CAPÍTULO 5 - La Dedicación

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CAPÍTULO 5 - La Dedicación

Como cuarenta días después del nacimiento de Jesús, José y María le llevaron a Jerusalén, para presentarle al Señor y ofrecer sacrificio. Ello estaba de acuerdo con la ley judaica, y como substituto del hombre, Jesús debía conformarse a la ley en todo detalle. Ya había sido sometido al rito de la circuncisión, en señal de su obediencia a la ley.

Como ofrenda a favor de la madre, la ley exigía un cordero de un año como holocausto, y un pichón de paloma como ofrenda por el pecado. Pero la ley estatuía que si los padres eran demasiado pobres para traer un cordero, podía aceptarse un par de tórtolas o de pichones de palomas, uno para holocausto y el otro como ofrenda por el pecado. Las ofrendas presentadas al Señor debían ser sin mácula. Estas ofrendas representaban a Cristo, y por ello es evidente que Jesús mismo estaba exento de toda deformidad física. Era el "cordero sin mancha y sin contaminación.' Su organismo físico no era afeado por defecto alguno; su cuerpo era sano y fuerte. Y durante toda su vida vivió en conformidad con las leyes de la naturaleza. Tanto física como espiritualmente, era un ejemplo de lo que Dios quería que fuese toda la humanidad mediante la obediencia a sus leyes. La dedicación de los primogénitos se remontaba a los primeros tiempos. Dios había prometido el Primogénito del cielo para salvar al pecador. Este don debía ser reconocido en toda familia por la consagración del primer hijo. Había de ser dedicado al sacerdocio, como representante de Cristo entre los hombres.

Cuando Israel fue librado de Egipto, la dedicación de los primogénitos fue ordenada de nuevo. Mientras los hijos de Israel servían a los egipcios, el Señor indicó a Moisés que fuera al rey de Egipto y le dijera: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo 35 para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir: he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito."

Moisés dio su mensaje; pero la respuesta del orgulloso monarca fue: "¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel." Jehová obró en favor de su pueblo mediante señales y prodigios, y envió terribles juicios sobre el faraón. Por fin el ángel destructor recibió la orden de matar a los primogénitos de hombres y animales de entre los egipcios. A fin de que fuesen perdonados, los israelitas recibieron la indicación de rociar sus dinteles con la sangre de un cordero inmolado. Cada casa había de ser señalada, a fin de que cuando pasase el ángel en su misión de muerte, omitiera los hogares de los israelitas.

Después de enviar este castigo sobre Egipto, Jehová dijo a Moisés: "Santifícame todo primogénito, . . . así de los hombres como de los animales: mío es." "Porque . . . desde el día que yo maté todos los primogénitos en la tierra de Egipto, yo santifiqué a mí todos los

primogénitos en Israel, así de hombres como de animales: míos serán: Yo Jehová." Una vez establecido el servicio del tabernáculo, el Señor eligió a la tribu de Leví en lugar de los primogénitos de todo Israel, para que sirviese en su santuario. Pero debía seguir considerándose a los primogénitos como propiedad del Señor, y debían ser redimidos por rescate.

Así que la ley de presentar a los primogénitos era muy significativa. Al par que conmemoraba el maravilloso libramiento de los hijos de Israel por el Señor, prefiguraba una liberación mayor que realizaría el unigénito Hijo de Dios. Así como la sangre rociada sobre los dinteles había salvado a los primogénitos de Israel, tiene la sangre de Cristo poder para salvar al mundo.

¡Cuánto significado tenía, pues, la presentación de Cristo! Mas el sacerdote no vio a través del velo; no leyó el misterio que encubría. La presentación de los niños era escena común. Día tras día, el sacerdote recibía el precio del rescate al ser presentados los niños a Jehová. Día tras día cumplía con la rutina de su trabajo, casi sin prestar atención a padres o niños, a menos que notase algún indicio de riqueza o de alta posición social en los padres. José y María eran pobres; y cuando vinieron con el niño, el sacerdote no vio sino a un hombre y una mujer vestidos como los galileos, y con las ropas más humildes. No había en su aspecto nada que atrajese la atención, y presentaban tan sólo la ofrenda de las clases más pobres. El sacerdote cumplió la ceremonia oficial. Tomó al niño en sus brazos, y le sostuvo delante del altar. Después de devolverlo a su madre, inscribió el nombre "Jesús" en el rollo de los primogénitos. No sospechó, al tener al niñito en sus brazos, que se trataba de la Majestad del Cielo, el Rey de Gloria. No pensó que ese niño era Aquel de quien Moisés escribiera: "El Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros hermanos, como yo; a él oiréis en todas las cosas que os hablare." No pensó que ese niño era Aquel cuya gloria Moisés había pedido ver. Pero el que estaba en los brazos del sacerdote era mayor que Moisés; y cuando dicho sacerdote registró el nombre del niño, registró el nombre del que era el fundamento de toda la economía judaica. Este nombre había de ser su sentencia de muerte; pues el sistema de sacrificios y ofrendas envejecía; el tipo había llegado casi a su prototipo, la sombra a su substancia.

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora