CAPÍTULO 51 - "La Luz de la Vida"

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"Otra vez, pues, Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo. El

que me sigue no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida."

(V.M.)

Cuando pronunció estas palabras, Jesús estaba en el atrio del templo

especialmente relacionado con los ejercicios de la fiesta de las

cabañas. En el centro de este patio se levantaban dos majestuosas

columnas que soportaban portalámparas de gran tamaño. Después del

sacrificio de la tarde, se encendían todas las lámparas, que arrojaban

su luz sobre Jerusalén. Esta ceremonia estaba destinada a conmemorar la

columna de luz que guiaba a Israel en el desierto, y también a señalar

la venida del Mesías. Por la noche, cuando las lámparas estaban

encendidas, el atrio era teatro de gran regocijo. Los hombres canosos,

los sacerdotes del templo y los dirigentes del pueblo, se unían en

danzas festivas al sonido de la música instrumental y el canto de los

levitas.

Por la iluminación de Jerusalén, el pueblo expresaba su esperanza en la

venida del Mesías para derramar su luz sobre Israel. Pero para Jesús la

escena tenía un significado más amplio. Como las lámparas radiantes del

templo alumbraban cuanto las rodeaba, así Cristo, la fuente de luz

espiritual, ilumina las tinieblas del mundo. Sin embargo, el símbolo era

imperfecto. Aquella gran luz que su propia mano había puesto en los

cielos era una representación más verdadera de la gloria de su misión.

Era de mañana; el sol acababa de levantarse sobre el monte de las

Olivas, y sus rayos caían con deslumbrante brillo sobre los palacios de

mármol, e iluminaban el oro de las paredes del templo, cuando Jesús,

señalándolo, dijo: "Yo soy la luz del mundo."

Mucho tiempo después estas palabras fueron repetidas, por uno que las

escuchara, en aquel sublime pasaje: "En él estaba la vida, y la vida

era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; mas

las tinieblas no la comprendieron." "Era la luz verdadera, que alumbra a

todo hombre que viene a este mundo.' Y mucho después de haber

ascendido Jesús al cielo, Pedro también, escribiendo bajo la iluminación

del Espíritu divino, recordó el símbolo que Cristo había usado: "Tenemos

también la palabra profética más permanente, a la cual hacéis bien de

estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro hasta que

el día esclarezca, y el lucero de la mañana salga en vuestros

corazones."

En la manifestación de Dios a su pueblo, la luz había sido siempre un

símbolo de su presencia. A la orden de la palabra creadora, en el

El deseado de todas las gentesWhere stories live. Discover now