CAPÍTULO 77 - En el tribunal de Pilato

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EN EL tribunal de Pilato, el gobernador romano, Cristo estaba atado como un preso. En derredor de él estaba la guardia de soldados, y el tribunal se llenaba rápidamente de espectadores. Afuera, cerca de la entrada, estaban los jueces del Sanedrín, los sacerdotes, los príncipes, los ancianos y la turba.

Después de condenar a Jesús, el concilio del Sanedrín se había dirigido a Pilato para que confirmase y ejecutase la sentencia. Pero estos funcionarios judíos no querían entrar en el tribunal romano. Según su ley ceremonial, ello los habría contaminado y les habría impedido tomar parte en la fiesta de la Pascua. En su ceguera, no veían que el odio homicida había contaminado sus corazones. No veían que Cristo era el verdadero Cordero pascual, y que, por haberle rechazado, para ellos la gran fiesta había perdido su significado. 

Cuando el Salvador fué llevado al tribunal, Pilato le miró con ojos nada amistosos. El gobernador romano había sido sacado con premura de su dormitorio, y estaba resuelto a despachar el caso tan pronto como fuese posible. Estaba preparado para tratar al preso con rigor. Asumiendo su expresión más severa, se volvió para ver qué clase de hombre tenía que examinar, por el cual había sido arrancado al descanso en hora tan temprana. Sabía que debía tratarse de alguno a quien las autoridades judías anhelaban ver juzgado y castigado apresuradamente. 

Pilato miró a los hombres que custodiaban a Jesús, y luego su mirada descansó escrutadoramente en Jesús. Había tenido que tratar con toda clase de criminales; pero nunca antes había comparecido ante él un hombre que llevase rasgos de tanta bondad y nobleza. En su cara no vió vestigios de culpabilidad, ni expresión de temor, ni audacia o desafío. Vió a un hombre de porte sereno y digno, cuyo semblante no llevaba los estigmas de un criminal, sino la firma del cielo. 

La apariencia de Jesús hizo una impresión favorable en Pilato. Su naturaleza mejor fué despertada. Había oído hablar de Jesús y de sus obras. Su esposa le había contado algo de los prodigios realizados por el profeta galileo, que sanaba a los enfermos y resucitaba a los muertos. Ahora esto revivía como un sueño en su mente. Recordaba rumores que había oído de diversas fuentes. Resolvió exigir a los judíos que presentasen sus acusaciones contra el preso. 

¿Quién es este hombre, y por qué le habéis traído? dijo. ¿Qué acusación presentáis contra él? Los judíos quedaron desconcertados. Sabiendo que no podían comprobar sus acusaciones contra Cristo, no deseaban un examen público. Respondieron que era un impostor llamado Jesús de Nazaret. 

Pilato volvió a preguntar: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?” Los sacerdotes no contestaron su pregunta, sino que con palabras que demostraban su irritación, dijeron: “Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado.” Cuando los miembros del Sanedrín, los primeros hombres de la nación, te traen un hombre que consideran digno de muerte, ¿es necesario pedir una acusación contra él? Esperaban hacer sentir a Pilato su importancia, y así inducirle a acceder a su petición sin muchos preliminares. Deseaban ansiosamente que su sentencia fuese ratificada; porque sabían que el pueblo que había presenciado las obras admirables de Cristo podría contar una historia muy diferente de la que ellos habían fraguado y repetían ahora. 

Los sacerdotes pensaban que con el débil y vacilante Pilato podrían llevar a cabo sus planes sin dificultad. En ocasiones anteriores había firmado apresuradamente sentencias capitales, condenando a la muerte a hombres que ellos sabían que no eran dignos de ella. En su estima, la vida de un preso era de poco valor; y le era indiferente que fuese inocente o culpable. Los sacerdotes esperaban que Pilato impusiera ahora la pena de muerte a Jesús sin darle audiencia. Lo pedían como favor en ocasión de su gran fiesta nacional. 

Pero había en el preso algo que impidió a Pilato hacer esto. No se atrevió a ello. Discernió el propósito de los sacerdotes. Recordó cómo, no mucho tiempo antes, Jesús había resucitado a Lázaro, hombre que había estado muerto cuatro días, y resolvió saber, antes de firmar la sentencia de condenación, cuáles eran las acusaciones que se hacían contra él, y si podían ser probadas.

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora