Capítulo 19

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Advertencia!: en este capítulo se habla explícitamente de una violación, si no gustan leer este capítulo, pueden salteárselo. Gracias por leer y perdón por las molestias.

Actualidad

—Hey, hey. Tranquila. Todo está bien, solo... concéntrate en mí, en mi voz. No estás sola.

Mi mirada, borrosa por el brumo de lágrimas, no me deja apreciar a María. Mis manos, temblorosas, buscan con desespero una de las suyas; siento el ansiado aire volver a mis pulmones cuando finalmente logro atrapar su mano entre las mías.

—Yo, eh... ¿Puedo...? —murmura.

Cierro los ojos, frustrada al ver neblina, pero también necia a derramar las lágrimas.

Doy un pequeño sobresalto, cuando de sorpresa, María posa su mano restante en mi mejilla. Siento el peso de su mirada, una mirada llena de compasión, tristeza, dolor, pero sobretodo de impotencia y... amor.

De manera dulce y gentil, pasa sus dedos por mi rostro, secando mis lágrimas. Aún no soy capaz de abrir los ojos y encontrarme con sus ojitos celestes color cielo. María toma de manera aún más gentil mi barbilla, y me inclina hacia arriba, obligándome a subir el rostro.

Abro los ojos.

—Fue el día anterior a nuestro tercer aniversario... —comienzo, con la voz distorsionada por el nudo en mi garganta.

—No tienes que contarme si no quieres —responde, en voz baja y calmada, pero con su mirada imponiendo fuerza.

Quiero hacerlo. Quiero contarle a alguien, quiero contarte a ti —repongo.

Nos fundimos en un silencio, llenado únicamente por la luna llena a nuestras espaldas, ingresando todos los rayos blancos de su pura luz por el ventanal detrás nuestro; y nuestras miradas, fundidas y transformadas en una sola.

Un escena que resultaría bastante romántica y algo trillada, en otras circunstancias. Un ambiente perfecto para prometer amor eterno, profesar una disculpa o explorar sus labios con los míos.

Lástima que no este no es el caso.

De manera lenta, María asiente. Su mirada no se separa de la mía.

—Soy toda oídos entonces.

Con una sonrisa forzada, cierro los ojos. Esto no será fácil, ni para decir, ni para oír, ni mucho menos para recordar.

—Fue el día anterior a nuestro aniversario —recapitulo—. Nosotras nos habíamos juntado en la plaza Libertad, la plaza del centro de San Rosita, la plaza...

—La plaza donde nos dimos nuestro primer beso —completa por mí. Mueve mis manos, manipulando la propia enjaulada en ellas. Lo siguiente que siento, son sus labios y su respiración contra el dorso de mi mano.

Suelto un suspiro.

—Tuvimos un picnic —sonrío ante el recuerdo, y siento la sonrisa de María impresa en el aire que respiro—. Nos sacamos fotos, nos reímos, vimos una película, comimos hasta no poder más, y nos besamos; nos quedamos hasta tarde ese día; la plaza estaba desierta. Nos tuvimos que ir cuando ya estaba muy oscuro para volver. Habíamos ido juntas en bici, ¿recuerdas?

—¿Cómo no recordarlo? Si estabas hermosa en esa tarde —susurra contra mi mano—, llevabas puesto un hermoso vestido blanco, tus zapatillas negras, y llevabas tu cabello suelto hasta las caderas. En esa cita estabas inusualmente más cursi de lo normal, pusiste música y bailamos. Me regalaste una carta dónde estaba escrito "te amo" con letras grandes y curvadas.

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