CAPÍTULO 69 - En el Monte de las Olivas

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Las palabras de Cristo a los sacerdotes y gobernantes: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta,” habían llenado de terror su corazón. Afectaban indiferencia, pero seguían preguntándose lo que significaban esas palabras. Un peligro invisible parecía amenazarlos. ¿Podría ser que el magnífico templo que era la gloria de la nación iba a ser pronto un montón de ruinas? Los discípulos compartían ese presentimiento de mal, y aguardaban ansiosamente alguna declaración más definida de parte de Jesús. Mientras salían con él del templo, llamaron su atención a la fortaleza y belleza del edificio. Las piedras del templo eran del mármol más puro, de perfecta blancura y algunas de ellas de tamaño casi fabuloso. Una porción de la muralla había resistido el sitio del ejército de Nabucodonosor. En su perfecta obra de albañilería, parecía como una sólida piedra sacada entera de la cantera. Los discípulos no podían comprender cómo se podrían derribar esos sólidos muros. 

Al ser atraída la atención de Cristo a la magnificencia del templo, ¡cuáles no deben haber sido los pensamientos que guardó para sí Aquel que había sido rechazado! El espectáculo que se le ofrecía era hermoso en verdad, pero dijo con tristeza: Lo veo todo. Los edificios son de veras admirables. Me mostráis esas murallas como aparentemente indestructibles; pero escuchad mis palabras: Llegará el día en que “no será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruída.” 

Las palabras de Cristo habían sido pronunciadas a oídos de gran número de personas; pero cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan, Santiago y Andrés vinieron a él mientras estaba sentado en el monte de las Olivas. “Dinos—le dijeron,—¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?” En su contestación a los discípulos, Jesús no consideró por separado la destrucción de Jerusalén y el gran día de su venida. Mezcló la descripción de estos dos acontecimientos. Si hubiese revelado a sus discípulos los acontecimientos futuros como los contemplaba él, no habrían podido soportar la visión. Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción de las dos grandes crisis, dejando a los discípulos estudiar por sí mismos el significado. Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén, sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento hasta la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su lugar para castigar al mundo por su iniquidad, cuando la tierra revelará sus sangres y no encubrirá más sus muertos. Este discurso entero no fué dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban a vivir en medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra. 

Volviéndose a los discípulos, Cristo dijo: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.” Muchos falsos mesías iban a presentarse pretendiendo realizar milagros y declarando que el tiempo de la liberación de la nación judía había venido. Iban a engañar a muchos. Las palabras de Cristo se cumplieron. Entre su muerte y el sitio de Jerusalén, aparecieron muchos falsos mesías. Pero esta amonestación fué dada también a los que viven en esta época del mundo. Los mismos engaños practicados antes de la destrucción de Jerusalén han sido practicados a través de los siglos, y lo serán de nuevo. 

“Y oiréis guerras, y rumores de guerras: mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca; mas aún no es el fin.” Antes de la destrucción de Jerusalén, los hombres contendían por la supremacía. Se mataban emperadores. Se mataba también a los que se creía más cercanos al trono. Había guerras y rumores de guerras. “Es menester que todo esto acontezca—dijo Cristo;—mas aún no es el fin [de la nación judía como tal.] Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. Y todas estas cosas, principio de dolores.” Cristo dijo: A medida que los rabinos vean estas señales, declararán que son los juicios de Dios sobre las naciones por mantener a su pueblo escogido en servidumbre. Declararán que estas señales son indicios del advenimiento del Mesías. No os engañéis; son el principio de sus juicios. El pueblo se miró a sí mismo. No se arrepintió ni se convirtió para que yo lo sanase. Las señales que ellos presenten como indicios de su liberación de la servidumbre, os serán señales de su destrucción. 

El deseado de todas las gentesWhere stories live. Discover now