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Ibbie se durmió pronto, pero yo no pude seguirla

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Ibbie se durmió pronto, pero yo no pude seguirla. Me embriagaba el aroma al aceite de coco y a tintura fresca que se combinaba con el mentol que teníamos ambas sobre los pómulos. Tenía mi nariz hundida en su cabello frondoso y el brazo rodeándola con ganas, sintiendo como su vientre subía y bajaba con su respiración acompasada. Hacía ruiditos mientras dormía, balbuceaba algo y en un momento se puso inquieta, yo la abracé más fuerte y la acaricié sobre el pijama. Quería disfrutar su cercanía lo más posible mientras durara la noche; temía que al llegar la mañana no fuera capaz de sostenerme. Es que yo era muy cobarde, y aunque durante el día había sentido como las grietas de mi coraza se ensanchaban, tenía mucho miedo de que, al cerrar los ojos, encontraran la forma de regenerarse. Me vi tentada a no dormir e intentar burlar a mis pensamientos, pero la calidez del cuerpo de Ibbie me aletargaba y antes de darme cuenta había fallado en mi cometido.

Me despertó la luz entrando por la venta; no habíamos cerrado bien las cortinas y se colaban los rayos del amanecer dándome justo en los ojos. Sentía su brillo como sentía el calor de Ibbie, todavía entre mis brazos y me obligué a apretar más los párpados: quizás si no me veía a mí misma siendo afectuosa no tendría que arrepentirme... pero es tan difícil mantener los ojos cerrados cuando lo único que quieres hacer es mirar. Así que los abrí, o se me abrieron, no estoy segura de haberlo terminado de decidir, pero en realidad tampoco importaba: vi mi propio brazo alrededor de su cintura, mi camiseta apegada a su cuerpo, enrollada hasta arriba, exponiendo su estómago. Vi también su cabello todavía sujeto la trenza ahora enmarañada y cómo esta descansaba sobre mis sábanas rosadas, y pude fijarme en su boca levemente abierta, con sus labios gruesos en los que me moría por plantar otro beso.

Me detuve allí. ¿Quería besarla? No había apartado mi brazo de su cuerpo incluso después de observar el comprometedor abrazo con detenimiento, tampoco tenía intención de hacerlo, es más, tenía ganas de volver a pegarme a ella y seguir durmiendo como si los pájaros no estuvieran chillando afuera de mi ventana. Estaba encantada y asustada a partes iguales: ¿cómo podía ser tan fácil quitarme las barreras de encima? ¿Dónde había quedado todo el tiempo invertido en construirlas? ¿Y la soledad? ¿No significaban nada?

Ibbie gruñó ante la luz que ahora golpeaba sus ojos y mis preocupaciones pasaron a segundo plano. Resistí el impulso de quitarle el cabello de la cara, pero no fui lo suficientemente rápida para detenerme antes de darle los buenos días.

—¿Qué hora es? —dijo por toda respuesta.

—Deben ser las 6 o así.

—Tengo que volver a mi casa —me entristeció oírlo, pero también me alivió: necesitaba pensar.

—¿Te quedas al mensos a desayunar?

Vi que quería decirme que sí, pero también me di cuenta de que no era la única que tenía ideas extrañas nublándole la cabeza.

—No te preocupes —la liberé de la culpa—. Vamos, te voy a dejar al paradero.

No estaba segura de si alguna vez podría acostumbrarme a la forma en la que le brillaban los ojos cuando alguien se preocupaba por ella. La había visto mirar así a su mejor amigo cuando la defendía, y ahora me veía con la misma ilusión, como un cachorrito que no podía creer su suerte. Quería besarla de nuevo y lo hice antes de que el caos que tenía en la cabeza pudiera detenerme. Sentí su sonrisa cuando mis labios tocaron los suyos y se me contagió la risa.

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