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La vida se empeñaba en demostrarme que ser dramática no iba a llevarme a ninguna parte

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La vida se empeñaba en demostrarme que ser dramática no iba a llevarme a ninguna parte. Cuando pensaba que no pertenecer a ningún grupo de amigas en mi clase era lo peor que podía pasarme, Alondra llegó a mi vida para asegurarse de que supiera que mi día a día tenía el potencial de ser mucho más miserable. Como a pesar de eso no fui capaz de aprender a callarme, y en vez de eso seguía quejándome, aquella mañana me había levantado después de poquísimas horas de sueño completamente mortificada por haberle insinuado a Dara que me dejaría caer por su casa una 'próxima vez'. Ese atrevimiento me había quitado el sueño, e incluso cuando caminaba a la oficina de mi terapeuta, estaba tan distraída lamentándome que choqué con un par de personas que caminaban en dirección contrario. En ese momento estaba segura de que mi día no podía empeorar, pero por supuesto, me equivocaba.

El yeso en mi mano llamó la atención de mi psicóloga, y gracias a mi incapacidad de cerrar la boca terminé largándole todo lo ocurrido durante las últimas semanas. Me había guardado la reaparición de Alondra para mí misma, así como también los ataques de pánico y demases, pero una vez dije su nombre, la desesperación fluyó en torrentes, como agua liberada de una represa.

A medida que hablaba, su expresión iba cambiando, volviéndose más seria. Se me apretó el estómago al verla tomar notas, cosa que últimamente ya no hacía tanto. Me dejó hablar por casi tres cuartos de hora, asintiendo de vez en cuando para animarme a seguir, y cuando terminé, me sentí más liviana, pero supe inmediatamente que había cometido un error cuando la vi cerrar su bloc de notas y mirarme con severidad. Me explicó un par de cosas sobre el trauma que ya había dicho antes, en sesiones pasadas, yo hacía como que escuchaba, esperando que se diera prisa. Había dicho demasiado de una sola vez, dejado salir más de lo que debía, y eso me tenía nerviosa.

—Ibbie —llamó con voz calmada. Sabía que no estaba prestándole atención—. Quiero que trabajemos en mirar los últimos años desde otro ángulo.

—¿Otro ángulo?

—Quiero que pruebes a considerarlo como una situación de violencia en pareja.

—Alondra no era mi novia —salté inmediatamente. Cada músculo de mi cuerpo se tensó hasta el punto de dolerme. Había escuchado esa suposición demasiadas veces, y cada una de ellas era como una patada en el estómago.

—Pero tú eras la de ella —insistió—. Alondra te forzó a mantener con ella una relación romántica, lo cual es otra forma de abuso además del maltrato físico y sexu-

—Tengo que irme.

Salí de allí tan rápido como pude, sin reconocerme en esa persona que dejaba a otra hablando sola. Sin que me importara que, en condiciones normales, jamás habría hecho algo así porque antes la ansiedad me habría comido viva. No quería oír más, no podía. En mi mente flotaban nuestras iniciales encerradas en corazones escritas sobre las mesas de la escuela, los susurros de las amigas de ella, que fingían ser las mías también. Se mezclaba todo: los empujones en los pasillos, las miradas reprobatorias de los profesores, convencidos de que había estropeado a su alumna estrella, los sollozos en el baño, sus manos bajo mi falda en un rincón del patio, sus historias tristes, su madre borracha en el suelo de la cocina, la mía preguntándome si éramos novias, el disgusto en su rostro cuando creía que le mentía, convencida de que no confiaba en ella. Todos los rumores, los malentendidos, los cines, los parques, la acera tras un auto estacionado, sus manos, sus manos, sus manos, siempre sus manos, golpeando, tocando, acariciando, atrapando, sin dejarme ir. Me paré de golpe, incapaz de seguir moviéndome. Con las manos temblorosas busqué mi pastillero y me tragué dos ansiolíticos que se me quedaron pegados a la garganta por la falta de agua.

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