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La primera vez que la vi fue uno de los peores días de aquel año: primero olvidé la letra de lo que estaba cantando y Ame tuvo que improvisar un solo de guitarra, y luego se me enredó la lengua dentro de la boca al mirarla bailar mientras su cabel...

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La primera vez que la vi fue uno de los peores días de aquel año: primero olvidé la letra de lo que estaba cantando y Ame tuvo que improvisar un solo de guitarra, y luego se me enredó la lengua dentro de la boca al mirarla bailar mientras su cabello rosa volaba a su alrededor cuando movía la cabeza al compás de nuestra música. Era imposible no verla, pues no tenía las pintas de alguien que frecuentara un lugar como Cortopunzante: usaba demasiados listones, tantos colores pastel que las luces del recinto la hacían relucir como un diamante en bruto. Aunque hubiera querido, no habría tenido la fuerza para mirar en otra dirección.

Coco, la bajista, había tenido que acercarse a mí y darme una patada disimulada en el talón para que volviera en mí. Retomé la canción torpemente antes de recuperarme por completo, pero la gente estaba lo suficientemente borracha o entretenida como para reprochármelo. Seguimos con el set sin que le quitara los ojos de encima, aunque ella no me miró ni una sola vez. Bailaba sola, girando y saltando con los ojos cerrados, sintiendo la música como nadie más a su lado. Llevaba consigo una botella de ramune, una de esas bebidas japonesas que poco tenían que hacer en un bar como aquel. Sus lazos se enredaban con su cabello y su flequillo estaba algo pegado a su frente a causa del sudor. Era preciosa.

—¿Qué pasó allá afuera, Ibbie? ¿Todo bien?

Olly era el único de la banda que se llevaba bien conmigo. Tenía un sentido del humor extraño y era muy menudo, por lo que hacíamos bastante contraste. Desaparecía tras la batería cada vez que nos presentábamos y vestía de negro completo excepto por los guantes neón que se ponía para que solo se vieran sus manos al tocar. Por mucho que insistiera en pasar desapercibido, Oliver Twisted, que era su nombre artístico, tenía muchísimas fans y su único post de Instagram tenía unos cientos de comentarios declarándosele a los que él respondía uno por uno tímidamente, con una energía que no coincidía para nada con su rabia al emplear las baquetas.

—Sí, sí —apuré, cambiándome la camiseta—. Tan sólo me distraje un momento.

Coco y Ame negaron con la cabeza mientras se quitaban el maquillaje. No nos llevábamos mal, pero teníamos una relación puramente profesional. Ellos tres tenían una banda desde la escuela, pero su vocalista se había ido a la universidad en otra ciudad. A mí me escogieron a través de una audición; no teníamos por qué ser amigas, simplemente hacer bien nuestro trabajo, y la verdad, no nos iba mal.

—Lo siento, chicas —apuré.

Una de ellas dijo algo y la otra simplemente asintió. No estaban demasiado enfadadas, pero tampoco tenían ganas de hablar conmigo, y honestamente, yo tampoco con ellas. Olly me hizo un gesto para que no me preocupara, a pesar de tener la apariencia de un ratoncito nervioso, en realidad era muy relajado. Si podía, prefería pasar de todos los problemas.

—¿Quieres ir por un helado? —me preguntó al salir del bar. Afuera estaba heladísimo y teníamos las chaquetas subidas hasta arriba, pero ambos estábamos de acuerdo en que los postres fríos se disfrutaban más así. Además, no tenía más ganas de llegar a mi casa que él a la suya.

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