Capítulo 12

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Hace once años

Era una de las tantas pijamadas que teníamos todas las semanas, haciendo la misma rutina que hacíamos en cada una de ellas... pero no era una pijamada como las otras.

El día anterior a ese, fue el día de las flores amarillas. El día anterior a ese, por la tarde, nos dimos un beso con nuestros ramos de por medio.

No nos habíamos visto desde entonces.

Teníamos una pijamada todos los viernes, sin excepción ni excusa. De todas formas, inventar un pretexto no era para factible. No habíamos hablado desde... bueno, el beso. No nos hablaríamos solo para cancelar nuestra pijamada de rutina.

Con el corazón en mano, los nervios a flor de piel y el arrepentimiento precipitado, salí de casa con nada más que mi teléfono, y una pequeña mochila donde llevaba ropa cómoda para dormir, mi cepillo de dientes y un poco de dinero.

Mis pasos se volvían cada vez más pausados, lentos, tardíos. Tenía miedo de llegar a la casa de María, de reencontrarme con ella, de que todo sea incómodo entre ambas.

Pero más miedo tenía seguir en la incertidumbre, y con contacto nulo con ella.

Finalmente, llegué a su casa. Toqué el timbre, en cuestión de segundos, Kian, el padre de María, me abrió la puerta.

—¡Karol! Hola, ¿Cómo estás, tesoro? Hoy es la noche de pijamadas, ¿Verdad? María está en su cuarto, creo que durmiendo, puedes pasar a verla. Yo, justo, me estaba por ir a la Comisaría —habló de manera rápida y sin freno, una de las pocas cosas que odiaba con mayor ímpetu Kian, era la imputualidad. La única vez que llegó tarde a su trabajo, cuanta la leyenda, fue cuando su hija nació. Y la única que faltó, fue, bueno, el día del accidente—. Si necesitan dinero, hay en el jarro de galletas, y si necesitan galletas, hay en el cajón de arriba. ¡Si me necesitan, llámenme! Sabes que siempre contesto. Adiós, tesoro, ¡dale un beso a María de mi parte!

Y, tan rápido y atropellado como habló, se marchó de la casa, cerrando la puerta tras su partida.

Solté un suspiro y pasé la mano por mi cabello color azabache.

<<Dale un beso de mi parte>>

Dejé la mochila en el sillón de la sala, fui directo a la habitación de María.

<<Creo que está durmiendo>>

Sin más, abrí la puerta. Yo sabía que no estaba durmiendo, María no dormía siestas, sino luego sufría de insomnio por las noches. María fingía dormir cuando no quería estar despierta, cuando quería escapar de alguien, o de algún sentimiento.

María estaba huyendo de los sentimientos que sentía hacía mí, María sentía tanto miedo y desconcierto como yo.

No lo voy a negar: por más miedo y pánico que sintiese por las emociones alocadas y desenfrenadas que bombardeaba mi corazón cuando estaba con ella, quería sucumbir ante ellos, dejarme dominar por mis latidos, por los pedidos hechos a gritos que exigía mi corazón. Sí, sentía miedo, pero también el valor suficiente como para enfrentar dicho temor.

Y me dolía ver, y sentir, que María no.

—¿Cansada de fingir estar durmiendo? ¿O vuelvo en diez minutos? —pregunté, parada en el marco de la puerta.

Sentí a María, bajo las colchas de su cama, tensarse.

No dijo nada.

Esto sería más difícil de lo que creía.

Me senté en la cama, frente a ella. María estaba recostada de lado, con toda la cara tapada. A ella siempre le gustó dormir sin siquiera una sábana arriba; máximo, solo abrazada conmigo, envuelta tan solo con mis brazos.

—Mary, si te arrepientes de lo de ayer, de veras que lo entiendo —su cabeza hizo un leve movimiento, no pude interpretar si se movió de arriba para abajo, o de un lado a otro. Decidí ignorarlo, por mi bien y por el miedo de que sea la respuesta que no quería y que tanto temía. Con el corazón en la boca, continué hablando:—. Pero, yo no, yo no me arrepiento. Muy raras veces me arrepiento de algo cuando se trata de ti, solo lo he hecho cuando te niego de mis golosinas o prestarte alguna ropa. Esta vez, no se acerca a nada de eso. Sé que no es muy normal, bueno... lo que hicimos. Pero sí tengo la certeza de que fue maravilloso, porque lo que sentí fue maravilloso, porque tú eres maravillosa. No sé qué es lo que quiero, qué es lo que quieres tú, o si es que queremos lo mismo, si es que llegamos a tener algo, sea el accionar adecuado y correcto. A pesar de eso, quiero intentarlo, quiero dejarme llevar por la corriente de emociones que siento cuando estoy contigo. Quiero reírme de tus risas, que mis brazos se amortigüen por estar largo tiempo abrazadas, quiero que me duela la garganta de tanto hablar contigo, quiero ahogarme en tus besos, quiero estar contigo.

Mi voz se quebró, al mismo tiempo que mi mirada se pierde entre las lágrimas a paso rápido de escapar.

>>No sé lo que es el amor, o lo que se siente estar enamorada; o si siquiera es posible que lo esté por otra chica. Pero sé lo que siento al estar contigo, y sé que se asemeja mucho a las letras de las mejores canciones de amor, de los mejores libros de romances, de las mejores películas románticas. Sé que se me acelera el corazón al tenerte cerca, y qu-

Tan repentina e inesperada como solo María puede, tomó asiento en la cama, la colcha cayó hasta sus caderas, sus brazos me cobijaron y rodearon. Escondió su rostro en mi hombro. Las palabras escaparon de mi boca, mis manos no supieron qué más hacer que abrazarla de vuelta. Me abrazó con fuerza.

—Yo también te amo —dijo.

<<Bum bum bum, bum bum bum>> mi corazón latía errático, alarmado, contento, de manera inhumana. Una sonrisa gigante se formó en mis labios. La abracé con la misma fuerza.

>> Pero tengo miedo de que esto no funcione, tengo miedo de perderte —su voz se quebró, lágrimas saladas cayeron sobre mi hombro. Mi sonrisa se distorsionó—. Porque si hay algo que más amo que estos sentimientos que me desbordan, es a ti y el estar contigo. No quiero perder esto que siento, no quiero perderte a ti.

Llevando mis manos a sus caderas, la separé de mí.

—Y yo tampoco, Baby —acuné su rostro en mis manos, sus ojitos, llorosos, se encontraron con los míos, sus manos se perdieron entre nuestros ambos cuerpos—. Sin embargo, tampoco quiero perder esto que siento, ni esta oportunidad tan única y mágica que tenemos de... de estar juntas.

La duda en la mirada celestina de María, me caló hondo. La misma duda que tenía yo, pero sin la valentía que sentía recorrer hasta mis dedos.

—Hagamos una promesa —llevé mis manos a su nuca baja, nuestras frentes quedaron unidas. Las manos de María se dirigieron, temblorosas, a mi cintura—. Sin importar qué, siempre seguiremos siendo mejores amigas, nuestra amistad ante todo, ¿Sí?

Una sonrisa iluminó el rostro de María, antes de que me aproximara hacia ella, y chocar sus labios con los míos, en un corto pero significativo beso.

—Amistad ante que todo —repitió, antes de besarme nuevamente y con mayor profundidad.

BonitaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt