una manera de enredarse entre ellas y entenderse tan íntimamente sin compartir palabras pero dejando que sus respiraciones se mezclaran hasta formar una inestabilidad en ellas. 

En una vaga ocasión, lejana a ese día en particular, un fugaz cúmulo de pensamientos empezaron a formarse dentro de su cabeza, cómo una especie de torbellino de ideas impulsivas.

Su piel bronceada estaba cubierta por una ligera capa fina de sudor. El sol bajaba con gentileza y una sonora melodía de los pájaros migrando lograba ensordecerle un poco. Estaba entrenando, con sus dedos enredados alrededor del cuello de su raqueta favorita, con el calor esparciéndose, casi siendo tragado por la luna, y transformándose en una noche que podía atormentar un poco, ese pensamiento fue fugaz. Cuándo la pelota fue golpeada y sus rodillas fallaron una vez más, remarcando que existía una debilidad en ella, todo amenazó con hacerse realidad. Las musculosas piernas pálidas de Art corrieron a su dirección, ni lentas o siquiera perezosas. Bastaron segundos para sentir sus brazos rodeando su figura, atrayéndola a su pecho con una pequeña mueca adornando sus rosados labios.

"Te dije que evitaramos entrenar tan pesado hoy, Tash." Dijo con un ligero tono de preocupación. "No quiero que te lastimes de nuevo."

Ella respiró, exhausta. No quería ser tratada como una muñeca de porcelana, frágil e inútil.

Sabía que Art buscaba protegerla, al parecer aquello era su único objetivo desde el inicio, pero hacerla sentir como un juguete que podía romperse en mil piezas tras un aparador era bastante agobiante. No era la primera vez que lo hacía y tampoco sería la última, así que discutir con él o decir algo de vuelta era regañar a la nada. No tenía fuerzas para volver al ciclo, para escuchar el típico sermón de que 'sólo necesitaba un impulso para regresar a la cancha.' No lo haría. Sabía que jamás volvería a jugar de nuevo, y aunque eso la hiciera sentir como un león enjaulado, cansado y muerto en vida al ser privado en volver a saborear la sabana entre sus dientes afilados y deseosos por masticar, no podía hacer mucho al respecto. Por más que pataleara, insultara a la nada y llorase antes de dormir, sintiendo como su pecho crujía ante el duelo de lo que creía que lograría, Tashi sabía que no funcionaría, que nada le regresaría a lo que había sido. Y era un constante loop de dolor, un recordatorio de que todo había terminado tan rápido como inició, que no sólo se había decepcionado a ella, sino a los demás que le rodeaban. Sabía que Art la miraba con pena, sabía que muchos en Stanford sentían lástima y no era lo que necesitaba porque estaba harta de las vagas palabras de apoyo, de los intentos imbéciles de querer borrar algo que ya no tenía siquiera solución, que permanecería en su mente por el resto de sus días. La cicatriz en su rodilla no se desvanecería, su corazón roto no se volvería a unir y lo que tenía con Patrick, no se arreglaría nada más porque sí. Nada volvería a su estado natural, no importase que tanto sus dedos se envolvieran en la cadenilla oro con una pequeña cruz mientras murmuraba uno que otro rezo pidiendo por una calma mental que no estaba segura si llegaría en algún momento. Pero, con todo el dolor existiendo y residiendo en sus adentros como un animal hambriento, no significaba que se rendiría, aquello no era propio de ella en lo absoluto.

EVERYTHING IS ROMANTIC͏ ͏ ͏ ͏ ─͏ ͏ ͏ ͏CHALLENGERS.Where stories live. Discover now